Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que el libertarismo es una postura ética con implicaciones políticas y económicas. La máxima sobre la que descansa el ideal libertario versa del siguiente modo: La única manera de justificar una agresión es si esta se produce en modo de defensa o autodefensa; toda agresión que se aleje de estos parámetros será, por ende, injustificable y constituirá un acto incorrecto.
La pregunta más lógica es preguntar: ¿una agresión a qué? Aquí los libertarios responden de diferentes maneras, pues, a fin de cuentas, el libertarismo no es más que un sinónimo de ácrata. Y ácratas hay de todos los colores y sabores.
Los austro-libertarios (corriente a la cual adscribimos) responden que es una agresión todo lo que menoscabe el derecho arraigado al ser humano. Este es, el derecho de autopropiedad, propiedad y aquellos que se deducen de él; a saber: el derecho a la libertad y a la vida. Incluso dentro de los austro-libertarios hay diferentes fundamentaciones del derecho. Están los iusnaturalistas, quienes le otorgan a la naturaleza humana la misión de sostener el derecho, y están quienes se adhieren a la ética argumentativa de Hoppe, los que deducen el derecho de autopropiedad como un juicio sintético a priori.
Luego, las implicaciones político-económicas recaen en que todo sistema de organización social que viole la vida, la libertad y la propiedad es un sistema criminal, y quien diga defender la justicia y la verdad, debe empeñarse en cambiarla hacia un orden natural, o lo que es lo mismo, un modelo social donde se respete radicalmente el derecho de propiedad y los derechos que de él se derivan.
Los que somos austro-libertarios tenemos una aproximación a esa sociedad de respeto cuando aplicamos el método praxeológico a las ciencias sociales, y todo apunta a que ese modelo de sociedad es el anarcocapitalismo.
Hay muchas maneras de imaginar el anarcocapitalismo; quizás, la más sensata, sea la de imaginar un mundo hecho de comunidades privadas donde los miembros se unan a estas comunidades privadas de manera voluntaria y donde estas comunidades establezcan las reglas que les parezcan más convenientes, siempre y cuando respeten la vida la propiedad y la libertad.
Esto haría que el anarcocapitalismo de base generara una panarquía posterior. Pues, tal como lo planteaba Paul Émile de Puydt, sería un modelo que puede contemplar, dentro de él, otros modelos que podrían hasta ser contradictorios con el modelo base. Un ejemplo muy claro lo vemos en que, en este escenario hipotético podría haber una comunidad que, amparada en el derecho de propiedad, decida vivir como una monarquía absoluta. Y, siempre y cuando todos sus miembros estén ahí libre y voluntariamente, hayan firmado un contrato que tipifique cómo será la sociedad a la que quieren unirse y (esto es muy importante) establezca los mecanismos para desafiliarse de la comunidad, estaría todo bien ¿o no?
Y pese a que estaría bien en el sentido de que todo es libre y voluntario, por tanto, ético, podría darse el caso en el que una comunidad decida no respetar la base fundamental de la armonía y paz de este mundo ficticio: el respeto a la vida, la libertad y la propiedad. Esto podría ocurrir con cualquier comunidad socialista, fascista, comunista, entre otras que estén convencidas que su modelo de organización es tan bueno que debería imponerse en las demás comunidades.
Es por ello que, pese a que todos los modos de vida que respeten la vida, la libertad y la propiedad, son tolerables, básicamente, no dan justificación para usar la fuerza contra quienes los practiquen, esto no quiere decir que hay que respetar todas las formas de vivir. Es decir, no hay que asumir que, por ser pacíficas, son dignas de imitar, o asumir que esas formas de vida tienen alguna validez más allá de la del respeto a la vida, libertad y propiedad.
Es por ello que, en pos de defender la permanencia del anarcocapitalismo, debería evitarse el comercio con todas las comunidades que tengan modelos sociales o modos de vida que pongan en peligro la permanencia del anarcocapitalismo, esto es, cualquier tipo de colectivismo, polilogismo, o sociedad hedonista, materialista, carente del factor trascendental, entre otras.
Es por ello que es tan importante para el libertarismo teorizar sobre cómo llegar al anarcocapitalismo, como organizar sociedades que sean compatibles con él, y que puedan hacer que perdure.
Tal como explica el principio de individualismo metodológico, solo son los individuos quienes actúan. Los colectivos —como la sociedad, la humanidad, la nación o el partido— no pueden actuar, pues no tienen sustancia ontológica. Mises (2021) lo plantea de la siguiente manera:
Ante todo, conviene advertir que la acción es siempre obra de seres individuales. Los entes colectivos operan, ineludiblemente, por mediación de uno o varios individuos, cuyas actuaciones se atribuyen a la colectividad de modo mediato. Es el significado que a la acción atribuyan su autor y los por ella afectados lo que determina la condición de la misma. Dicho significado de la acción da lugar a que determinada actuación se considere de índole particular mientras otra sea tenida por estatal o municipal. Es el verdugo, no el estado, quien materialmente ejecuta al criminal. Sólo el significado atribuido al acto transforma la actuación del verdugo en acción estatal. . . . Porque una colectividad carece de existencia y realidad propia, independiente de las acciones de sus miembros. La vida colectiva se plasma en las actuaciones de quienes la integran. No es ni siquiera concebible un ente social que pudiera operar sin mediación individual. La realidad de toda asociación estriba en su capacidad para impulsar y orientar acciones individuales concretas. Por tanto, el único camino que conduce al conocimiento de los entes colectivos parte del análisis de la actuación del individuo. (p. 51).
Entendemos entonces que el primer paso para tener una buena sociedad es tener buenos individuos que la compongan. Y es ahí donde el libertarismo es insuficiente, pues es muy eficaz y certero para delimitar parámetros éticos; pero, en términos morales, parece muy permisivo, incluso con aquellas conductas que puedan ponerlo en riesgo.
Por tanto, hay que generar una unión ecléctica entre el libertarismo y una teoría moral que no sea contradictoria con este, y sea complementaria para preservar la sociedad y vivir bien.
Nos parece, además, que esta tarea debe ser llevada con la mayor de las cautelas, pues lo que se busca no es caer en una moral arbitraria a gusto de quien escribe, sino una aproximación lo más objetiva posible para generar el enlace moral del libertarismo. Es por ello que nos valdremos, en primer lugar, de una moral que tenga bases congruentes con las premisas fundamentales de la acción humana, esto es, una moral que entienda el funcionamiento de la acción humana y que busque potenciarla hacia una vida virtuosa.
Teniendo en cuenta que esa moral no existe aún, se buscará crearla con base en premisas de teorías morales preexistentes que sean congruentes entre sí y no contradictorias con el postulado fundamental del libertarismo.
Creemos que podemos encontrar un buen punto de partida en el estoicismo —o, mejor dicho, en algunas de sus máximas—, pero cambiando su justificación de la clásica a una praxeológica. Pues, a pesar de que el estoicismo cae en una suerte de determinismo “cósmico”, en el sentido de que somos lo que el universo quiere, tenemos un papel y dicho papel debe ser “actuado” con orgullo y virtud (recordemos que muchos estoicos antiguos eran también panteístas), algunas de las implicaciones prácticas de estos postulados pueden ser, no tan solo útiles, sino que con base en lo que sabemos acerca de la acción humana. Luego, quien entiende cómo funciona, tiene más probabilidades de vivir bien, pues no buscará contrariar lo que le es propio.
Entremos de lleno en la máxima principal del estoicismo, aquella que apela a la consciencia de las cosas que están en nuestro control y las que no. Las que están en nuestro control, si las cambiamos para bien, nos hacen plenos y virtuosos; las que no dependen de nosotros, no debemos buscar cambiarlas, pues al no conseguirlo seríamos amargados y esclavos de nuestro deseo “sobre” natural. Epicteto (2020) dice:
1. De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros, y las otras no. Las que dependen de nosotros son la opinión, el querer, el deseo y la aversión; en una palabra, todas nuestras acciones.
2. Las que no dependen de nosotros son el cuerpo, los bienes, reputación, las dignidades; en una palabra, todas las cosas que no son acción nuestra.
3. Las cosas que dependen de nosotros son libres por su naturaleza, nada puede detenerlas ni estorbarlas; las que no dependen de nosotros se ven reducidas a impotencia, esclavizadas, sujetas a mil obstáculos, completamente extrañas a nosotros. (p. 183)
Epicteto enfatiza en su Manual que quien se molesta por aquello que no depende de nosotros, es parecido a un bebé haciendo una pataleta. Es infantil, inmaduro y contrario a el entendimiento del ser humano.
Cuánta razón cobran los párrafos del estoico cuando se les pasa a términos praxeológicos: Tenemos que de nosotros depende, en términos generales, el juicio. Cuando recordamos que el valor de algo es subjetivo, pues depende de cómo lo hayamos juzgado como medio para un fin, también subjetivo, encontramos la validez del punto. En efecto, todo cuanto atañe al juicio es libre, pues todo lo de la dimensión del pensamiento y la mente lo es igual.
Cuando habla de lo que no depende de nosotros enlista una serie de cosas; están el cuerpo, la hacienda, la reputación y las dignidades. Con relación al cuerpo, entendemos que se refiere a enfermedades de nacimiento, enfermedades en general, y no al peso o a la masa muscular (recordemos que llega hasta nuestros días la noticia de que Epicteto era cojo), por lo que le concedemos el punto.
En cuanto a la hacienda, la dejaremos fuera de nuestra reinterpretación praxeológica, pues pareciera un atisbo determinista del cómo entender la vida:
Recuerda que eres actor de un drama, con el papel que quiera el director: si quiere uno corto, corto; si uno largo, largo; si quiere que representes a un pobre, represéntalo con nobleza: como a un cojo, un gobernante, un particular. Eso es lo tuyo: representar bien el papel que te han dado; pero elegirlo es cosa de otro. (Epicteto, 2020, p. 191)
Con relación a las opiniones y juicios de terceros tenemos lo siguiente: “Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas” (Epicteto, 2020, p. 186). Entendamos “cosas” también como ‘acontecimientos’, pues en el propio pasaje después se habla de la muerte, que no es una cosa, sino un acontecimiento.
Y concordante a la interpretación anterior, tenemos que si el valor es subjetivo para mí, lo es también para el resto de la humanidad. Luego de esto, se desprende lo siguiente: si el valor es subjetivo, los terceros juzgarán mis acciones de distinta manera a mi juicio; los terceros valorarán los medios de distinta manera que mis valoraciones, pues sus fines serán, también, diferentes. Teniendo eso en mente, sería imposible —por ejemplo— dar una buena impresión, de manera objetiva, o conseguir que las personas hagan lo que yo quiero solo porque yo quiero (de hacerlo lo harían porque les produce mayor utilidad seguir mi recomendación que no seguirla), y es por ello que, en otras palabras: Las impresiones de otros sobre nosotros no tienen por qué afectarnos, pues no hay un fundamento objetivo para tomarlas en serio. Además, enfadarnos con terceros porque no se portan como nosotros queremos que se porten, como esperamos que se porten, o como nos gustaría que se comportaran, es una simple pataleta propia de quien no entiende la acción humana.
El siguiente factor que podría ayudar a una sociedad libertaria longeva no es una máxima como tal, sino una característica del estoicismo (así como de otras filosofías, tales como el taoísmo, el zen y el budismo). Esta es el ascetismo.
Para explicar esto es importante explicar una de las categorías de la acción, la preferencia temporal. Mises (2021) dice lo siguiente:
La preferencia temporal es una categoría de la acción. No concebible ningún tipo de acción en que la satisfacción más próxima no sea preferida —invariadas las restantes circunstancias— a la satisfacción más lejana. El propio acto de satisfacer un deseo implica que la gratificación presente se prefiere a la satisfacción ulterior. Quien hoy consume cierto bien (no perecedero), en vez de posponer tal consumo hasta un posterior e indefinido momento, proclama bien alto que valora en más la satisfacción presente que la futura. Si el interesado no prefiriera la satisfacción temporalmente más cercana a la más lejana, jamás llegaría a consumir, dejando perennemente insatisfechas sus necesidades. No haría más que acumular bienes que luego nunca llegaría a consumir ni a disfrutar. No consumiría hoy, desde luego, pero tampoco consumiría mañana, ya que ese mañana volvería a enfrentarle con la posibilidad de aplazar una vez más el disfrute. (p. 508)
Tenemos entonces que aquellas personas de preferencia temporal alta prefieren el consumo inmediato; están orientadas al presente. El ahorro y la inversión para una utilidad sustancialmente mayor en el futuro les son indiferentes. Por otro lado, las personas de preferencia temporal baja tiene una predilección por sacrificar el consumo presente por una ganancia mayor en el futuro. Son ahorradores innatos y tienden a ser personas —financieramente— responsables, o empresarios de trayectoria duradera.
Cabe preguntarse cuál es la correlación entre el ascetismo y la preferencia temporal. Se da que los ascetas, en su mayor medida, son personas de preferencia temporal baja. Prefieren vivir una vida frugal, prudente y mesurada, con tal de experimentar una ganancia “meta” monetaria; puede ser la vida virtuosa, la inmutabilidad, la conexión con lo divino, etc.
Los beneficios de una preferencia temporal baja, más allá de los metafísicos (los cuales pueden ser objetados en cuanto se cuestione que es la virtud, la imperturbabilidad o la relación con Dios), son también terrenales, pues si bien es cierto, el ahorro puede utilizarse como seguro en tiempos de escasez, cuando estos tiempos no se presentan con frecuencia, el ahorro se transforma en inversión potencial, la inversión potencial en riqueza, la riqueza en ahorro, y el ciclo se reinicia.
Por el contrario, quien mantiene una preferencia temporal alta, es capaz de sacrificar hasta lo más esencial de una sociedad para poder satisfacer sus necesidades ipso facto.
Hoy, por ejemplo, el socialismo y todos los modelos de sociedad intervencionista se mantienen por estas cosas, que desconociendo —o no importándoles— los efectos de largo plazo de la política económica estatista, la votan, pues le ofrecen subsidios, bonos y otras regalías en el presente.
Esto es lo que señala Hans-Hermann Hoppe (2020) en Monarquía, Democracia y orden natural cuando dice:
Hay quien, como los niños, se desentiende de todo que no sea el presente y el inmediato futuro, interesándose tan sólo por los placeres instantáneos o apenas diferidos. Esta elevada preferencia temporal puede ser la de un vagabundo, un holgazán, un borracho, un yanqui, un fantasioso o simplemente la de un vivales, que aspira a trabajar lo menos posible para sacarle el máximo partido a cada día. Otras personas, en cambio, están permanentemente preocupadas por su futuro y el de su descendencia; mediante el ahorro pretenden acumular capital y bienes de consumo duraderos, para cubrir así sus necesidades de bienes futuros en periodos de provisión cada vez más largos. Un tercer tipo de personas puede situar la estimación de su preferencia temporal en algún punto situado entre los dos extremos, o experimentar preferencias diversas según la época de su vida, eligiendo, consiguientemente, estilos de vida diferentes. (p. 43)
Evidencia que una sociedad de preferencia temporal baja, no tan solo es beneficiosa para la preservación del ideal libertario, sino también para la descendencia de quienes deseen vivir de esa manera. En suma, la vida ascética ayuda a cimentar una conducta de baja preferencia temporal y es beneficiosa para quien la practique en cuanto sepa encauzar el fundamento de su ascetismo, que no sienta que se priva del lago, sino que goza de algo mejor. De lo contrario, sería una sociedad de amargados y frustrados.
Para terminar, cabe mencionar que estamos completamente al tanto de lo ínfimo del aporte; sin embargo, nos parece que ese es el espíritu de cualquier disciplina: una sumatoria de pequeños aportes, pero bien encaminados que, eventualmente, son recopilados por alguien que, no tan solo les da coherencia y unidad, sino que agrega la pieza final de este rompecabezas llamado teoría libertaria.
Así como se dijo en el comienzo del documento, no se agregaron consideraciones individuales de cuáles valores deberían tener las personas y por ende, la sociedad. Esto se hizo con el fin de que esas apreciaciones se sumen a las ya escritas y estas se tomen como un mínimo, a base de la cual seguir construyendo el camino del florecimiento humano, y nunca, como lo único a practicarse, es solo un mínimo, que por ello, no deja de ser esencial.
Por último, exhortamos a todos quienes nos leen a buscar solución a lo siguiente: ¿Qué se puede hacer con aquellas personas que no deseen seguir la forma y los valores de la sociedad libertaria? ¿Qué formas de vida son neutrales al libertarismo y qué debe hacerse con ellas?
Si bien es cierto, hay autores que se han aventurado a buscar respuesta en estas encrucijadas, sus soluciones tienden a la conducta reaccionaria, el ostracismo o la remoción física, no parecen tener un fundamento sólido que justifique lo radical de ese comportamiento y, en la práctica, pareciera que esas posturas atraen a personas racistas, sexistas, xenófobas y de otras calañas, los cuales no justifican sus aversiones más allá de la permisibilidad discriminatoria que entrega la propiedad privada. Esto no beneficia en nada al libertarismo pues, si bien es cierto que permite la discriminación en tanto facultad privativa de la propiedad, reconoce también que las categorías de la mente están presentes en cada individuo.
Referencias
Epicteto. (2020). Disertaciones, fragmentos y manual. Gredos.
Hoppe, H. (2020). Monarquía, democracia y orden natural. Unión Editorial.
Von Mises, L. (2021). La acción humana: Tratado de economía. Unión Editorial.