Huérfanos. Así nos sentimos todos los católicos cuando la sede de Pedro está vacante. Y aunque para muchos de nosotros ya no es la primera vez que lo vivimos, sigue siendo igual de fuerte e impactante. Nos introduce a todos en un estado de reflexión sobre la Iglesia y la manera en la que el Espíritu Santo decide guiarnos. Me ha alegrado mucho ver que en general el sentimiento después de la muerte del papa Francisco ha sido de pena y de dolor, incluso en círculos no católicos donde se valora el estilo cercano y la humildad del papa, así como muchas de sus enseñanzas y actitudes.
El papa nos dejó muchas cosas: fue un hombre de titulares, siempre eligiendo palabras buenas y bonitas para compartir con el mundo. También fue un hombre de acciones: de visitar las periferias, de exigir a la Iglesia y a los fieles más entrega y más compromiso, de subirse moribundo al papamóvil para estar cerca de quienes habían llegado a verlo el Domingo de Pascua. Todo esto es precioso y por eso no me extraña que el mundo lo admire, pero son gestos humanos. Lo que el papa de verdad nos dejó es sobrenatural: su vida y su programa para la Iglesia tenían a Cristo en el centro. La Iglesia de salida, evangelizadora, llevando a Cristo a todos los rincones geográficos pero también morales, mostrando la misericordia de Dios: esa fue su misión. El papa Francisco fue, por encima de todo lo que el mundo quiere mostrar, un enamorado de Cristo y de María. Ese es su verdadero legado.
El Espíritu Santo nos da lo que la Iglesia necesita en cada momento. Francisco fue, con sus virtudes humanas y sobrenaturales, lo que la Iglesia necesitaba. Por eso es irrelevante, aunque en este momento nos conforte, si al mundo le gustaba o no Francisco. El Espíritu Santo nos da lo que nos hace bien y no lo que queremos. Esto mismo lo entendió él desde el momento en el que fue elegido papa sin desearlo. Por eso, aunque ahora nos duele perder a nuestro papa, somos huérfanos con esperanza.
El papa, no hay duda, nos animaría a la esperanza en estos momentos. Eligió la esperanza para este jubileo que estamos viviendo y en el que se enmarca su muerte. También propuso esta nueva advocación, «Madre de la Esperanza» (además de «Madre de la Misericordia» y «Consuelo de los migrantes»), dentro de las letanías del Rosario. La esperanza marcó su vida tanto como la misericordia y nos toca a nosotros los fieles vivirla en estos momentos. Para ello le pedimos a nuestro papa que, ya desde la Casa del Padre, nos ayude a convertirnos en la Iglesia que él tanto soñó.
Carmen Camey
🇬🇹 Guatemala
Vicerrectora de Comunicación y Desarrollo en la Universidad del Istmo de Guatemala. Es periodista y filósofa por la Universidad de Navarra; tiene una maestría en estudios avanzados en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y un doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra. Profesora de Historia del Pensamiento, Antropología y Ética de la Comunicación. Es columnista en el diario República y colaboradora regular de la revista Aceprensa. También colabora en el blog Fe y Libertad.