Impulse el florecimiento, ese es su llamado

por | Blog Fe y Libertad

Sep 18, 2018

Las opiniones expresadas en este espacio no necesariamente reflejan la postura del Instituto Fe y Libertad y son responsabilidad expresa del autor.
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Originalmente publicado en Institute for Faith, Work and Economics el 18 de septiembre de 2018. Puede encontrarse aquí.

Traducido por Jessica Paduán para el Instituto Fe y Libertad.

La Biblia enseña que estamos llamados a ser buenos mayordomos (administradores) de los recursos que Dios nos da. Pero la mayordomía no se trata solo de diezmar o cuidar de la tierra, sino de cada elección que hacemos. Ser un buen mayordomo requiere saber lo que Dios desea que hagamos con los recursos que nos ha confiado. En las Escrituras, vemos el llamado claro de Dios para lograr florecer en el mundo que nos rodea. Pero, ¿qué es el florecimiento y cómo llegamos allí?

¿Qué es florecimiento?

En el Antiguo Testamento, el concepto de florecimiento se describe mejor con la palabra hebrea shalom. Los eruditos bíblicos nos dicen que shalom significa una serie de cosas, incluyendo la salvación, integridad, honradez, firmeza, comunidad, conexión, rectitud, justicia y bienestar. Shalom denota una relación correcta con Dios, con otros y con la creación buena de Dios. Es la forma en que Dios quiso que fueran las cosas cuando creó el universo. En la mayoría de las Biblias en inglés, traducen shalom como paz, pero significa mucho más que solo una ausencia de conflicto.

La idea de florecimiento como shalom, en el sentido más amplio de la palabra, es un tema importante en el Antiguo Testamento:

  • Cuando el Señor trae shalom, hay prosperidad (Salmos 72: 1-7).
  • Hay salud (Isaías 57: 18-19).
  • Hay reconciliación (Génesis 26: 28-29).
  • Hay contento (Génesis 15:15; Sal. 4: 8).
  • Cuando el shalom del Señor está presente, hay buenas relaciones entre las naciones y los pueblos. El shalom de Dios tiene una dimensión tanto social como personal (1 Crónicas 12: 17-18).

Shalom significa florecimiento universal, plenitud y deleite, representando la forma en que las cosas deberían ser. Los profetas del Antiguo Testamento describieron a Shalom como el león que yacía con el cordero, las armas se convirtieron en herramientas agrícolas, los desiertos en flor y las montañas que fluían con vino tinto.

Como Hugh Whelchel ha dicho, la definición bíblica de florecimiento es muy diferente a la definición cultural que se enfoca en glorificarnos y complacernos a nosotros mismos:

El florecimiento bíblico es misional, sacerdotal y centrado en el exterior, motivado en la propagación de la gloria de Dios en toda la tierra. Florecemos cuando ayudamos a otros a florecer (Jeremías 29: 4-7). La visión cultural del florecimiento está centrada en uno mismo, fijada internamente, y todo acerca de nosotros.

Como explicó el teólogo Jonathan Pennington, un aspecto del shalom es la prosperidad material. Mientras que aquellos en la pobreza pueden experimentar el florecimiento bíblico, «Dios no se despreocupa por nuestro bienestar», escribe Pennington. Del mismo modo, debemos encontrar formas de ayudar a las personas a salir de la pobreza.

No es casualidad que en los últimos doscientos años hayamos experimentado, en un corto tiempo, un crecimiento explosivo en el mundo occidental, proporcionando un nivel de abundancia y prosperidad impensable incluso para reyes y reinas. La mayor parte de la historia humana hasta ese momento estuvo marcada por la pobreza y la lucha por la subsistencia. El camino hacia el florecimiento ha sido cuesta arriba, pero los cristianos han jugado y pueden seguir desempeñando un papel importante en lograr un mayor florecimiento para toda la humanidad.

La productividad por persona, cuando se grafica sobre la historia humana, sigue un patrón exponencial, como se demuestra en la siguiente gráfica. Según las estimaciones, no fue hasta el año 1500 d. C. que empezamos a ver incluso el más mínimo aumento en el PIB por persona. Antes de 1500 d. C., la productividad neta fluctuaba ligeramente por encima de cero.

Como muestra la gráfica, la mayoría de los avances en tecnología, longevidad y prosperidad son bastante recientes en la historia humana.

Estas innovaciones y avances han beneficiado a todos, no solo a los ricos. A través de los mercados competitivos y el libre comercio internacional, estos avances han sacado a millones de personas de la pobreza y están cada vez más disponibles para segmentos más grandes de la población mundial.

Sin embargo, la pobreza todavía afecta a muchas personas en el siglo XXI. El Banco Mundial define la pobreza como vivir con menos de $1.90 por día. En 1990, el 35 % de la población mundial vivía en la pobreza, pero en 2013 esa estadística cayó al 10.7 %. La expansión de los mercados globales es la razón por la cual este número continúa disminuyendo.

La pobreza es una cicatriz en la dignidad dada por Dios a cada ser humano. Cómo cuidamos a los pobres, si les permitimos usar sus talentos que Dios les ha dado, y cómo entramos en comunidad unos con otros, todos son aspectos de la mayordomía.

Florecer es el objetivo de nuestra mayordomía

Una buena mayordomía conduce al florecimiento, que se caracteriza por el bienestar, la prosperidad y la abundancia. Es la forma en que Dios creó todas las cosas antes de la caída, así como también lo que restaurará cuando Cristo regrese. En la parábola de los talentos, Jesús enseña que todos deben maximizar los dones que se les da para contribuir al florecimiento del mundo (Mateo 25: 14-30).

La mayordomía involucra no solo lo que hacemos con nuestro dinero, sino también cómo gobernamos o administramos todos los recursos limitados y escasos con los que hemos sido dotados. Si bien esto abarca la tierra y todo lo que hay en ella, también incluye nuestro tiempo, energía, talentos, dones y habilidades. La mayordomía es parte del mandato cultural que se encuentra en Génesis 1:28:

Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.

Cada uno de nosotros es creado por Dios para contribuir con algo a su reino. Tenemos una oportunidad especial para usar nuestros intereses y habilidades particulares para hacer algo significativo.

Esta visión más amplia de mayordomía abarca todos los aspectos de la vida. El trabajo que uno realiza, dónde vive, cuántos hijos tiene y dónde envía a sus hijos a la escuela, todo implica mayordomía. Esas opciones requieren que tomemos decisiones con nuestros recursos escasos, ya que cada compensación nos presenta un costo y se convierte en parte del cálculo de la mayordomía. Nuestros esfuerzos pueden traernos deleite a nosotros y al Señor y permitirnos servir al bien común.

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