San José: empresario y padre de la Libertad

por | Blog Fe y Libertad

Dic 23, 2023

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Nota introductoria: en el presente ensayo y siguiendo como hilo conductor lo poco que sabemos sobre la vida de San José y sus enseñanzas como padre a su Hijo, pretendo conectar las sagradas Escrituras con los principios esenciales de la Escuela Austriaca de Economía y del enfoque en pos de la libertad que le es propio. Me he tomado la libertad, o más bien debería decir “osadía”, de escribirlo en primera persona, a modo de reflexiones que imagino pudo llegar a plantearse el propio San José, en diferentes momentos y ante distintas tesituras de su tan apasionante como desconocida vida.

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Hoy he sabido que el Emperador Augusto ha decidido censar a todos los contribuyentes del Imperio. Para ello, es obligatorio inscribirse oficialmente en la casa de origen familiar de cada uno. Es increíble la obsesión estatista por regular nuestras vidas y, sobre todo, por gravar y recaudar impuestos de una manera cada vez más efectiva y creciente. Pero lo que más se pone de manifiesto es la arrogancia y frivolidad de los que mandan, que deciden a su antojo el destino de nuestras vidas, sin tener en cuenta para nada, el coste o el daño que pueden hacer. Aunque teniendo en cuenta lo que se dice en el libro de Samuel (8, 11-17) que, precisamente, ayer sábado nos leyeron en la Sinagoga tampoco debería sorprenderme: “este es el derecho del Rey que reinará sobre vosotros; se llevará a vuestros hijos para destinarlos a su carroza y a su caballería, y correrán delante de su carroza. Los destinará […] a arar su labrantío y segar sus mies, a fabricar sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará a vuestras hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Se apoderará de vuestros mejores campos, viñas y olivares para dárselos a sus servidores. Cobrará el diezmo de vuestros olivares y viñas, para dárselo a sus eunucos y servidores. Se llevará a vuestros mejores servidores, siervas y jóvenes, así como vuestros asnos para emplearlos en sus trabajos. Cobrará el diezmo de vuestro ganado menor, y vosotros os convertiréis en esclavos suyos”. ¡Qué error más grave (y trágico pecado contra Dios) fue pedir un gobernante! Sobre todo, porque como está escrito en Jueces 21, 25 “En aquella época en la que aún no había Rey en Israel”, cada cual tenía libertad “para hacer lo que bien le parecía”. Es decir, libertad exterior, que es precondición de todo y solo se logra liberándonos de la coacción de Estados y gobernantes. Pero el ser humano, aparte de esta libertad civil, sin duda valiosísima, necesita además de la libertad interior consistente en discernir lo que está bien y hacerlo evitando el pecado que nos esclaviza y abotarga. Sin duda alguna que el Mesías del que hablan los profetas y las Escrituras nos habrá de traer ambas libertades…

Por otro lado, no podemos juzgar en exclusiva a los romanos gentiles por su voracidad fiscal. Es absurdo fijarnos solo en la paja del ojo ajeno cuando, a lo mejor, nosotros mismos tenemos una aún mayor en el ojo propio. Por ejemplo, el propio Moisés, mucho antes que el Emperador romano, ya ordenó que nos censáramos con fines tributarios para que pagáramos nada menos que 6 gramos de plata cada uno (Éxodo 30, 11-16). Y David también se empeñó en censarnos, aunque en su haber hay que decir que enseguida se dio cuenta del grave pecado que había cometido por haber hecho el censo y sintiendo remordimiento Yahvé finalmente le perdonó (Samuel, 24, 18). Y el Rey Salomón erigió nuestro gran templo a Yahvé nada menos que utilizando a 30.000 esclavos (1 Reyes 5, 27) y oprimiendo a su pueblo con grandísimos impuestos (1 Reyes 14, y 2 Crónicas 9,13), que superaban los seiscientos sesenta talentos de oro al año, o los veintitrés mil kilos de oro anual que mencionan las Crónicas. Y lo que es peor, el hijo de Salomón, Roboán, pretendió incrementar aún más la presión fiscal, hasta el punto de producirse una revuelta de los contribuyentes que, encabezados por Jeroboán, dividió el Reino en dos y nos trajo todo tipo de desgracias (1 Reyes 12 y 13). La verdad es que todos los gobernantes, incluidos los nuestros, oprimen y tiranizan a sus pueblos. Pero lo más sorprendente es que, como acabo de recordar, Yahvé ya nos advirtió por boca de Samuel lo que nos pasaría si nos empeñábamos en someternos a un estado y a un gobierno, y cómo Dios nos dio lo que queríamos, cuando advertidos por Samuel le contestamos: “No importa, queremos que haya un Rey sobre nosotros. Así seremos como todos los otros pueblos”. ¡Menuda justificación para someternos como esclavos, ¡que así seremos como los otros pueblos! ¡Qué hipocresía! Francamente Señor, espero que llegue el día de nuestra liberación cuando recapacitemos y nos demos cuenta del grave error que en su día cometimos. Cuando por rechazo a ti nuestro Padre, te pidieron un Rey (Samuel 8, 7). Y que, con tu inmensa bondad, nos perdones nuestro grave pecado y nos liberes de esta maldición bíblica que son los estados y sus gobiernos. Mientras tanto, no queda otro remedio que obedecer mansamente y preparar el viaje a Belén.

La situación en que me encuentro es más que complicada, mi mujer María se aproxima a su noveno mes de embarazo y no voy a tener más remedio que llevarla conmigo en mi viaje a Belén, donde se encuentran las tierras de mi familia. No la puedo dejar sola en estos momentos y, además, con un poco de suerte, tras inscribirme ante las autoridades fiscales, podremos ir de Belén a la cercana casa de su prima Isabel, para que la ayude cuando le venga el parto y en las primeras semanas de crianza del Niño. Aunque no dejan de darme vueltas a la cabeza esas misteriosas palabras de Miqueas (5, 1-4) sobre mi pueblo: “Y tu Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel…”; aunque en la Sinagoga explicaron que se refería a un líder contra los asirios, ¡quién sabe! En todo caso, es un viaje relativamente duro y no exento de riesgos. Se lo voy a proponer a María a ver qué opina y, en todo caso, como siempre, Dios proveerá…

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Antes de emprender el viaje con María, tengo que terminar y entregar los últimos trabajos que me quedan pendientes y a los que me había comprometido. Siempre he procurado hacer mis encargos con la máxima calidad y cuidado, tal y como aprendí trabajando con mi padre en el taller que fundó mi abuelo. El oficio de artesano carpintero y maestro de obras requiere de planificación, esfuerzo y concentración, aparte de diligencia y buen trato con tus clientes y trabajadores. Arreglar el artesonado de madera del tejado de una casa, montar vigas y estructuras de madera, elaborar puertas, mesas, armarios y mobiliario en general, requiere seleccionar la madera, trabajar en el taller con la herramienta adecuada y luego destreza en el montaje y construcción. Procuro estudiar cada encargo que me hacen con cuidado, darle vueltas y encontrar soluciones creativas a los problemas. También tengo que hacer mis números, hablar con los proveedores (la mayor parte conocidos y amigos desde hace años), contratar a los jornaleros necesarios y presentar a los clientes (casi siempre conocidos o vecinos) una estimación de presupuestos ajustada. Debo dar gracias a Dios porque tanto mis vecinos de Nazaret y sus aledaños y muchos de sus conocidos confían en mi siempre que necesitan hacer algún arreglo o mejora de sus casas. E incluso, recibo encargos de gentiles de habla griega en esta zona de Galilea que también han confiado en mí, y gracias a los cuales he podido aprender los rudimentos de su lengua y cultura que son necesarios para entendernos. Por ejemplo, ellos llaman “oikos” al hogar familiar y “oikonomía” al arte de administrarlo bien y mantenerlo siempre en orden y en buen uso. Es curioso cuanto se puede aprender trabajando y haciendo las cosas bien, guardando silencio y escuchando con atención.

Es claro que si emprendo el viaje a Belén debo de seleccionar las herramientas y utensilios más preciados que necesito, no solo para apañar la cuna del Niño cuando nazca, sino para volver a empezar y poder continuar ganándome la vida en el área de Jerusalén. A ver cómo puedo escoger los de mayor valor y utilidad y que pueda trasladar en las alforjas de nuestro asno que también tendrá que cargar con María la mayor parte del trecho dado su avanzado estado de gestación. Lo ideal sería si pudiéramos llevar dos asnos, pero no sé si lograré comprar el segundo; tal vez sea posible haciendo un cambio o si consigo un buen precio por las herramientas del taller que no pueda llevar. Me va a dar pena dejar atrás algunas de éstas, especialmente aquéllas que heredé de mi padre y a las que he dedicado tanto tiempo para mejorarlas y mantenerlas en buen estado. Otras, las he ido adquiriendo y elaborando con mis propias manos a base de mucho esfuerzo, sacrificio y ahorro. Y ahora seguro que le hacen falta a algún conocido que sabrá valorarlas e incluso pueda darme algo por ellas. 

En mi trabajo he aprendido que la productividad se multiplica si dispones de un buen equipo de capital en forma de utensilios y herramientas que solo puedes lograr ahorrando una parte significativa de lo que percibo por mis encargos. Ya mi padre me enseñó desde pequeño la importancia de nuestro equipo de utensilios y caja de herramientas y de mantenerlos siempre en buen estado, reparándolos y haciendo frente a su desgaste e incluso si es posible incrementándolos con la parte que podíamos ahorrar de nuestros ingresos. Y también me enseñó a calcular bien para poder disponer en todos nuestros encargos de los recursos suficientes para poder culminarlos, en forma de vigas de madera, materiales de construcción y herramientas, evitando así el bochorno de emprender proyectos desproporcionados sin el material necesario, que no puedan culminarse, y que al enfado del cliente haya que añadir, además, la risa y burla de los colegas, como le sucedió a un conocido mío, artesano también, que se despistó en un proyecto cometiendo precisamente ese error. Por eso siempre que me encargan una torre me siento primero a calcular detenidamente los gastos y todo lo que necesito, viendo si voy a disponer de todo lo que necesito para terminarla de manera que nadie pueda luego echarme en cara que empecé a construir sin poder acabar la obra. 

Pero quizás ahora lo más importante es despedirme de los trabajadores que he contratado en mis obras y a los que todavía debo algún dinero. Mañana mismo me ocupo de abonarles su jornal, darles las gracias por todo lo que me han ayudado y explicarles mi difícil situación personal, a punto de ser padre y con la obligación de ir con María a censarme a Belén. Siempre he procurado cumplir a rajatabla el mandato contenido en nuestros libros sagrados: “no explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario” (Deuteronomio 24, 14). Y eso que, como bien sabe nuestro Hacedor, en ocasiones he pasado grandes agobios, especialmente cuando mis clientes se han retrasado en pagarme y yo he tenido que hacer malabarismos para seguir pagando el jornal a mis trabajadores. Afortunadamente, mis clientes se han puesto al día cuando les he explicado la necesidad imperiosa que tengo de ausentarme y, junto con el dinero que tengo ahorrado, gracias a Dios puedo finiquitar con mis obreros pagándoles lo debido. Y a alguno de ellos incluso más de lo debido, pues conozco la situación personal de cada uno, y hay dos que también van a ser padres y tienen mucha necesidad. Para ellos he reservado una cantidad adicional, que pienso pagarles aunque hayan trabajado lo mismo que el resto, y aunque sus compañeros no lo entiendan y me protesten por ello… A mí me encantaría favorecer a todos, pero mis recursos son muy limitados. Ojalá pudiera multiplicar los panes como hizo Eliseo y lograr que todos quedasen contentos y saciados (2 Reyes 4, 42-44). Pero yo no soy un Profeta, sino un pequeño artesano que trabaja por cuenta propia y con unos recursos siempre muy limitados. Y además, a nadie hago injusticia pues pago aquello en que nos ajustamos. Soy libre para hacer lo que quiera en mis asuntos pagando de más y siendo especialmente bueno con alguno, sin que esto deba despertar la envidia de los demás…

Otro motivo de inquietud es que hace mucho tiempo que no recibo noticias del administrador de las tierras que mi familia tiene arrendadas en el área de Belén. Un administrador diligente y leal es siempre una bendición de Dios, pero hasta que no llegue a Belén no podré comprobar el estado de las tierras ni las cuentas del administrador. Ojalá esta visita no sea motivo de desagradables sorpresas y que esta falta de noticias tenga una explicación natural…

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Soy inmensamente feliz viendo a nuestro Hijo recién nacido en los brazos de María. Y no paro de dar gracias a Dios por haber llegado este momento a pesar de todas las dificultades y pruebas por las que hemos tenido que pasar. Tras el viaje agotador desde Nazaret llegamos a una ciudad de Belén casi caótica completamente abarrotada de personas que, como nosotros, habían ido a censarse. Ni un hueco disponible en ninguna posada, ninguna habitación libre en casa de mis parientes y familiares lejanos de Belén. Nada pude encontrar a pesar del esfuerzo, las recomendaciones de mis conocidos y amigos, y todos los contactos y relaciones que pude idear. Y María, embarazadísima, me miraba y miraba con ternura, comprensión y, a la vez, preocupación. Hasta que, de pronto, le empezaron las contracciones y me hizo saber que el alumbramiento era inminente. Y yo nerviosísimo se lo hice saber a un buen posadero que hizo lo que pudo y ayudado por su mujer puso a nuestra disposición su establo. Enseguida, con mucho agradecimiento fuimos a ocuparlo y, lo primero que hice, fue limpiarlo y acondicionarlo con premura y buscar qué podía usar o montar como cuna para el Niño, optando finalmente por usar a modo de cuna, un pesebre que nos pareció mínimamente idóneo.

Y luego vino el parto en mitad de la noche y sucedieron una serie de acontecimientos que a duras penas puedo entender, salvo considerándolos como signos de Yahvé que siempre actúa de una manera misteriosa, sutil, casi imperceptible, pero en cuya infinita bondad siempre podemos confiar. Y así, al poco de nacer, el mundo se detuvo a nuestro alrededor con un halo de infinita alegría, y el establo empezó a llenarse de pastores y humildes visitantes que se desvivían por ver al Niño y del que acababan de oír maravillas de unos misteriosos personajes … ¿Y yo qué otra cosa podía hacer salvo cuidar a María, proteger al Niño y atender de la mejor manera y con lo poco que teníamos a nuestros visitantes? Y aunque nunca pudimos pensar que recibiríamos a nuestro Hijo en unas condiciones tan precarias, su nacimiento ha sido el momento más feliz de nuestras vidas y nos ha hecho olvidar completamente todas las angustias, penalidades e infortunios vividos.

Mucho nos ha sorprendido también la llegada con su séquito de tres distinguidos personajes también empeñados en ver al Niño y conocer “al Rey de Israel que acaba de nacer y cuya estrella venimos siguiendo desde muy lejos”. Aparte de lo extraño y honor que supone para nosotros esta visita hay dos aspectos que nos han dejado impresionados y me han hecho pensar mucho.

Primero, con qué humildad y devoción estos tres príncipes gentiles que no son de nuestro pueblo, se han arrodillado y adorado con gran admiración e infinito respeto y alegría a nuestro Hijo. Hasta el punto de que nos han regalado con incienso, mirra y, sobre todo, con una bolsa de monedas de oro que, aunque en un principio no quise aceptar, ante su insistencia y nuestra gran necesidad he recibido de sus manos con mucho agradecimiento. El oro a lo largo de la historia de la humanidad, y así lo atestiguan también nuestros libros sagrados, es el medio de intercambio más valorado y generalizado, el mejor dinero que hace posible adquirir casi cualquier cosa y en cualquier lugar. Nos va a permitir hacer frente a las necesidades del Niño en este nuevo entorno, y también me permitirá comprar las herramientas que no he podido traer y comenzar de nuevo como artesano carpintero ofreciendo mis servicios en esta zona. Para darme a conocer cuento con la ayuda de Zacarías, el marido de Isabel la prima de María que, para sorpresa de todos pues ya era muy mayor, fue madre de otro niño al que pusieron por nombre Juan hace pocos meses. Por tanto, pienso utilizar una parte del oro que nos han regalado en volver a montar aquí mi taller de carpintería y lo que me sobre, y mientras no lo necesite reinvertir en mi negocio, aprovechando nuestra visita para cumplir la ley y ofrecer al Niño en el Templo de Jerusalén, pienso depositarlo allí mismo para qué, al menos mientras no lo necesite, me vaya rentando algún interés.

Siempre me ha llamado mucho la atención y sorprendido la actividad bancaria que desarrolla nuestro templo y que parece tan alejada del culto a Yahvé que debería ser su fin y actividad primordial y exclusiva. Pero hay una cosa clara: según nuestros libros sagrados al menos desde la época de los Macabeos nuestro templo ya actuaba como banco recibiendo depósitos. Si no recuerdo mal, en 2 Macabeos 3, 10 y siguientes podemos leer cómo cuando Heliodoro, enviado del Rey Seleuco, quiso incorporar en su tesoro real las riquezas del Templo, el Sumo sacerdote le argumentó que éstas no eran sino “los depósitos de viudas y huérfanos” y que “de ningún modo se podía perjudicar a los que teníamos puesta su confianza en la santidad del lugar y en la majestad inviolable de aquel templo venerado en todo el mundo”. Además el mismo “cielo habría dado la ley sobre los bienes en depósito” consistente en “guardarlos intactos para quienes se habían depositado”. Y acto seguido todo el pueblo se puso a invocar “al Señor todopoderoso para que guardara intactos, completamente seguros, los bienes en depósito para quienes los habían confiado”. Lo que no puedo entender es cómo hoy en día se puede recibir un interés del Banco del Templo si este, como ordenan nuestros libros sagrados, se limita a guardar en custodia los depósitos recibidos, como es su obligación y expresamente así se resalta en el libro de los Macabeos. Y así es precisamente como, por ejemplo, actuó Gabriel con los trescientos cincuenta kilos de plata que Tobit le entregó en depósito y él custodió impecablemente hasta que Tobit, acompañado por el Ángel Rafael, fue a retirárselos (Tobías 4, 10 y siguientes). Yo soy un artesano y sé que solo es posible abonar un interés si se negocia con el dinero recibido. Desde luego que todo artesano o mercader con su esfuerzo, ingenio y con la ayuda de Dios puede llegar incluso a multiplicar los talentos recibidos. Y, si no es así, al menos la actitud pasiva de no hacer nada y depositar lo recibido permite lograr del banco alguna remuneración en forma de interés. Pero, obviamente, el Templo solo puede pagar intereses sí, incumpliendo la obligación fijada por el Señor de guardar en custodia la totalidad de lo recibido, se apropia de los depósitos para prestarlos y negociar con ellos… Por eso tanto inquieta la febril actividad de los cambistas y mercaderes dentro del propio templo, recibiendo depósitos, concediendo y reclamando préstamos, e intercambiando todo tipo de bienes. Podría decirse que nuestro Santo Templo se ha convertido en un activísimo zoco e incluso en un centro de especuladores. No es que tenga nada contra el mercado y los mercaderes, al contrario, yo incluso me puedo considerar que como artesano muchas veces soy parte de ellos; pero me parece que, como mínimo, el Templo Sagrado no es su lugar adecuado, y como máximo, todo apunta a que está incumpliendo la obligación de guarda y custodia que estableció Yahvé y que solo conserva en cada momento una fracción de los depósitos que ha recibido y que debería de custodiar. No sé cómo nuestras autoridades religiosas, empezando por el Sumo Sacerdote, consienten este estado de cosas y rezo para que Yahvé nos envíe alguien que sea capaz de poner las cosas en su sitio. Mientras tanto, y por si acaso, en contra de lo que inicialmente había pensado, me parece más prudente guardar yo mismo las monedas de oro que me dieron los Magos de Oriente y no depositarlas en nuestro Templo cuando vayamos a ofrecer a nuestro Primogénito recién nacido…

Pero hay otra cosa que me inquieta todavía más y que no deja de darme vueltas en la cabeza. Los príncipes que vinieron a adorar al Niño procedían, según me dijeron, del mismísimo Jerusalén a donde habían llegado poco antes siguiendo una estrella. Allí fueron incluso recibidos y agasajados por el cruel Rey Herodes al que ingenuamente preguntaron si sabía dónde había de nacer el Niño que sería Rey de Israel. Y de hecho, si llegaron a Belén fue por indicación del propio Herodes y de sus escribas y letrados que desempolvaron la profecía de Miqueas que tantas veces me ha rondado en la cabeza… Me parece todo muy extraño: que tanta conmoción se haya creado en Jerusalén, hasta el punto de convocarse una Asamblea de Sabios para contestar a los príncipes; que todo al final parezca que haya quedado en nada, y que los Magos hayan sido despedidos con vagas indicaciones y hayan llegado solos a visitarnos. Y todo ello teniendo en cuenta el carácter frío, calculador, a la vez que frívolo y cruel del que tanta fama tiene el Rey Herodes. Es más, los príncipes, al despedirse de nosotros y tras entregarnos sus regalos me indicaron que habían optado por volverse directamente a sus dominios, sin pasar por Jerusalén a dar cuenta de lo que habían visto y hecho… Todo esto me inquieta mucho y no sé lo que pueda ocurrir a partir de ahora. Desde luego que no quiero asustar a María con mis prevenciones pero tengo que cuidar del Niño y de ella y no sé la mejor manera de hacerlo ahora ni qué precauciones tomar. Dios mío, por favor, ilumíname e indícame el camino… 

* * *

Todos mis temores se han hecho realidad. Ya cuando subimos a Jerusalén a ofrecer a nuestro primogénito circulaban rumores de todo tipo sobre la cólera de Herodes al sentirse burlado por los Magos y de que andaba tramando algo con sus asesores. Seguro que nada bueno. Además, en el Templo nos abordaron la profetisa Ana y otro hombre bueno también ya mayor llamado Simeón que avisó a María de que, con motivo de nuestro Hijo, “una espada le atravesaría el alma”… 

No puede esperarse nada bueno de los gobernantes, que continuamente oprimen y tiranizan a sus pueblos. Ya lo vimos en la advertencia de Samuel cuando cometimos el pecado de pedir un Rey para que nos gobernara, cuando antes vivíamos en libertad. Y cómo contrasta el poder violento de los estados basado en la arrogancia con el poder sin violencia del verdadero Rey que nos tiene prometido Zacarías (9, 9-10). Sin duda, la arrogancia es el más fatal y grave pecado que caracteriza a los estados y sus gobernantes, hasta el punto de que David en el salmo llega a pedir a Yahvé lo siguiente: “preserva a tu siervo de la arrogancia para que no predomine; así quedaré limpio e inocente de gran pecado” [Salmo 19 (18), 14]. La arrogancia del gobernante consiste en creerse tan sabio como Dios y, por tanto, legitimado para decidir ad hoc lo que está bien o mal, y actuar según el capricho e impulso de cada momento para mantener y agrandar su poder. Y es sin duda el más grave pecado que cabe imaginar con el que nos tentó e hizo caer la serpiente cuando prometió a Eva y Adán que si comían el fruto prohibido “serían como Dioses”. En suma, es como si todos los Estados de la tierra estuvieran bajo el poder y mando del maligno y este lo entregara a su antojo a los peores manipuladores, hipócritas y criminales.

Además, esta noche, en sueños he recibido un mensaje claro, que ahora entiendo plenamente. Tenemos que abandonar a toda prisa a Belén porque Herodes busca al Niño para matarlo. Ni siquiera podemos esperar a mañana. Voy a despertar a María y hacer volando los preparativos para salir y huir de Belén cuanto antes. Lo prioritario ahora es poner a salvo al Niño y a mi mujer. Pero ¿a dónde iremos?, ¿cómo podremos salir adelante? Menos mal que Dios me iluminó y no deposité en el Templo sino que conservo todavía en mi poder las monedas de oro que nos regalaron los Príncipes extranjeros. Son, sin duda, una suma considerable que, bien administrada, nos permitirá emprender el viaje a toda prisa e ir gastando por el camino lo imprescindible, especialmente en las posadas del largo trayecto, pues con un niño tan pequeño no podemos dormir cada día a cielo raso. Y en cuanto a Herodes, el frívolo y cruel criminal, seguro que se auto justifica con la “razón del estado” de proteger su poder, la alianza con los romanos, incluso “la paz” en su reino, acabando con un indefenso pretendiente al trono. Y si no lo encuentra, no me extrañaría nada que ordenara asesinar a todos los niños de la misma edad que encuentre en la zona. Así tendría pleno sentido lo que dice Jeremías (31,15) sobre el llanto desconsolado de Raquel, cuya familia desde siempre era de Belén, por la pérdida de sus hijos: “Un grito se oye en Ramá llanto y lamentos grandes, es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven”. Pero como dice Isaías (10, 1 y subsiguientes) “Ay de los que establecen decretos inicuos y publican prescripciones vejatorias, para oprimir a sus pueblos … No les quedará más que encorvarse con los prisioneros y caer entre los muertos”.

* * *

Ya he decidido, con la ayuda de Dios, a dónde vamos a encaminarnos. Hemos emprendido el viaje hacia Alejandría de Egipto. Iremos directos a Ascalón en la Costa y allí compraremos un pasaje para embarcarnos rumbo a Alejandría. Afortunadamente dispongo del oro de los Magos para pagar el pasaje y, además, algo me darán por nuestro asno que no permiten embarcar. ¡Qué pena nos da desprendernos de un animal tan fiel, bueno y manso, que tanto nos ha ayudado en los momentos de angustia vividos desde que salimos de Nazaret!

En Alejandría estaremos bien. Es la segunda ciudad del Imperio, solo detrás de Roma, y siempre demanda mucho trabajo. Por eso allí emigró y vive una nutrida colonia de artesanos y mercaderes judíos, algunos de los cuales conozco de referencia, que nos podrán ayudar. Además, sé por varios compañeros que el volumen de construcciones públicas y privadas es muy elevado y me será relativamente más fácil ofrecer mis servicios como carpintero y contratista cualificado. Estoy seguro de que enseguida se darán cuenta de mi valía y de que terminaré recibiendo encargos y realizando trabajos que me permitirán hacer frente a los gastos de la familia. Además, conozco los rudimentos del idioma griego, al menos en lo que se refiere a los tratos relacionados con la construcción y esto me ayudará todavía más a conseguir trabajos y a crearme una buena reputación.

En fin, nos toca emigrar a Egipto y vivir y tratar de prosperar allí como emigrantes en un país extranjero, con una cultura muy diferente y rodeados de gentiles. Pero espero que en el nuevo país sus habitantes y, especialmente, los miembros de la colonia judía nos reciban con los brazos abiertos y nos traten bien. Ahora entiendo las claras admoniciones de nuestros libros sagrados sobre el buen trato que siempre debemos dar a los emigrantes y que yo he procurado cumplir a rajatabla con todos los que me he cruzado a lo largo de mi vida, y a algunos de los cuales incluso he contratado como obreros en los encargos que recibía como contratista. “Maldito quien viole el derecho del emigrante” se puede leer en el Deuteronomio 27, 19, y poco antes, en el mismo lugar se dice de nuevo que “nunca hay que explotar al jornalero pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante…” (Deuteronomio 24, 14).

En todo caso, ante tantas incertidumbres e inquietudes, solo queda encomendarse a nuestro Dios todopoderoso cuyos designios son misteriosos y que suele actuar de forma sutil, silenciosa y a veces casi imperceptible, pero siempre bondadosa y benigna. Y ponernos en sus manos y dejarnos llevar y así, mientras caminamos a toda prisa hacia la costa para huir de Herodes y embarcarnos para Egipto, recobro la paz y tranquilidad interior repitiendo una y otra vez mis palabras favoritas de los salmos:

“El Señor es mi Pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos,me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia
me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré la casa del Señor
por años sin término”

Villa Dolores
Formentor
27 de julio de 2023
Día de San Celestino

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