Libertad y el Cáliz de la Ira

por | Blog Fe y Libertad

Abr 10, 2023

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«La desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad. Los obedientes deben ser esclavos». Así se manifestaba Henry David Thoreau a finales del diecinueve. ¿Es la obediencia el enemigo de la libertad? Desde Thoreau hasta Nike, la libertad (Just do it!) se presenta como el mayor bien. El tesoro que se sobrepone a cualquier otro. Ahora bien, ¿y si fuésemos dioses? Piénsalo bien ¿qué harías si tuvieses la plenitud de poder y libertad? 

La tradición bíblica nos presenta en el Libro del Génesis una narración esplendorosa de la creación. Y aunque la cultura popular sobre todo recuerda el séptimo día, el día del descanso, no deja de llamarme la atención la situación al final del quinto día. La luz y las sombras han sido separadas, Y cada una da gloria a Dios obedeciéndole. Las aguas y la tierra también han sido creadas, y glorifican a su Hacedor. De igual modo ocurre con toda la vegetación y los animales voladores, marinos y terrestres, según sus especies. 

Al concluir el quinto día, el mundo entero está creado y obedece a su creador y le da gloria. Todo era perfecto esa noche, y Dios lo certifica. Todo es perfecto, pero no hay Amor. Todo obedece a Dios, pero nadie en la tierra le ama. Así es como llegamos al sexto día y la creación del ser humano. Dios crea alguien, no algo. Hecho a imagen y semejanza de su Creador, el hombre es capaz de amar. Es libre. Tiene la posibilidad de elegir a Dios… o de rechazarlo. Puede obedecer si quiere, y puede ser libre. 

Si tú fueras Dios ¿te habrías arriesgado a tanto? ¿Y si sale mal?, ¿y si la criatura se rebela contra el Creador? La respuesta de los profetas de Israel no se deja esperar, y se presenta en una visión que nos cuenta el profeta Jeremías (capítulo 25). Las naciones de la Tierra se reúnen para un banquete, presidido por Yahvé. Y el Señor les presenta un cáliz. Todos tienen que beber de ese cáliz, empezando por Israel. Se trata del Cáliz de la Ira Divina, y todas las naciones beberán y tragarán y serán destruidas (Abdías, 16). Es cierto que la Biblia presenta un mensaje de Salvación. Pero también presenta un mensaje de destrucción. 

Algún lector, más avezado podría decir: «Sí, claro, la destrucción y la aniquilación aparecen en el Antiguo Testamento, pero no en el Nuevo». O «El Dios del Antiguo Testamento es el de la Ira, y el del Nuevo es el de la Misericordia». Y, ahora que hemos pasado la Semana Santa y la Pascua, es bueno recordar que el Cáliz de la Ira también aparece en los Evangelios, hasta tres veces. La primera vez que se menciona es en aquella conversación de Jesús con los Hijos del Trueno: «¿Seréis capaces de beber del Cáliz que yo voy a beber?» Las otras dos veces ocurren durante la Pasión de Jesús.

La situación es conocida, pero no por ello menos aterradora. Jesús de Nazaret está en el Huerto de los Olivos (Getsemaní), rezando bajo la luna llena del 14 de Nisán, y contempla ante sí lo que se le viene encima. Se horroriza al ver todos los pecados de la humanidad y todos los dolores cayendo sobre él en el Calvario. Su naturaleza humana (100 % humana, con inteligencia y voluntad libres) desea, de forma natural, escapar de una muerte segura, y evitar un sufrimiento sobrenatural. La voluntad humana de Jesús quiere que el cáliz pase sin beberlo. Jesús es libre. Al mismo tiempo, la voluntad de Dios es salvar el mundo y ha elegido el camino de la Cruz. Y Jesús acepta esa voluntad Divina: «No se haga mi voluntad sino la tuya». Es el Amor el que lleva a la voluntad humana de Jesús a obedecer, usque ad mortem, mortem autem Crucis. Hasta la muerte, y muerte de Cruz.

Nosotros no somos dioses. Pero sí sabemos lo que eligió Dios. Dios todopoderoso, eligió la obediencia. Y así llegamos a la tercera mención del Cáliz en los Evangelios. En mitad de la noche capturan a Jesús, pero antes Pedro ha sacado su espada y ha atacado al siervo del sumo sacerdote cortándole la oreja. La respuesta de Jesús nos da una pista de cómo tomar la voluntad de Dios: «El cáliz que el Padre me ha dado, ¿acaso no la he de beber?». Solo quien es verdaderamente obediente puede ser verdaderamente libre. Como decía San Josemaría Escrivá: «La libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente. La libertad sólo puede entregarse por amor; otra clase de desprendimiento no la concibo» (Amigos de Dios, 31).

En resumen, la libertad es un gran bien, que no se contrapone a la obediencia. La Pasión de Jesús, en la que él toma el Cáliz de la Ira de Dios por nosotros, donde Dios se entrega por amor, no solo es una decisión libre, sino liberadora. Y, como la madre que sufre en el parto, y lo hace llena de esperanza, así nosotros estamos llamados a defender la libertad y a sufrir libremente por amor. La Cruz es un gran Misterio, y quizás no sabemos por qué Dios la eligió como vía de Salvación, pero sí sabemos que la eligió libremente por amor.

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