Mientras Venezuela arde, muchos latinoamericanos se preguntan: «¿Dónde está el papa Francisco?»

por | Blog Fe y Libertad

Jul 17, 2017

Las opiniones expresadas en este espacio no necesariamente reflejan la postura del Instituto Fe y Libertad y son responsabilidad expresa del autor.
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El siguiente artículo fue escrito originalmente en inglés por el Dr. Samuel Gregg, publicado en The Catholic World Report el 18 de mayo del 2017. Publicación original.

Traducción de Carroll Rios de Rodríguez | [email protected]

Nota del traductor: un mes después de publicado este artículo, el 10 de junio del 2017, el padre Santiago Martín (MTV) subió a las redes sociales un editorial en el cual afirma que tanto el papa Francisco como el cardenal Pietro Parolin están unidos a los obispos de Venezuela. El Vaticano sometió al gobierno de Maduro cuatro condiciones que necesariamente debe cumplir, previo a que pueda producirse el diálogo; las autoridades eclesiásticas están conscientes que la actitud violenta del gobierno de Maduro impide una negociación pacífica entre el gobierno venezolano y la oposición política. El papa, la Conferencia Episcopal de Venezuela, y el pueblo sufriente están unidos frente a un «dictador asesino», afirma Martín. Maduro y otros comentaristas, algunos de ellos vocales detractores del Vaticano, quieren hacer ver una fisura en la Iglesia católica que realmente es inexistente, y quieren reclamar la lealtad del papa Francisco a la dictadura socialista. La lectura de Martín matiza la exposición, cuidadosamente documentada, de Samuel Gregg, quien, en resumidas cuentas, quisiera escuchar esencialmente lo expresado por el padre Martín de boca de los más altos líderes de la Iglesia católica. Mientras tanto, los fieles laicos alrededor del mundo nos unimos en oración por la paz y la libertad de los venezolanos.  

Venezuela se desploma, y en tanto muchos se preguntan por qué el papa Francisco parece lento al condenar a la dictadura populista de América Latina que está brutalizando a la población de un país abrumadoramente católico.

Si desea ver a dónde lleva a un país el socialismo, visite Venezuela hoy. Después de dieciocho años de un régimen populista de izquierda comprometido con el «socialismo del siglo XXI», una nación que una vez fue rica y relativamente estable se está desintegrando. 

Por meses, miles de venezolanos han estado protestando en las calles de todas las ciudades principales de Venezuela. Están cansados porque carecen de alimentos, se les niegan elecciones libres, están sujetos a políticas económicas inequívocamente socialistas, se les fuerza a ver encarcelados a los líderes de la oposición, se les carga con «consejeros» cubanos omnipresentes, y son apedreados por las fuerzas de la seguridad. Y lo que demandan está claro: el presidente Nicolás Maduro y su régimen deben dejar de comportarse como una dictadura y permitir elecciones libres y justas. La respuesta del Gobierno ha sido igual de cristalina: denuncias fogosas de sus opositores como «enemigos del pueblo» y, sobre todo, represión, represión, represión.

Una institución que ha permanecido fuera del control del régimen es la Iglesia católica. Por años, los obispos católicos de Venezuela han valientemente subrayado los abusos del gobierno, primero guiado por el hombre cuya personalidad y cuyas políticas socialistas prendieron un fusible para la conflagración actual, el difunto Hugo Chávez, y ahora, por su sucesor, Nicolás Maduro.

El régimen socialista-populista siempre ha reconocido a la Iglesia como un determinante respaldo para cualquier opositor —católico, no-católico, creyente, no creyente—, que rechace aquello que los obispos católicos de Venezuela llamaron un «sistema político totalitario» que busca imponer el «socialismo del siglo XXI», en una exhortación apostólica, de mente asombrosamente fuerte y nítida, publicada en enero del 2017. Los obispos agregaron que se desarrolla este esfuerzo, a pesar del «fracaso rotundo» cosechado por el «socialismo en cada país donde tal sistema se ha instalado».

Chávez respondía a críticas similares insultando públicamente a los obispos católicos mientras proclamaba, en términos casi blasfemos, que «Jesús fue el primer socialista». Maduro ha ido más lejos. Los gánsteres chavistas regularmente atacan a sacerdotes católicos en iglesias y a estudiantes universitarios católicos en las calles. En abril de este año, interrumpieron la misa de Crisma celebrada por el arzobispo de Caracas, cardenal Jorge Urosa, durante la Semana Santa y agredieron al propio cardenal.

Hay una pregunta que constantemente se hace, con mayor frecuencia y con una impaciencia que crece visiblemente, a lo largo y ancho de América Latina, siempre que se discute la situación en Venezuela. Y esa es: ¿Dónde está el papa Francisco?

Atípicamente taciturno

El papa Francisco no es conocido por ser alguien que se reserva su opinión de cara a lo que considera como una grave injusticia. Sobre temas tales como los refugiados, la migración, la pobreza y el ambiente, Francisco se pronuncia contundentemente y usa lenguaje vívido al hacerlo.

Sin embargo, a pesar de la violencia diaria que se impone sobre los manifestantes en Venezuela, la lista de muertes en constante aumento, la flagrante politización del Organismo Judicial, y la desaparición de comida e insumos médicos básicos, los comentarios sobre la crisis emitidos por el primer pontífice latinoamericano han sido curiosamente mesurados.

Sí, Francisco ha pedido oraciones por los habitantes abatidos de Venezuela, sin mencionar las causas tan evidentes de su sufrimiento. El papa le escribió una carta a Maduro en abril del 2016 cuyo contenido permanece desconocido al público. Maduro luego visitó la ciudad del Vaticano y se reunió con el papa Francisco en octubre. Esto fue después de que la Santa Sede sirvió como mediador en las negociaciones entre el régimen de Maduro y la oposición, durante el último trimestre del 2016. Las pláticas, sin embargo, colapsaron rápidamente cuando el Gobierno se rehusó a contemplar la convocatoria de elecciones y la liberación de los prisioneros políticos.

El papa Francisco no ha parado de pedir que continúe el diálogo entre el régimen y la oposición. Lo que eso significa precisamente es nebuloso, dado que la idea del régimen de «diálogo» es encarcelar a los líderes de la oposición y lanzar bombas lacrimógenas a los manifestantes. Más recientemente, el papa Francisco instó a los venezolanos, en una carta dirigida a los obispos el 5 de mayo, a promover una «cultura del encuentro» como una vía para trabajar en la solución de la situación del país, que se deteriora rápidamente. Nuevamente, sin embargo, uno debe preguntarse, ¿qué tipo de «encuentro» debe acontecer entre personas que simplemente desean libertad, y una dictadura que cada día emplea violencia contra su propia ciudadanía?

El populismo y el papa

Entonces, ¿qué ocurre? Propongo tomar en consideración por lo menos tres factores. Primero, o como se suele decir, ni el papa ni la Santa Sede pueden ser un mediador creíble entre el régimen y la oposición si es vista como partidaria de uno de los dos bandos. Esa es una posición razonable. Pero existe un problema con este argumento. No debemos anticipar que los mediadores se hagan a un lado pacientemente esperando que la conversación se retome mientras una de las partes del diálogo da golpes duros al bando contrario. Ser mediador no implica que uno deje de pronunciar la verdad y enfatizar los requisitos de la justicia.

Por ejemplo, en los años que precedieron a la declaración de la ley marcial en el régimen comunista de Polonia, en diciembre de 1981, y los años que la sucedieron, el papa Juan Pablo II ciertamente estuvo involucrado en los esfuerzos de la Iglesia para mediar entre el Gobierno y el pueblo polaco. No obstante el pontífice también fue abundantemente obvio en su apoyo de las justas aspiraciones de libertad del pueblo de Polonia. A estas alturas, es difícil argumentar que Francisco haya aclarado su postura respecto de la situación venezolana así de tajantemente. 

De hecho, Maduro recientemente acusó a los obispos de Venezuela de estar fuera de sintonía con la llamada al diálogo emitida por el papa, pues rechazaron participar en un esfuerzo para reescribir la Constitución de Venezuela. Por supuesto, es una acusación ridícula por parte de Maduro. Sin embargo, goza de una capa de credibilidad en virtud del hecho que Francisco no ha, en sus propias palabras, dicho algo crítico, pública y directamente, acerca del régimen de Maduro. Hacerlo, creen algunos, empeoraría las cosas. ¿Pero cómo puede empeorar aún más la situación de Venezuela cuando el venezolano promedio ha perdido un estimado de 19 libras de peso debido a la falta de alimentos?

Un segundo factor que vale la pena considerar es que la crisis de Venezuela no encaja con la forma estándar en que el papa Francisco explica los problemas políticos y económicos. Es muy difícil para el papa culpar los problemas de Venezuela a la tiranía de Mamón, a la especulación financiera, a los tratados de libre comercio, a los comerciantes de armas, a los nefarios «neoliberales», o a cualquier otro de su lista acostumbrada de sospechosos.

Los problemas de Venezuela son evidentemente el resultado de políticas socialistas impuestas por un régimen populista de izquierda sobre sus propios ciudadanos. Los obispos venezolanos no titubearon cuando describieron este hecho como la «causa fundamental» de los males de Venezuela. El régimen Chávez-Maduro ciertamente ha creado, para usar las palabras de Francisco, «una economía que mata». Pero no es una economía de mercado. Es una economía socialista libremente elegida y creada por venezolanos populistas y socialistas. No hay fuerzas misteriosas «exógenas» que forzaron a Venezuela a recorrer este camino (aunque los funcionarios importados de la Cuba comunista han estado empeñados en mantener a Maduro en el poder desde 2014). Mientras Maduro regularmente culpa al «imperialismo Yankee», la desastrosa situación en Venezuela es completamente la culpa de populistas-socialistas venezolanos, quienes, al igual que todos los socialistas, se rehúsan a reconocer que tales políticas siempre conducen a la ruina económica en el largo plazo y solo los gobiernos dispuestos a recurrir a métodos «extra-constitucionales» los pueden mantener en lugar.

Tercero, existe el incómodo hecho de que el papa Francisco se ha asociado públicamente con otros líderes populistas de izquierda en América Latina, quienes abogan por posturas ideológicas y políticas económicas parecidas a las de Chávez y Maduro. En el 2015, por ejemplo, Francisco habló en un evento en Bolivia auspiciado por el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, en el cual usó un lenguaje que bien podría formar parte de un discurso por un político populista latinoamericano cualquiera. Lo que es más, Francisco pronunció estas palabras mientras estaba sentado a la par del presidente de Bolivia, Evo Morales, un jefe de Estado con tendencias populistas y de izquierda quien profesa admiración por Chávez y continúa defendiendo el régimen de Maduro. 

Hablar directamente y sin ambages sobre el daño político y económico que ha infringido el régimen populista-socialista requeriría que Francisco se distanciara de los líderes populistas de izquierda y de los movimientos y gobiernos por toda América Latina, o incluso tendría que criticar el fenómeno global del populismo latinoamericano en sí mismo. No obstante, Francisco ha, en por lo menos dos ocasiones (y recientemente), descrito el populismo latinoamericano como sano, porque transforma a «la gente en . . . los protagonistas» de su destino. Todas estas asociaciones y sentimientos inevitablemente elevan duras en las mentes de algunas personas sobre la voluntad del pontífice de aceptar que existe una línea directa entre el populismo latinoamericano y los regímenes como el de Maduro.

En lo personal, no creo que sea una crítica justa de Francisco. Cuando fue arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Bergoglio tuvo que lidiar con un Gobierno populista de izquierda que provocó un daño económico enorme sobre Argentina. Él no tuvo miedo de criticar a los gobiernos populistas de izquierda tales como los que lideraron los presidentes Néstor y Cristina Kirchner. Pero no fue su carácter populista per se que él cuestionaba. Más bien, Bergoglio se enfocó en cuestiones como la corrupción. 

Dicho de otra forma: si el papa Francisco llegara a criticar las raíces populistas, la ideología y la retórica del régimen de Maduro, también tendría que cuestionar la sabiduría de abordar el populismo latinoamericano como una fuerza esencialmente positiva. Ese puede ser un paso que Francisco no esté dispuesto a dar. Existe, sin embargo, un precio a pagar por ello, por lo menos al nivel de percepciones, las cuales, nos guste o no, importan en nuestro mundo conducido por los medios de comunicación. Como un profesor católico me comentó durante un reciente viaje a América Latina, «muchos están diciendo que el santo padre sería mucho más duro y directo si la dictadura venezolana fuera de la variedad derechista en vez de ser un régimen de izquierda, que se ha autojustificado desde el principio al hablar sin fin sobre “el pueblo”». Esta es simple especulación por parte de algunos católicos latinoamericanos, pero es revelador que estén expresando sus pensamientos abiertamente.

El tiempo se agota

También es evidente que la aparente reticencia a decir algo demasiado crítico de la dictadura de Maduro está provocando que algunos opositores venezolanos pierdan la paciencia con Francisco. 

Considere, por ejemplo, a Lilian Tintori. Ella es la esposa de uno de los principales líderes de la oposición, Leopoldo López: un católico devoto que guarda prisión desde el 2014. Cada día, Tintori es seguida y atormentada por las fuerzas de seguridad del régimen. Ha sido sujeto de múltiples humillaciones cada vez que visita a su esposo en la cárcel. Maduro ha denunciado públicamente a Tintori como una «terrorista». En una entrevista en Brasil, el 11 de mayo, Tintori describió lo que ella afirmó que era «inaceptable» la «insistencia» del papa de que la oposición entrara en un diálogo con el régimen de Maduro. Para ella, el rechazo tajante del régimen a cumplir cualquiera de las condiciones mínimas, tales como liberar a los prisioneros políticos como su esposo, significa que no hay nada de qué dialogar con el régimen, excepto los términos de su salida del poder. En ojos de Tintori, son necesarias unas elecciones generales inmediatamente. Tintori agregó que el pontífice simplemente se equivocó cuando dijo que la oposición venezolana está «dividida».«La oposición», dice Tintori, «está unida y empeñada en alcanzar su objetivo de elecciones generales inmediatas».

Tintori no es la única líder de la oposición que expresa dudas públicas sobre el enfoque de Francisco a la crisis venezolana. En mayo 17 de este año, Henrique Capriles, otro católico devoto que compitió contra Maduro en las elecciones presidenciales del 2013, afirmó en una entrevista que el «papa Francisco luce distante» de la crisis en Venezuela. Ya era hora, agregó, que Venezuela se convirtiera en una de las prioridades del papa. «¿Dónde está el papa?», exclama Capriles con evidente frustración. En semanas recientes, el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin (quien fungió como nuncio en Venezuela entre el 2009 y el 2013) ha declarado que Venezuela necesita elecciones frescas y justas. Esa frase hace eco de la posición de los obispos venezolanos. Ellos, sin embargo, han sido igualmente insistentes en que parte de la solución involucra «asegurar el Estado de derecho». Esto implica retornar a un sistema de gobierno que constitucionalmente limita el poder del estado en la sociedad y en la economía.

Esto es un anatema para los populistas de izquierda latinoamericanos. Ellos invariablemente descartan el Estado de derecho con su usual terminología, de carga marxista, calificándolo de ser una «herramienta de la oligarquía burguesa». Para ellos limitar (y mucho menos renunciar) a su poder sería lo mismo que traicionar al pueblo y rendirse frente a los «señores neoliberales del capital». 

Es tentador creer que el gobierno de Maduro simplemente colapsará cuando las condiciones se pongan progresivamente peores. Corea del Norte y Cuba, sin embargo, ilustran que los regímenes tiránicos pueden permanecer en el poder por un tiempo mucho más largo mientras deseen hacerlo.

Otro posible escenario es un levantamiento militar dirigido por oficiales jóvenes del ejército, enfermos por lo que el régimen requiere que ellos hagan a sus compatriotas cada día, cansados tanto de tomar órdenes de los consejeros cubanos, y, como millones de otros venezolanos, como de luchar por alimentar a sus familias. No hay nada, sin embargo, en la mentalidad de los líderes populistas-socialistas como Maduro para sugerir que permitirá que lo hagan a un lado. Tenemos todo motivo para creer que el régimen peleará de vuelta, acentuando de esta forma lo que, en muchas formas, ya se está desenvolviendo en Venezuela: una guerra civil sangrienta. Y entonces, me pregunto, cuántos venezolanos se molestarán en preguntar «¿dónde está el papa Francisco?». Estarán muy ocupados combatiendo por nada menos que sus vidas y su libertad.



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