El primer artículo en relación a este tema concluyó afirmando que la belleza es un itinerario, sin mucha escala, para llegar a Dios. Sin mucha escala porque la dimensión sensorial y a la vez intelectual de su impacto lleva a una especie de rapto hacia lo divino. Así fue como Platón describió el arrebato que provoca la belleza y, siguiendo esa línea de pensamiento, Benedicto XVI amplía al respecto.
Sin embargo, antes de continuar con las ideas de Joseph Ratzinger respecto de la belleza, hay aún bastantes aspectos de este inabarcable tema por señalar. Uno de ellos es su ineludible y difícil definición. ¿Qué es? ¿Dónde se la encuentra? ¿Hay maneras de acceder a ella? En un rápido esbozo, se podría afirmar que hay tres tipos de belleza.
a) La belleza natural, que se encuentra en las cosas de la naturaleza: un paisaje, el vuelo de un pájaro, unas cataratas, unas montañas, el mar, unas nubes, etc. La proporción, la armonía y el esplendor que se encuentra en el mundo creado configuran las propiedades de la belleza natural y remiten a su creador. Es la belleza exterior de una persona que se reconoce en sus facciones y en su porte. Esta belleza impacta a la vista, aunque podría venir acompañada de otro tipo de estímulos como un sonido, un aroma, una suave brisa. Esta belleza natural es fuente de agrado y complacencia para los sentidos exteriores y remite a un conocimiento intelectual que se diría directo, que no pasa por el razonamiento. Se trata de una percepción que enriquece y ennoblece a quien la experimenta.
b) La belleza artística es la que los artistas buscan al hacer sus obras: la armonía, el equilibrio, la proporción de lo creado, dirían los clásicos; la ruptura de los cánones, dirían los contemporáneos. Es la belleza de una fotografía, un edificio, una escultura, una pintura, un discurso, una sinfonía. El Renacimiento se encargó de transmitirnos un nuevo estilo de belleza basado en la armonía y el orden, canon que cambiaría en los siglos XVII (Barroco) y XVIII (Ilustración y Neoclasicismo), por ejemplo. Esta belleza artística quedaría reflejada en las artes y es producto del talante creativo de su autor. Es una belleza que exalta, transporta, reconforta e incluso sacude y conmueve a quien la experimenta. Aparte de este argumento encontramos el de los artistas empeñados en mostrar lo desgarrador, oscuro, injusto, doloroso, atormentado, angustioso, y un largo etcétera que la vida presenta. Sus obras penetran y duelen porque reclaman e interrogan. Buscan, por la vía de la oscuridad, la luz.
c) La belleza moral consiste en el orden, unidad, verdad y bondad interiores de la persona. Es la coherencia entre la conducta y la meta o ideal que se persigue y la verdad de sus palabras. Es la armonía de las cualidades interiores que se refleja en lo que se dice y se hace. Se reconoce en la capacidad de salir de sí mismo, venciendo el egocentrismo, para fijarse en los otros; es el olvido de sí. No se trata, pues de la belleza exterior, sino de un bien cultivado interior que redunda en actos buenos y, por tanto, bellos.
Tomando en cuenta que la belleza puede aparecer en distintos aspectos de la realidad, el emérito papa se cuestiona acerca de la belleza de Jesucristo, pues al ser perfecto Dios y perfecto hombre, su apariencia debió de ser bella y cautivante. A ello se le sumaría la fuerza y autoridad de su palabra y su capacidad de estar pendiente de ayudar a quienes le rodeaban.
En ese darse de Jesucristo, Benedicto XVI pone de relieve su entrega hasta el final. Su muerte ignominiosa en la Cruz lo despoja de su bella apariencia y lo convierte en un despojo humano. La belleza física de Cristo se ve deshecha y desfigurada por su Pasión.
Permanece únicamente su belleza moral, la cual, al fin y al cabo, es la que cuenta.
La apariencia bella de Cristo se vio maltrecha por la forma en que fue torturado y asesinado. La belleza de su dolor abrazó la ofensa y la muerte. De allí que solo se encuentra esa verdadera belleza en la donación y la entrega, en la pérdida de sí mismo por amor. Al asumir todas nuestras deudas y ofrecerse en holocausto, Cristo demostró su amor. El dolor ocultó la belleza de su rostro, pero reveló la plenitud moral —bella— de su entrega.
Estas son algunas de las ideas que Ratzinger pone de relieve en su artículo «La contemplación de la belleza», cuyo comentario dará ocasión de un tercer documento que será publicado aquí posteriormente.