Dic 5, 2023

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Publicado originalmente el 5 de diciembre de 2023 en Prensa Libre.

Esperanza. Eso sentí cuando leí y escuché recientes entrevistas hechas a Ayaan Hirsi Ali, una mujer que me ha admirado por años. Ella pasó de ser musulmana a ser atea, a ser cristiana. Pasó de ser socialista activista a liberal clásica. Es una mujer resiliente, elocuente y valiente. Su recorrido intelectual y espiritual es un reflejo de este convulsivo siglo XXI.

Ayaan Hirsi Ali nació en 1969 en Somalia. Cuando ella tenía apenas 3 años, su papá fue encarcelado por el gobierno socialista de Siad Barre. A los cinco años, Ayaan fue sometida a la mutilación genital por su abuela, en contra de la voluntad de su padre y en su ausencia. Su padre escapó de la prisión y la familia abandonó Somalia en 1977. De adolescente, cuando la familia vivía en Kenia, Ali entró en contacto con prácticas islámicas más rigurosas y suscribió las enseñanzas de la Hermandad Musulmana y Hezbolá, según las cuales debía renunciar a los placeres mundanos, incluyendo la lectura y el conocimiento, para acceder a la vida eterna. Ella apoyó la quema del libro de Salman Rushdie, ofendida por la descripción que éste hizo del profeta Mahoma en su novela. Le inculcaron el odio a los «infieles», pero sobre todo a los judíos, por considerar que fueron ellos quienes ocuparon Jerusalen y mataron al profeta.

Llegó a Holanda en 1992. Solicitó asilo político para escapar de un matrimonio forzoso. Con el tiempo obtuvo su título en ciencias políticas de la universidad de Leiden. Le impresionó el sistema político y económico holandés y quería aprender más sobre las bases de los sistemas occidentales. En esos años, se convirtió ella en «infiel» y en atea. La religión musulmana había sido, para ella, opresiva y sofocante, mientras que el ateísmo predicado por autores como Bertrand Russell le parecía brindar una solución de «costo cero». A ella la religión le provocaba temor, que era, según Russell, la base de todas las religiones. Disfrutó del tiempo que pasó con famosos ateos, como Christopher Hitchens y Richard Dawkins, pues eran entretenidos e inteligentes.  Pero no logró sacudir el miedo siendo atea, ni encontró en ese gremio la respuesta al significado de la vida.

Veinte años más tarde, nos sorprende anunciando su conversión al cristianismo. No podemos librar la batalla civilizatoria que ahora encaramos bajo la bandera «¡Dios está muerto!», ni desde un vacío nihilista, explica. Ella ha llegado a la conclusión de que aquello que defendemos tiene su origen en los principios judeo-cristianos. Ali afirma que Occidente enfrenta tres amenazas graves: el resurgimiento del autoritarismo desde la China comunista y la Rusia de Putin, el auge del islam globalista, y la ideología progresistas (woke).

Cita la nueva obra de Tom Holland, Dominion, como un referente de la historia y las ideas que realmente deberíamos luchar por salvaguardar: un complejo entramado de ideas e instituciones diseñadas para proteger la vida, la libertad y la dignidad de las personas humanas. El legado del Estado de Derecho, de mercados libres, de libertad de conciencia, de libertad de prensa. Nada de esto existiría de no ser por el cristianismo, concluye Ali. Debemos labrar una narrativa más atractiva y atrayente de la que ha mercadeado el islam fundamentalista entre la juventud europea, explica la autora, con base en una moralidad correcta y amable, que infunda en nosotros un sentido de lo sagrado.

A mí me parece una gran ganancia tener a alguien tan elocuente de nuestro lado, tanto del lado de la libertad, como del lado de la fe. Ali admite que aún le resta mucho que aprender sobre el cristianismo, con lo cual esta conversión, aparentemente cultural y política, seguirá dando frutos.

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