Profundizando en Lutero

por | Blog Fe y Libertad

Ago 31, 2017

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En enero del 2017, ante una delegación proveniente de Finlandia, el papa Francisco dijo que Martín Lutero quería renovar la Iglesia católica, no dividirla. La conmemoración del quinto centenario de la reforma luterana «llama al acercamiento a partir de la conversión común a Jesucristo como nuestro Señor», dijo el pontífice. Es una ocasión privilegiada «para vivir de manera más auténtica la fe, para redescubrir juntos el Evangelio y dar testimonio de Cristo con vivacidad renovada».

Estas declaraciones son fruto de años de diálogo para detectar los puntos de encuentro entre la fe católica y luterana. Suena inimaginable, sobre todo para quienes han leído las expresiones groseras y punzantes del mismo Lutero. Llamó zopencos y maniquíes a sacerdotes, tildó al papado de ser la «sede del anticristo», y más.

En enero de 1521, el papa León X firmó la bula de excomunión y unos meses más tarde, Lutero compareció ante el emperador Carlos V en la Dieta de Worms, donde rehusó dar marcha atrás. Carlos V vuelve a convocar a una dieta en Spira ocho años más tarde. Allí pide a nobles convertidos al luteranismo que se sometan al papa. Ellos rehúsan hacerlo, y por eso se les llama por primera vez «protestantes». Una puesta en común de la doctrina cristiana fue la siguiente meta de Carlos V, en la Dieta de Augsburgo, en 1530. Lutero presenta los principios de su doctrina en la llamada Confesión de Augsburgo, y los católicos redactaron su propio compendio doctrinal. Es así cómo se produce el mayor «trauma» para la Iglesia católica de Occidente. La crisis dividió el cristianismo europeo, pero tuvo causas también geopolíticas y generó un fraccionamiento geográfico.

Dos secuelas de la reforma protestante fueron el aliento a una contrarreforma ya en proceso, dentro de la Iglesia católica, y un debate entre protestantes que redundó en múltiples fundadores de iglesias con diferencias de credo. Figuras importantes, como los humanistas cristianos (Erasmo y santo Tomás Moro), líderes de órdenes como san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz, y otros más, llevaron a cabo una renovación monástica desde dentro de la Iglesia. Sus iniciativas no derivan exclusivamente de la ruptura luterana, pues ya habían dado inicio desde antes.

Conforme pasaron los años, los luteranos dejaron de tachar a la Iglesia católica de ser «la prostituta de Babilonia», en tanto que los católicos evitaban descalificar a Lutero. Por ejemplo, los obispos católicos de Alemania reconocieron que Martín Lutero fue «un pionero religioso, un testigo del evangelio y un maestro de la fe».

Lutero llevaba razón respecto de algunos abusos. La venta de «indulgencias» efectivamente servía para financiar guerras y los gastos de la corte papal. Tampoco es un error promover la lectura de la Sagrada Escritura, ni proclamar a Jesucristo como centro de la vida cristiana. Se lleva a cabo un trabajo de «sanación del recuerdo». Las autoridades quieren que se note la unidad y que no se quede solo en discursos conmemorativos y promesas.

Desde 1964 se han dado pasos certeros hacia el reencuentro. En 1983, se emitió una declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación por la fe. Otro documento sobre el mismo tema se publicó en 1999, y  en el 2010 y 2015 se dieron otras publicaciones sobre la esperanza en la vida eterna y la eucaristía. La «Declaración sobre la marcha: Iglesia, ministerio y eucaristía», detalla treinta y dos puntos de acuerdo en los que luteranos y católicos han trabajado en conjunto. Son puntos de convergencia en temas sobre la Iglesia, el ministerio y la eucaristía.

Hace quinientos años, los luteranos y católicos se «mataban» por los temas que ahora generan amistad. Algunos criterios unificadores son: 1) ambos reconocen que la Iglesia ha sido fundada por el Dios trino y que los miembros de la Iglesia participamos de la «vida divina trinitaria», y que damos testimonio de los dones recibidos siendo pueblo de Dios; 2) todos los cristianos bautizados participan en el sacerdocio de Jesucristo, y 3) al participar del sacramento de la Comunión Eucarística, el cuerpo y la sangre glorificada de Cristo, accedemos a la promesa de la vida eterna. Tanto las autoridades luteranas como las autoridades católicas han puesto su empeño para estrechar lazos y conmemorar los quinientos años de la reforma de una manera constructiva.



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