Publicado originalmente el 19 de marzo de 2024 en Prensa Libre.
El día de hoy la iglesia Católica conmemora a San José. La Biblia nos informa que fue un hombre justo que se casó con María y se convirtió en el padre terrenal de Jesús. Se ganó la vida como carpintero. Tal fue su relevancia en el plan divino de Dios que la iglesia lo nombró patrón de la Iglesia Universal, de los bebés no nacidos, de las familias y los padres. Lo invocan especialmente los migrantes, los carpinteros, los agentes inmobiliarios y quienes buscan empleo. También nos dirigimos a él para pedirle una muerte feliz.
La Biblia registra pocos diálogos y detalles sobre la vida de San José. Sin embargo, los cristianos nos identificamos con su perfil respetuoso, fiel y trabajador. El Evangelio nos dice que Jesucristo era conocido como faber, filius María, el obrero, el hijo de María. Se entrenó en el taller de Nazaret. Durante 30 años, Jesús llevó una vida de trabajo callado y ordinario a la par de San José y María. El carpintero enseñó a su Hijo a hacer un trabajo esmerado, con alegría, poniendo de manifiesto su amor por la perfección técnica. Le enseñó a comprar insumos de proveedores, a hacer un uso óptimo de los recursos escasos a su disposición, a aprovechar el tiempo, a calcular el costo de sus productos acabados, y a atender con cortesía a los clientes.
En Gaudium et Spes leemos que la actividad humana se ordena al hombre; con su acción, el hombre «no solo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende». El trabajo nos va moldeando en mejores personas si a lo largo de la jornada hacemos acopio de diversas virtudes, como la paciencia, la constancia y la justicia. Y, al ofrecerle nuestro trabajo bien hecho y bien terminado a Dios, lo convertiremos en oración.
El cristiano no ve el trabajo como un castigo divino, porque aún en el paraíso trabajó Adán. San José seguramente consideró el trabajo como un medio de santificación. Es muy alentador pensar que a lo largo de los siglos, miles de comerciantes, artesanos, industriales y campesinos se han hecho santos participando en el mercado, produciendo e intercambiando bienes y servicios. Nos servimos unos a los otros, damos sostenimiento a la familia propia y contribuimos a nuestra comunidad.
El Apóstol Pablo habló con frecuencia del trabajo. Sentía orgullo de ganarse el pan fabricando tiendas. «Con afán y con fatiga trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros», escribió a los tesalonicenses. Lo subrayó agregando que el que no trabaje, que no coma. Cuentan que Santa Teresa de Ávila regañó un día a unas monjas a su cargo que querían ayunar seis días en vez de tres. Santa Teresa les recomendó alimentarse lo suficiente para poder trabajar, en vez de prolongar el ayuno. Ella comprendía que para ser santos tenemos que acometer nuestras responsabilidades diarias con amor, en lugar de ponernos retos fantasiosos.
En los ojos de Dios, todo trabajo que se realiza por amor a Él es digno y puede llegar a tener la misma calidad sobrenatural. La agricultura, la programación, la cirugía y la docencia: todas son grandes ocupaciones si se hacen con sentido cristiano. El poder elegir nuestra ocupación es lo ideal, pero en el fondo, debemos aprender a disfrutar realizando cada tarea que se nos encomienda. Allí donde nos toca estar, allí haremos rendir nuestros talentos.
Aprovechemos este día para intentar emular al noble San José, para ofrecer a Dios nuestras labores, y para dar gracias por las personas a quienes debemos la creación de dichas oportunidades de trabajo. Pidamos por la creación de más y mejores empleos, por un entorno laboral libre y próspero.