El 17 de febrero del 2017, el mundo perdió a un académico de temperamento humilde y de mente creativa: Michael Novak. Durante su fructífera vida escribió numerosos libros y promovió la libertad de la persona. «Cada ser humano es un espíritu encarnado, compuesto de cuerpo y alma. Esto significa que la libertad del espíritu humano debe ser capaz de expresarse en el mundo material, si la libertad humana ha de ser eficaz en la historia», escribió. Él confesó que aprendió a amar la libertad desde niño, gracias a sus padres y abuelos, migrantes eslovacos que se radicaron en la región minera de Pennsylvania, Estados Unidos, en busca de su sueño americano.
Michael Novak visitó Guatemala en noviembre de 1993, para recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Francisco Marroquín por sus aportes a las Ciencias Sociales. Estuvo asociado por treinta y dos años con el American Enterprise Institute (AEI), como investigador, y fue embajador de Estados Unidos en tres ocasiones a solicitud del presidente Ronald Reagan. Al final de su vida, fue profesor visitante distinguido en la Universidad Ave Maria, en Florida.
Sin lugar a dudas, su libro más famoso es El espíritu del capitalismo democrático, publicado en inglés en 1982. Su último libro, La justicia social no es lo que crees, coescrito por Paul Adams y Elizabeth Shaw, vio la luz treinta y tres años más tarde. Esta obra representa, por ende, una carrera de más de tres décadas de originalidad, laboriosidad, honorabilidad y resiliencia en la defensa de sus ideas. Resiliencia porque no es fácil arar contracorriente en un mundo desacostumbrado a asociar ciencia con fe religiosa.
Este último libro parece redondear un círculo. Su cometido es similar al de El espíritu del capitalismo democrático. El vocablo capitalismo poseía pocos amigos en los años ochenta. Novak abraza la entonces «mala» palabra y describe el capitalismo democrático como un sistema económico, social y político deseable y compatible con las prescripciones del judeocristianismo. Su último aporte hace lo mismo para la frase justicia social, un eslogan favorito del socialismo progresista y vilipendiado por el liberalismo clásico. Novak sorprende: hace encajar la justicia social, tal y como él la entiende, rescatando su significado original de documentos eclesiásticos, con una postura de libre mercado.
En lo que a América Latina respecta, ¿En verdad liberará?, de 1986, es quizás el libro más relevante, pues allí desmenuza la teología de la liberación que se popularizó en la región. Vemos cómo, característicamente, sugiere los lineamientos de una alternativa, una teología de la creación que realmente libere al ser humano de la pobreza sin vulnerar su dignidad. Habiendo estudiado diez años en un seminario para ser sacerdote en su juventud, Novak ciertamente tenía la preparación para incursionar en este debate. El autor entra en diálogo con sus lectores, tal y como el que entabló a viva voz con Hugo Assmann, teólogo de la liberación brasileño nacido el mismo año que Novak. Nos dice el autor: sí a la liberación, pero ¿de qué, para qué y cómo? En un libro editado por Samuel Gregg en tributo a Novak, Teólogo y filósofo de la libertad (2014), Gregg afirma que «parte de la efectividad de Novak ciertamente ha sido su habilidad para penetrar las mentes de aquellos con quienes debate, o de aquellos de quienes quiere aprender, para aprehender sus intenciones, creencias, y preocupaciones subyacentes».
El libro-homenaje Teólogo y filósofo de la libertad ofrece un maravilloso recorrido por la gama de intereses que ocuparon la pluma de Novak, desde el sistema económico hasta la educación, el catolicismo, la guerra y la paz. Si le interesa saber más sobre su vida, en el 2013, escribió una autobiografía titulada Escribiendo de izquierda a derecha: mi peregrinaje de liberal a conservador.
El trabajo y ejemplo de vida de Michael Novak debe inspirar a los amantes de la libertad a seguir en la lucha con optimismo. Dejó entrever su esperanza de que así obráramos en El hambre universal por la libertad (2004): «Los partidarios de la sociedad libre, marcada por un respeto universal por los derechos humanos, no son demasiados, sino pocos. En el siglo XIX, los liberales se precipitaron al declararse enemigos de la religión, los “iluminados” contra los que aún vivían en la “oscuridad”, mientras que las personas religiosas en defensa propia cerraron sus mentes a los muchos puntos prácticos y sensatos que los liberales hacían. No debemos cometer esos errores en el nuevo siglo. La contribución de todas las personas de buena voluntad, así sean creyentes o no, son fuertemente requeridas si hemos de satisfacer el hambre universal por la libertad».