El papa Francisco y el mito del capitalismo radical

por | Blog Fe y Libertad

Mar 11, 2017

Las opiniones expresadas en este espacio no necesariamente reflejan la postura del Instituto Fe y Libertad y son responsabilidad expresa del autor.
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El siguiente artículo fue escrito originalmente en inglés por el Dr. Samuel Gregg, publicado en The Stream el 19 de enero de 2017.  Publicación original.

Traducción de Carroll Rios de Rodríguez

¿De verdad hemos visto, como dice el papa Francisco, el triunfo de la ideología del capitalismo radical?

No es ningún secreto que el papa Francisco tiene una opinión negativa de la globalización económica. Ocasionalmente, ha reconocido los beneficios, difíciles de negar, que producen los mercados globales en lo que concierne a la reducción de la pobreza. Ninguno, sin embargo, describiría al pontífice como un optimista sobre este tópico.

Es cierto que la globalización no es un ejercicio libre de costos. Solo piense en el minero de carbón, de mediana edad, que no posee destrezas fácilmente transferibles y es despedido al cerrar la mina. Los promotores de los mercados libres, como yo, deberíamos reconocer estas realidades cada vez que subrayamos los beneficios reales de los mercados globales, tales como las mejoras al crecimiento económico necesario para reducir la pobreza y también los precios de bienes y servicios, para bien de todos.

Una dificultad persistente, sin embargo, con las reflexiones del pontífice sobre este tema es que muchos de sus argumentos no se ajustan a la evidencia. Eso incluye su impresión, frecuentemente repetida, de que alrededor del mundo domina la ideología del capitalismo radical. 

¿Una ideología del capitalismo?

El papa Francisco recientemente reafirmó esta postura en su discurso con ocasión de la reunión en el Vaticano de la Mesa Redonda de Roma de la Global Foundation. Después de felicitar al grupo por promover esfuerzos privados para combatir lo que suele denominar la «indiferencia de la globalización», el papa afirmó: 

En 1991, san Juan Pablo II, respondiendo a la caída de los regímenes políticos opresivos y a la progresiva integración de los mercados que hemos dado en llamar globalización, advertía el riesgo de que se difundiera por todos lados la ideología del capitalismo. Esta implicaría una escasa o nula consideración por las realidades de la marginalización, la explotación y la alienación humanas, una falta de preocupación por la gran cantidad de personas que aún viven en condiciones de grave pobreza material y moral, y una fe ciega únicamente en un desarrollo desenfrenado de las fuerzas de mercado. Mi predecesor preguntó si tal sistema económico sería el modelo que debían proponer quienes buscan el camino hacia el genuino progreso económico y social, y ofreció una respuesta claramente negativa. Este no es el camino (ver Centesimus annus, 42). Tristemente, los peligros que preocuparon a san Juan Pablo II se han verificado ampliamente. 

Francisco dejó de mencionar que ese mismo párrafo de la encíclica de 1991 Centesimus annus respalda un capitalismo que «reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, así como de la libre creatividad humana en el sector de la economía». Ese tipo de cuidadosa matización, lamentablemente, suele estar ausente del comentario de Francisco respecto de asuntos económicos.

Dejando eso de lado, ¿tiene razón el papa Francisco cuando afirma que la ideología capitalista no se interesa por los marginados y desata a las fuerzas del mercado para que corran desenfrenadamente alrededor del mundo? La evidencia, yo sugeriría, no apoya este argumento.

Un poco de historia económica 

En los años previos al colapso del comunismo en la antigua Unión Soviética y en Europa del Este, se produjo un auge de ideas que retaban no solo a las premisas básicas de tales economías centralmente planificadas sino también al consenso keynesiano que dominaba en los países occidentales.

Eso se debe parcialmente al hecho de que las fallas del socialismo se hicieron obvias. Igualmente, las economías mixtas han demostrado ser incapaces de dirigirse a los problemas de la inflación creciente y de altas tasas de desempleo que empezaron a afligir a Occidente a partir de los años setenta. En las naciones en vías de desarrollo, surgió una creciente voluntad para admitir que no habían reducido la pobreza aquellos programas que van desde el socialismo descarado hasta el intervencionismo pesado y las políticas proteccionistas.

Luego de estos fracasos, los gobiernos de centro-derecha y centro-izquierda en los años ochenta empezaron a desregular, a reducir las barreras arancelarias, a reformar los mercados laborales, a remover restricciones a la inversión de capitales extranjeros, y a privatizar industrias en manos del Estado. Consecuentemente, los mercados se integraron más, y el proceso fue acelerado por la tecnología. Aún así, mucho que no cambió. ¿Puede uno realmente afirmar que el individualismo económico radical ha alcanzado una ascendencia global, cuando, por ejemplo, el gasto público representó el 38.9 % del producto interno bruto anual de Estados Unidos en 2016, del cual casi la mitad fue ocupado en «gastos sociales»? Durante el mismo año, el gasto público en muchos países de Europa occidental consumió arriba del 50 % del producto interno bruto, y muy por encima de la mitad se destinó a los programas de bienestar.

Viendo más allá de las naciones desarrolladas, ¿puede decirse realmente que las ideas de libre mercado han conquistado el Oriente Medio, África del Norte o Rusia? El mercantilismo o capitalismo cronista —el polo opuesto de los mercados libres— es la norma a lo largo de, por ejemplo, Rusia.

Hasta muy recientemente, muchas naciones de América Latina, incluyendo el país natal del papa, Argentina, eran dominadas por unas agendas decididamente anti libre mercado, propias de los gobiernos populistas de izquierda que llegaron al poder a principios del siglo XXI. Con frecuencia me pregunto por qué el papa parece tan renuente a criticar las políticas del «socialismo del siglo XXI» asociadas con figuras tales como el difunto Hugo Chávez, que han causado la destrucción de países como Venezuela. Aún en el este de Asia, donde la pobreza se redujo drásticamente durante los últimos cuarenta años, es un error afirmar que las ideas del capitalismo radical están en boga. La apertura de China a los mercados globales, por ejemplo, ciertamente ha transformado el nivel de vida en ese país. Sin embargo, como podemos observar en el índice de libertad económica del 2016,

más allá de una apertura nominal al comercio y a la inversión, no se han emprendido medidas de reforma genuinamente liberalizadoras, y las políticas continúan favoreciendo el estatus quo y la promoción de los intereses del partido gobernante.

Más que mercados

Además del hecho que es difícil encontrar países con un capitalismo desbocado (y mucho menos, que promueven las ideas del capitalismo radical), el pontífice parece no estar al tanto de que pocos pensadores de libre mercado consideran que las fuerzas del mercado son suficientes para resolver los problemas de la marginación y la pobreza.

A pesar de, por ejemplo, sacar a millones de personas de la pobreza a través de la apertura al comercio, India continúa experimentando una lucha económica. Una razón es que la India tiene, como afirma el índice de libertad económica, «deficiencias institucionales de larga data». Una grieta significativa es «una infraestructura legal y regulatoria que funcione adecuadamente». Otro reto para la India, agrega el índice, es «falta de certeza sobre la propiedad privada». Esto es descrito como «uno de los mayores problemas que enfrenta la economía».

En otras palabras, lo que hace falta en muchos países son (1) instituciones tales como el Estado de derecho y los derechos de propiedad claros y (2) el entorno cultural dentro del cual, como insistía la Centesimus annus de Juan Pablo II, deben estar incrustados los mercados si es que han de funcionar. No es difícil encontrar economistas de libre mercado, muchos de los cuales son cristianos que se toman en serio el mandamiento no-negociable del Evangelio en cuanto a la ayuda a los pobres, que se enfocan en cómo fortalecer tales instituciones y culturas en países donde son débiles o no existen. Indiferentes a la pobreza, no son. Lejos de ser porristas para el individualismo radical, estos pensadores reconocen que la capacidad del mercado para reducir la pobreza y promover el florecimiento humano depende de la solidez de muchas de estas relaciones no-económicas. Esto es obvio incluso cuando se hace una lectura superficial de los pensadores de libre mercado, tales como el economista ganador del premio nobel Vernon Smith, o los ya fallecidos Walter Eucken y Wilhelm Röpke.

En su encíclica de 2015, Laudato si’, el papa Francisco demuestra cierto conocimiento de que las instituciones y la cultura son cruciales para el desarrollo económico y social. Es menos evidente que comprende qué tanto, y por cuántos años, muchos economistas de libre mercado han centrado su atención sobre este asunto.

El captar estos puntos, sin embargo, llevaría al pontífice, y a cualquiera que lo está asesorando sobre estos asuntos, a descartar el mito según el cual la ideología capitalista radical ha hundido profundas raíces a lo largo y ancho del planeta. Lamentablemente, me temo que tal reconocimiento tendrá que esperar hasta el próximo pontificado.

Samuel Gregg es director de Investigaciones del Instituto Acton y autor de Por Dios y las ganancias: cómo la banca y las finanzas pueden servir al bien común (2016).

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