Sep 5, 2022

Las opiniones expresadas en este espacio no necesariamente reflejan la postura del Instituto Fe y Libertad y son responsabilidad expresa del autor.
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Publicado originalmente el 30 de mayo de 2022 en Prensa Libre.

¿Qué nos hace guatemaltecos?
El seminario Somos las historias que nos contamos, organizado por el Instituto Fe y Libertad (IFYL), dio mucho en qué pensar a los diversos participantes. La discusión no arrojó consensos, sino evocó las preguntas que ameritan estudio. Entre otras cosas, analizamos amigablemente en qué consiste la identidad del guatemalteco, si esta se construye deliberadamente o emerge espontáneamente, y si es posible modificar tal identidad a fin de que tenga un carácter más unitivo. Les comparto algunas de las ideas que revolotean en mi cabeza.

Se afirmó que el guatemalteco padece de una especie de autofobia. En un diccionario de psicología, explican que la autofobia es un trastorno mental poco común. El enfermo experimenta un miedo intenso y no justificado a ser ignorado, excluido o abandonado. Por ello, el enfermo intenta renunciar a su individualidad e imita a otros en su grupo social: se niega a sí mismo para pertenecer a un colectivo. Esta palabra, aplicada a nuestra discusión sobre identidades, podría significar varias cosas. Por una parte, podría ser que los chapines nos sintamos aislados o desunidos porque no sabemos qué comportamientos adoptar para pertenecer al grupo «chapín». O bien, concebimos la identidad guatemalteca como algo intolerable.

Algo de autofobia pone de manifiesto Luis Cardoza y Aragón en ¿Qué es ser guatemalteco? (1986). «Abominar de nosotros», escribió, al repudiar tanto el nacionalismo como a la oligarquía «con juanetes en el corazón». Cardoza considera necesario abrazar la revolución socialista para corregir el racismo y las injusticias pasadas, hasta lograr ese «bellísimo y muy moreno mi país descalzo y sin chapines blancos». Los conquistadores españoles y las clases poderosas impusieron instituciones sociales como un sistema de producción basado en la propiedad privada y el cristianismo, afirman los revolucionarios. Si los españoles no hubieran venido y los criollos no hubieran gobernado, viviríamos en un paraíso comunista. Es una mentalidad dialéctica, de polos contrarios enfrentados violentamente. No cabe la reconciliación o convivencia: domina el oligarca o el proletario, el blanco o el moreno.

Aún si no suscribimos una prescripción radical, muchos repetimos frases que hacen de menos o desprecian rasgos del guatemalteco. En el seminario comentamos que a veces recurrimos al humor, no solo para reírnos de nosotros mismos, sino para comunicarnos verdades que, dichas de otra forma, serían hirientes.

A todo esto, un historiador nos hizo una observación penetrante: no se puede construir una sana identidad si continuamente estamos peleando contra nuestra historia. Ningún país tiene un pasado libre de injusticias. Es preferible ser realistas y aceptar que nuestro pasado acarrea cosas malas, pero también herencias valiosas.

Aproximarnos a la verdad histórica nos permite reconocer la diversidad. Un chapín descendiente de inmigrantes alemanes y una persona Kaqchikel o Q’anjob’al son herederos de una misma y compleja historia. Abrimos la puerta a una visión plural: las circunstancias de tiempo y lugar conforman vivencias divergentes que conviven unas con otras. Quizás por ello no terminaron de cuajar los esfuerzos, muchas veces estatales, por diseñar una identidad monolítica y artificial, como fue, por ejemplo, la política del indigenismo.

¿Y por qué tenemos que tener una única identidad?, nos interpeló otro asistente al seminario. ¿Por qué insistir en construir identidades colectivas?

Yo quisiera que todos los chapines valoremos auténticamente la libertad, la vida y la propiedad privada, y que estos valores cimienten una convivencia pacífica, plural y respetuosa, y que nos infunda un sentido de orgullo patrio.

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