Publicado originalmente el 6 de junio de 2023 en Prensa Libre.
Muchas personas rechazan de tajo el libre mercado porque piensan que el sistema económico en el que viven es un capitalismo plagado de injusticias y privilegios. En realidad, nuestra economía es más mercantilista que capitalista, y requerimos de más libertad, no menos.
El mercantilismo de antaño surgió cuando las monarquías controlaban el comercio nacional y colonial, entre los siglos XV y XIX. Los gobiernos intentaban acaparar riqueza duradera en la forma de metales preciosos. Pensaban, con visión de suma cero, que ya se había creado toda la riqueza del mundo. La única forma de acrecentar la propia fortuna y proteger el interés de la corona (o la nación) era amasando capital y metales preciosos. Con este fin, iban a la guerra y conquistaban nuevos territorios.
Otro nombre para el mercantilismo contemporáneo es capitalismo crony. El Estado moderno sustituye al rey en su afán de controlar quién tiene acceso al mercado. Pasa abundantes y minuciosas leyes que regulan la actividad económica, acompañadas por una burocracia excesiva y engorrosa. Los grupos de interés, gremios y coaliciones impulsan políticas públicas para granjear rentas artificiales, en lugar de batallar por conquistar clientes en un entorno competitivo y abierto. Los burócratas, los legisladores y los grupos de interés poderosos forman un triángulo de hierro: intercambian privilegios legales por donaciones de campaña, por ejemplo, sin reparar en el efecto empobrecedor que sus acuerdos tienen en el largo plazo.
En el mercantilismo el derecho a la propiedad y la empresa privada es concedido por el gobierno a sus predilectos. No existe una competencia transparente. En vez de respetar el Estado de Derecho, se asienta un estado reglamentarista.
El mercado libre es un proceso en continua evolución, que facilita a millones de personas acceder a él y efectuar intercambios mutuamente ventajosos (gana-gana). Los productores ofertan el fruto de su trabajo lícito, sirviendo a sus consumidores. Escogemos entre una variada oferta el bien o servicio que se ajusta a nuestras preferencias. Creamos riqueza.
La tendencia a confundir capitalismo con mercantilismo ha retrasado el progreso de América Latina. Se tiende a ver el socialismo como cura, y se proponen más intervenciones, más legislación y más programas redistributivos para corregir las percibidas fallas del mercantilismo. Se ignoran dos importantes hechos: primero, los políticos carecen de una varita mágica y del don de la omnisciencia, y segundo, más dirigismo no repara las distorsiones al mercado creadas por el dirigismo. Mientras los gobernantes ostentan poderes discrecionales, atraen a personas deseosas de recibir favores del gobierno.
El mercantilismo pervierte la democracia, aunque ésta no se despeñe hacia un descarado autoritarismo. Los principios de participación ciudadana y representación se tergiversan cuando el poder político se emplea para vulnerar los derechos de algunos ciudadanos. Los grupos de interés que viven del poder político lucharán a toda costa por aferrarse a sus rentas artificiales. Incluso silenciarán a la prensa, intimidarán a la oposición, y harán acopio de la demagogia y el populismo. Lamentablemente los latinoamericanos podemos señalar múltiples ejemplos de esta realidad.
El gran reto constituye reemplazar un mercantilismo maduro con una economía más libre y próspera, y hacer respetar el Estado de Derecho y otros arreglos institucionales para evitar el retroceso a un turbio mercantilismo. Para ello, más ciudadanos deben poseer una comprensión de cómo funcionan los ecosistemas económicos y cuál es el rol del Estado en las sociedades libres.