Dune: Cuando la ciencia ficción y el relativismo se juntan

por | Blog Fe y Libertad

Tiempo de lectura: 7 minutos

Soy un geek. Sagas como Star Wars, Marvel, Las crónicas de Narnia y El señor de los anillos me apasionan y han capturado mi imaginación por décadas. Sin embargo, fue hasta el reciente lanzamiento de las películas que me enteré de Dune

Decidí no ver las películas hasta no haber leído el libro, así que me sorprendí cuando al buscarlo vi que era un gran volumen de 794 páginas… ¡sin contar los apéndices! Asumí el reto; fue hasta este 2025 que me aventuré a leerlo. Según mi registro en Goodreads, inicié la lectura el 2 de marzo y terminé el 23 de abril.

En términos generales, la lectura es entretenida, aunque es un reto llevar el hilo al inicio. Me pareció una extraña distopía de ciencia ficción con personajes con nombres comunes, como Jessica y Paul la madre e hijo protagonistas—, en un futuro muy lejano donde su familia, los Atreides, habían sido enviados para tomar control del planeta Arrakis, el desértico mundo donde se extraía la valiosísima especia y habitada por los temidos fremen y los gigantescos gusanos de arena.

Escrita en 1965, Dune es una novela que refleja el espíritu de su tiempo. Paul, el hijo del asesinado duque de Atreides, se convierte en Muad’Dib, una especie de mesías (el misterioso Kwisatz Haderach para las brujas Bene Gesserit) para el pueblo fremen, que lideraría la revolución en contra de las autoridades establecidas en Arrakis, y luego, iría tras el emperador. Es una crítica a las luchas de poder que genera el monopolio gubernamental sobre un commodity esencial (la especia) mezclada con un ambientalismo pagano (la religión fremen) que llama a los gusanos de arena «Creadores» y cuyo bien más preciado es el agua, que prácticamente adoran y acumulan con el anhelo de que, en un futuro lejano, puedan hacer de Arrakis un planeta verde.

En medio de esta compleja trama de conflicto político de los Atreides intentando controlar Arrakis (la especia y a los fremen), después de la expulsión de los despiadados Harkonnen por parte del emperador (todo esto parte de una extraña conspiración suya), se mezclan escenas y personajes extraños… el guerrero Idaho, el hecho de que en ese mundo toman café, la anecdótica muerte del abuelo de Paul en una corrida de toros y hasta una pelea al estilo de gladiadores romanos para validar al sobrino del barón Harkonnen. Por encima de esto, se extiende una sombrilla de una extraña religión que, fiel al espíritu de la época de los 60, navega entre el cristianismo, la brujería, el islam y las religiones orientales… todo con un texto sagrado conocido como la Biblia Católica Orange.  

La mística y supuesta espiritualidad de este psicodélico futuro distópico es orquestada por la secta de brujas Bene Gesserit. A lo largo de los siglos, ellas han ido implantando creencias en todo el imperio… creencias en un mesías, en la liberación de sus pueblos, etc., con el propósito de ir ganando control sobre los hombres.

Dune es una novela que responde a las grandes revoluciones culturales de su época.  El sincretismo religioso, la sospecha de la autoridad, el ambientalismo new age y el pragmatismo moral dominan la trama. Lo bueno y lo malo se definen en términos de sus consecuencias, no en términos deontológicos o de una visión del mundo enraizada en una moral objetiva. A Paul, el supuesto mesías de la historia, no lo mueve un sentido de telos claro; no lo mueve el amor o incluso el sacrificio. Lo mueve y consume el deseo de vengar el asesinato de su padre y de tomar control del imperio. Se convierte en Muad’Dib consciente de que los fremen fueron manipulados por las brujas para creer esto y sencillamente porque le conviene para sus propósitos. Los fremen parecen estar movidos por una especie de paganismo que adora al agua y al gusano de arena. Las brujas son las titiriteras y los Harkonnen y el emperador, con su temido ejército de Sardaukar, son los «villanos» capitalistas e imperialistas.

Cuando terminé de leer el libro, me quedó una sensación de vacío. No hay resolución moral o redención. No hay una restauración del orden o una vuelta a la dignidad de los oprimidos. No hay salvación, fe o esperanza.

G. K. Chesterton una vez escribió

Los cuentos de hadas no les cuentan a los niños que los dragones existen. Los niños ya saben que los dragones existen. Los cuentos de hadas les cuentan que los dragones pueden ser matados.

En su famoso ensayo On Fairy Stories, J. R. R. Tolkien, autor del El señor de los anillos, consciente de los peligros a los que nos puede llevar el concebir historias sin un ancla moral, nos recuerda que la capacidad que tenemos de inventar historias y fantasía, es porque somos imagen y semejanza de Dios, y por eso las mejores historias son las que no pierden la gran metanarrativa de vista: 

La fantasía puede, por supuesto, ser llevada al exceso. Puede hacerse mal. Puede ponerse a disposición del mal. Incluso puede engañar a las mentes de donde salió.  Pero ¿acaso no es cierto esto de cualquier otra cosa humana en este mundo caído?

Los hombres no solo han pensado en elfos, también se han imaginado dioses y los han adorado, han adorado incluso a los que los autores han deformado más a partir de su propio mal. También han hecho dioses falsos de otros materiales: sus naciones, sus banderas, su moneda; incluso su ciencia y sus teorías sociales y económicas les han exigido sacrificios humanos.

La fantasía se mantiene como un derecho humano; hacemos a nuestra medida y en nuestra manera derivativa, porque somos hechos: y no solo hechos, sino hechos a imagen y semejanza de nuestro Hacedor.

(…)

El consuelo de los cuentos de hadas, el gozo del final feliz; o quizás más correcto, de la buena catástrofe, la repentina y gozosa “vuelta a la tortilla” (porque no hay un verdadero final en ningún cuento de hadas): este gozo, que es una de las cosas que los cuentos de hadas pueden producir supremamente bien, no es esencialmente ‘escapista’, ni ‘fugitivo’. En su escenario de cuento de hadas o del otro mundo, este gozo es una repentina y milagrosa gracia: una gracia con la que no podemos contar que sea recurrente. No niega la existencia de la ‘dicatástrofe’, o de la tristeza y el fracaso: la posibilidad de estos es necesaria para el gozo de la redención; niega (aún frente a mucha evidencia) una derrota universal y final y mientras sea un evangelio, nos da una pequeña mirada al Gozo, Gozo más allá de las paredes de este mundo, punzante de dolor.

Estas ideas, esenciales para las buenas historias y contenidas en la Gran Historia, la metanarrativa de la salvación que nos da la historia cristiana reflejada en las Escrituras y presente en mucha de la literatura que está sumergida en el caldo cultural de la cristiandad, está ausente en Dune.

Las grandes historias nos cautivan porque son sombras que nos apuntan a la Gran Historia, a la redención de los menos esperados (ver 1 Corintios 1:18-25), a la victoria final sobre el mal (ver Apocalipsis 20-22), al regreso a Casa.

En Dune nos encontramos con un falso mesías cuya salvación se expresa en poder político, militar y económico. Leer Dune nos ayuda a discernir, y al conversar sobre esta historia con otros fans y geeks, nos abre la puerta para enseñarles a un infinitamente mejor Mesías y a una esperanza genuina de un Nuevo Cielo y Nueva Tierra, no como Arrakis que implicaría matar a los Hacedores para volver verde el desierto, sino un Nuevo Cielo y Nueva Tierra donde habitaremos con Dios para siempre.

Juan Francisco Callejas Aquino

🇬🇹 Guatemala

Juan Callejas es un cristiano guatemalteco, casado y padre de 2 señoritas y 1 joven. Es economista de la UFM, cuenta con 2 MBA (Regent University y Hayek Global College) y es un apasionado por la ciencia ficción y la fantasía. Toca violín, mandolina y piano y disfruta de cantar.  Le gusta estudiar y enseñar teología y compartir la esperanza del Evangelio con quien pueda.

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