Era el año 1998. Venezuela venía de una campaña electoral con partidos políticos desprestigiados y un sistema político en crisis, deslegitimado y repudiado a causa de la enorme corrupción política. Una figura carismática con un discurso que no prometía regalar cosas a cambio de votos, sino que versaba únicamente sobre «acabar con la corrupción» y «refundar el Estado», tomó sorpresivamente la delantera. Un Hugo Chávez revestido de una «moralidad intachable» prometía poner mano dura a los corruptos y limpiar el sistema. Quien diga que Chávez llegó al poder con el típico discurso demagogo que promete dar bolsas de comida y ayudas económicas a cambio de votos no sabe historia. Las dádivas y el clientelismo ciertamente vinieron años después. Su discurso era abstracto y sin embargo las masas lo repetían sin saber del todo sus implicaciones. La corrupción se había vuelto la causa absoluta de todos los males que vivía el país en aquel entonces.
En aquellos años, la percepción de la clase media venezolana era que «estábamos muy mal». Hablo de «percepción» porque los datos reflejaban otra cosa: de hecho, para ese año la compra de carros nuevos había sido la más alta en los últimos años. Entre el año 1996 y 1998 incrementó alrededor de 70 % la compra de vehículos nuevos y si revisamos otras cifras, el parque automotor del país creció para ese año alrededor de 8 %. Este proxy, aunque pareciera un dato aislado, nos da una muy buena idea de la verdadera realidad que estaba viviendo la entonces quejumbrosa y desencantada clase media venezolana que pedía un cambio de sistema.
Al calor de la contienda, gana Hugo Chávez con un 56 % de los votos (cabe destacar que en Venezuela no existe segunda vuelta y por ende gana quien obtenga la mayoría simple) y además con una de las mayores abstenciones de la historia en una elección presidencial (alrededor del 37 %). Sin embargo, esos porcentajes no se consideraron suficientes para poner en duda su legitimidad en cuanto al nivel de aceptación que tenía en la gente.
Pero los cambios que se querían hacer desde el gobierno no llegaron inmediatamente. Había muchas trabas y obstáculos ya que, ni el Congreso ni el Poder Judicial estaban a su favor. El sistema de «pesos y contrapesos» en el cual se basa el Estado de derecho, era percibido por la gente como «una piedra de tranca» para poder llevar a cabo una lucha contra los corruptos que constantemente «saboteaban» las iniciativas del presidente electo.
Desde su campaña, Chávez sostenía que la manera de sacar definitivamente a «los corruptos enquistados en el sistema» era «renovando los Poderes Públicos», de lo contrario se seguiría perpetuando (lo que para muchos era) un sistema fallido. En nombre de la «lucha contra la corrupción» el gobierno de Hugo Chávez convocó a un referéndum consultivo en el que preguntaba al pueblo si deseaban una «Constituyente» para poder «refundar el Estado, sacar a los corruptos, renovar los Poderes Públicos y devolver la soberanía al pueblo». Cabe destacar que en el texto constitucional vigente en aquel momento, NO existía la figura de la Constituyente, por lo que si se convocaba, tendría que ser al margen de la propia Constitución. Muchos reconocidos juristas advirtieron la ilegalidad de la propuesta del presidente, sin embargo, la «voluntad popular» se impuso y el resultado de aquel referéndum consultivo fue que SÍ se quería una nueva Constitución (también con una de las abstenciones más grandes de la historia democrática de Venezuela).
Lo demás es historia. Una vez convocada la Constituyente, se procedió a disolver los Poderes Públicos y finalmente «se logró sacar a los corruptos», pero también se logró dar un cheque en blanco a una persona con pretensiones mesiánicas que supo camuflarlas al inicio y que ya no tenía ningún impedimento institucional para hacer lo que quisiera.
A veces la vida nos pone de nuevo en situaciones en las que —para personas como yo— es imposible no ver paralelismos. Si de algo me ha servido escuchar a los guatemaltecos de mi edad hablando de política, ha sido el poder empatizar con el sentir de la generación de mis padres en Venezuela que, aún siendo jóvenes privilegiados en comparación a la generación de mis abuelos, decidieron dejarse llevar por un discurso que les prometió hacer tabula rasa con el sistema político y que les vendió que la corrupción era la causa de todas sus inconformidades.
La realidad fue que esos jóvenes inconformes abrieron paso a un sistema que destruyó a la generación de sus hijos porque muchos de ellos tuvieron que vernos emigrar, pero también a la generación de sus padres (mis abuelos), quienes en su juventud lucharon por tener un sistema democrático y brindarles oportunidades que ellos no tuvieron y que, sin embargo, al día de hoy, no pueden sobrevivir con una jubilación digna.
Mi abuelo siempre me decía: Yo sí aprendo en cabeza ajena. Lo que miro que le pasa a mi vecino, amigo, conocido me sirve de ejemplo para no repetirlo. Sabias palabras, que siempre he puesto en práctica y me han servido de mucho para mi vida. Esperemos que cada vez más guatemaltecos «aprendan en cabezas ajenas».