El siguiente artículo fue escrito originalmente en inglés por el Michael R. Strain, publicado en Bloomberg el 29 de agosto del 2017. Publicación original.
Traducido para el Instituto Fe y Libertad por Carroll Ríos de Rodríguez
El presidente de la Cámara de Representantes quiere incrementar el crecimiento económico. ¿Qué es más progresista que eso?
La política no tiene nada que ver con ello. En una reunión de cabildo abierto que fue cubierta por la televisión estadounidense, le preguntaron a Paul Ryan cómo permanece fiel a la enseñanza de cuidar a los pobres que manda la Iglesia católica. Ryan, quien es católico, respondió que, siendo presidente del congreso, pone el énfasis en el crecimiento económico, en la movilidad social y la disponibilidad de oportunidades para todos, para llevar a la práctica esta enseñanza.
Esta respuesta no agradó a todos los católicos, pues algunos critican el endoso de Ryan de la llamada «economía del derrame», y argumentan que un enfoque en el crecimiento económico no satisface las enseñanzas sociales de la Iglesia, porque las políticas públicas que avanzan el crecimiento tratan a los pobres como si fueran un colofón.
Siempre es buen momento para recordar a los socialistas-progresivistas que el crecimiento económico es el mejor programa para el combate a la pobreza que jamás haya sido visto en el mundo. Si usted quiere poner unos cuantos cientos de dólares extras en los bolsillos de los pobres cada mes, entonces puede proceder a redistribuir el dinero de los ricos. Sin embargo, ha sido el crecimiento económico, no la redistribución del ingreso, el que ha dado a miles de millones de personas suficiente comida, aulas escolares para los niños, antibióticos para tratar enfermedades, y ha reducido sustancialmente las tasas de mortalidad infantil alrededor del planeta.
Tan recientemente como 1970, más de un cuarto de la población del mundo vivía en extrema pobreza, sobreviviendo con menos de $1.00 al día. Tres y medio décadas después, solo una de veinte personas vivían así, lo cual constituye una reducción del ochenta por ciento. Han seguido cayendo los índices de pobreza durante la última década. El ingreso per cápita en la India se ha doblado en los últimos diez años. China está boyante. África está creciendo.
Esto es producto del crecimiento económico. La difusión del sistema de libre empresa ha hecho esto.
Sí, el crecimiento económico ayuda también a los ricos. Y el consumo conspicuo es irritante. Pero si el precio a pagar es que los ricos se pavoneen en sus carros y yates de lujo para que miles de millones de personas sean levantados de la pobreza, pues, ese es un precio que estoy contento de pagar.
Deberíamos ser los primeros promotores del crecimiento económico todos aquellos sobre quienes pesa la expectativa de tener en consideración especial a los pobres, tal como Ryan, mi persona y los demás católicos. La libre empresa está ayudando a los más indigentes de una forma que ningún programa gubernamental podría hacerlo.
Por supuesto, es posible exaltar las virtudes de la libre empresa para el mundo en vías de desarrollo, y al mismo tiempo argumentar que un enfoque fuerte en el crecimiento en Estados Unidos no cumple con nuestra responsabilidad hacia los pobres. Pero aún este argumento es difícil de defender. Si la economía de Estados Unidos crece a un ritmo de dos por ciento al año, tomaría treinta y cinco años para que el ingreso per cápita se duplique. Si crecemos uno por ciento al año, la duplicación tomaría setenta años. A una tasa del tres por ciento, se doblaría el ingreso en veinticuatro años.
¿Cuál es mi punto? Cambios aparentemente pequeños en la tasa de crecimiento agregado tienen efectos enormes en los niveles de vida de la nación. Y no hace falta decir que ayudaría significativamente a los pobres al doblar el estándar de vida en veinticuatro años en vez de en treinta y cinco años.
Aunque son importantes, las políticas públicas se deberían enfocar más en la tasa de crecimiento agregado. Los programas que específicamente están dirigidos a los pobres son necesarios. Y Ryan, quien claramente toma en serio su responsabilidad para con los pobres, ha por años liderado nuevas políticas contra la pobreza. Por ejemplo, su plan de incrementar el crédito tributario sobre el ingreso ganado, una parte esencial de la red de seguridad, es muy bueno (es uno que además goza del apoyo de muchos socialistas-progresistas).
Mi objetivo aquí no es ofrecer una defensa sin crítica a las políticas favorecidas por el diputado. Como algunos que lo criticaron ayer en la sesión de cabildo abierto, yo he externado mi preocupación por el plan del Partido Republicano en la Cámara de Representantes, para reemplazar Obamacare. También he criticado los planes que Ryan anunció hace unos años, cuando era director del Comité para el Presupuesto de la Cámara de Representantes, para eliminar tradicionales programas para el combate a la pobreza como las cartillas de alimentos, sin pedir a los ancianos de clase media que se sacrifiquen. Y hay aspectos de la actual agenda del diputado para combatir la pobreza que cambiaría.
No obstante, insinuar que las políticas promovidas por el presidente de la cámara son incompatibles con su fe es llevar las cosas demasiado lejos. Los católicos están obligados a obrar según su buen juicio, haciendo manifiestas su particular preocupación por los pobres. Los obispos de Estados Unidos ofrecen su guía respecto a propuestas específicas. Se pide a los católicos que ponderen seriamente esa orientación al formar sus puntos de vista, pero esta guía se considera un recurso, no una enseñanza moral limitante.
Este es un arreglo bueno por varias razones, no menos porque la fe católica es una fe que trasciende por mucho la política.