El gran milagro de Hannukah: la victoria del grupo de judíos macabeos sobre el ejército griego, cuando se rebelaron a ser helenizados. El régimen represivo de Antioco Epifanes prohibió el judaísmo, colocó una estatua de Zeus en el Gran Templo de Jerusalem, ordenó a los judíos comer contra su voluntad alimentos prohibidos, e intentó establecer el culto a deidades griegas. Un grupo de judíos, liderado por Matatías y sus dos hijos, prácticamente sin armamento alguno —pero con un espíritu inquebrantable—, decidieron luchar por la libertad religiosa. Finalmente luego de batallar por tres años, lograron derrotar al ejército más grande de la época. La victoria claramente era más que un triunfo militar. Sin importar los grandes logros del imperio griego, había prevalecido el derecho de una minoría —de los judíos— de continuar con su fe, creencias, cultura, rituales y tradiciones.
Un milagro menor de Hannukah: encontrar en el Gran Templo de Jerusalem, mismo que había sido destruido por los griegos, un pequeño tarro de aceite que no había sido profanado; que en lugar de durar un solo día, sirvió para mantener encendido en forma ininterrumpida, el candelabro del templo durante ochos días consecutivos, tiempo suficiente para preparar más aceite. Un milagro quizá menor, pero que nos recuerda que aún en las circunstancias más extremas, cuando todo parece haberse perdido, si buscamos bien, podemos encontrar esperanza incluso en la total desolación.
En nuestras vidas, podemos tener la bendición de verse revelar ante nuestros ojos, grandes milagros; pero también milagros que aunque sean más pequeños, son muy significativos. Podemos transitar en esta vida pensando que nada es un milagro, o que todo lo es. Como tantas cosas en nuestras vidas, es cuestión de actitud.
Durante los ocho días que dura la festividad de Hannukah, encendemos las velas desde el interior de nuestros hogares, como un recordatorio que la luz debe venir desde adentro, que es nuestro deber contribuir a reparar el mundo exterior con actos de bondad. Colocamos la hannukiah (candelabro especial para esta festividad) en un lugar visible junto a nuestras ventanas, para iluminar no solo nuestros hogares, sino los rincones que puedan estar oscuros en el exterior. Es nuestro deber en el judaísmo, tener proyección social y ayudar al prójimo, trayendo luz a este mundo.
La hannukiah tiene nueve brazos: uno por cada noche de la festividad (representando los ocho días que duró el aceite), y otro brazo más que sirve para colocar el shamash, que es la vela que se utiliza para encender las demás. Al prender cada noche una vela adicional de nuestros candelabros, vamos sumando fuerzas, recordando que cuando estamos unidos, nuestra luz es mayor.
Permita Hannukah ayudarnos a reflexionar sobre los pequeños y los grandes milagros presentes en nuestras vidas. En momentos en que la humanidad atraviesa por períodos de oscuridad, seamos todos como el shamash de la hannukiah, compartiendo nuestra luz interna, enfatizando que al compartir no perdemos fuerza, sino al contrario: nuestro efecto es multiplicador.
La historia de Hannukah nos recuerda la importancia de la libertad religiosa, un derecho que ha sido negado una y otra vez a los judíos en tantos lugares del mundo; más no en Guatemala, donde siempre se nos ha respetado en nuestra fe.
Recordemos que con tan solo un poco de luz, se disipa mucha oscuridad. Desde la Comunidad Judía de Guatemala, les deseamos a todos JAG SAMEAJ, felices fiestas para todos, y que la luz de Hannukah nos guíe e ilumine a todos.