Occidente en la encrucijada

por | Blog Fe y Libertad, Historia, Política

Ago 26, 2022

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«Solo dos cosas me mantienen despierta: la curiosidad para ver lo que va a salir de Europa, y la esperanza de aportar mi contribución en la filosofía» (Edith Stein, Carta a Roman Ingarden, 1917)

Resulta muy actual y pertinente la reflexión de Edith Stein y ambas confluyen en el presente ensayo: una es de orden teórico, expresada como curiosidad por filosofa —luego santa católica— a través de la interrogante «lo que va a salir de Europa», que es lo mismo que preguntar ¿hacia dónde va Occidente? De igual modo, respetando la inmensa hondura que separa la altura intelectual de Teresa Benedicta de la Cruz del autor del mismo, también es su propósito «aportar mi contribución en la filosofía» al respecto.

Se toma como punto de partida que existe Occidente, el cual es aquí el nombre de una cultura o una forma de civilización. No se toma la palabra en el sentido geográfico, sino como hecho cultural. También asumimos el presente como marco contextual. Evidentemente hoy nos encontramos con otras culturas, a pesar de que se habla de un mundo globalizado. Fue Lewis quien habló de choque de civilizaciones, constructo para explicar los mecanismos de confrontación entre el mundo islámico y el Occidental, luego Samuel P. Huntington, haciendo suya la idea, le da cierto renombre hacia 1996.

A este respecto, interesante es la conclusión a la que llegan las investigadoras de la Universidad Militar Nueva Granada, Colombia al afirmar: «es posible ver que el factor cultural sí tiene incidencia y por lo tanto relevancia en los conflictos internacionales, aunque este no sea el único factor que vaya lograr un cambio en el sistema, teniendo en cuenta que siempre existirán otros temas detrás que le darán un peso en los hechos, tal como fue el caso de la nueva Crimea Rusa». Lo anterior ha hecho que se hable ya de Occidente enfrentado a otros mundos, tomando a Rusia y China como esos mundos, juntos al islámico o árabe y el indio.

Asimismo, refiriéndose a Huntington señalan algo que no hemos de perder de vista: «Finalmente, queda establecido que a pesar de las diversas críticas que Huntington recibió después de la publicación de su libro, la evidencia histórica ha dado validez a su teoría. Crimea —y luego el resto de Ucrania— demostró que a pesar de que la civilización no es reconocida como un actor propio en el sistema internacional, si tiene la capacidad de cambiar las dinámicas del mismo logrado sobrepasar los intereses económicos y políticos que los Estados modernos establecen en sus dinámicas de política exterior».

Occidente es una realidad cultural actual en la que estamos inmersos: y, si la filósofa Stein se preguntaba ya al final de los años diez del siglo pasado con la fórmula ¿qué ira a salir de Europa?, que equivale a decir hacia dónde va Europa, y por Europa se toma aquí Occidente —lo cual implica decir ¿Hacia dónde va Occidente?— podemos argüir que va a una disolución de su ser por debilidad y agotamiento y falta de inspiración y no como Spengler cree por ser un sistema cíclico que regula la historia de las culturas humanas. Es el resultado del triunfo de la inmanencia que, si bien le llevó a un gran desarrollo de la razón y el triunfo de la ciencia empírica, trajo consigo el quedarse Occidente prisionero de sí mismo por auto referencialidad. Disolución no implica final o destrucción como tal, es más bien mutación o cambio; al perder su esencia cristiana y quedarse atado a un escepticismo relativista fundando en un humanismo vago e impreciso, pierde unidad y consistencia y por lo mismo se aferra a la dimensión política cuyo embrión es la Unión Europea.

La falta de inspiración le viene de ese perder su esencia y con ello el sentido de misión. En cierta manera, si se quisiera seguir a Spengler, Occidente ha envejecido. Este autor poco citado y rechazado, además de mal interpretado como inspirador del nazismo, seguidor de Hegel, predijo —aunque por otros motivos— que alrededor del año 2000 la Civilización occidental ingresaría en un estado de pre-extinción, haciendo necesaria el cesarismo que es la omnipotencia legal y por tanto antidemocrática de la rama ejecutiva del gobierno central. De nuevo, ¿no es esto el ejecutivo de Bruselas, según se quejan a diario en Europa? Analizando la cultura occidental, Spengler diagnostica que estamos asistiendo a su total decadencia, ya que ha llegado a la etapa de mera civilización, caracterizada especialmente por la crisis de la religión —que es, según él, el alma de toda cultura—, cuya manifestación más evidente es el predominio de la democracia y del socialismo, es decir, el triunfo del dinero sobre todos los valores, crisis de los valores que había pronosticado Nietzsche. ¿Acaso no acertó hacia 1922 en esto? ¿No lo estamos viendo en el secularismo de Europa? ¿Presente en la misma apostasía que hacen gala muchos en la Iglesia institucional misma? Mostrarlo será tarea de un trabajo posterior.

El pensar en la historia, en cómo se forma y cómo se construye, es importante no solo como ejercicio sino principalmente porque de lo que comprendamos como historia dependerá la manera en la que actuamos. Hannah Arendt atribuía a los nazis una visión de la historia cerrada y determinista, en la que el Tercer Reich debía cumplir un papel y quienes no quisieran ser parte de ello estarían dando la espalda a la Historia. La historia así comprendida, como inevitable, provocaba que los alemanes hicieran cosas que en otras condiciones no habrían hecho, como por ejemplo perseguir a sus vecinos judíos. Pero eran capaces de hacerlo porque, en el fondo, no creían que fueran ellos quienes “hacían” las cosas sino la Historia. El determinismo libera de la responsabilidad personal. Por otro lado, la historia comprendida como algo abierto y potencialmente construible por mis propias acciones abre las posibilidades al poder de la acción. Seré capaz de actuar si creo que mis acciones pueden tener consecuencias en la Historia. Así, Walter Benjamin creía que la tarea principal del siglo XX consistía en ser historiador, pero no cualquier historiador, historiador materialista. Con esto, aunque pueda ser confuso, se refería a un historiador que concibiera la historia de manera abierta y no secuencial. Solo así tendría sentido hablar de la revolución, solo si es algo que realmente puede hacerse y que depende de la propia libertad. Por eso Benjamin batallaba con el comunismo tradicional pues le parecía que el materialismo histórico tradicional, el que concebía la historia como un proceso cerrado e inevitable, le hacía un daño a la causa revolucionaria.

Por tanto, la manera en la que comprendemos la historia nos motiva a actuar o nos disuade de hacerlo. La acción política dependerá en gran medida de lo que quien actúa crea que puede lograr con esa acción. Por eso es tan importante saber qué creemos que ocurre cuando se construye la historia. El defender el papel de la acción libre en la construcción de la historia tendrá como consecuencia la acción política libre en el presente.

1 Bautista Safar, T.P y Molina Santamaría, X. (2019).
Del Choque de Civilizaciones al choque con la realidad: Samuel Huntington 20 años después.
El Ágora USB, 19(1). 220-230. DOI: https://doi.org/10.21500/16578031.3392

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