¿Cómo narramos el pasado?

por | Blog Fe y Libertad

Jun 12, 2023

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La labor del historiador es narrar el pasado lo más cercano a la realidad posible. Sin embargo, este trabajo enfrenta varios retos, siendo quizá el más importante el de alcanzar un grado de objetividad. Pero esa objetividad es esquiva, principalmente, porque el historiador es un ser cargado de subjetividades, las cuales debe —o debería— dejar a un lado a la hora de escribir acerca del pasado. Para hacerlo, el historiador recurre a la fuente documental, a la fuente primaria, a la revisión de archivos históricos, para contrastar los distintos discursos y versiones del pasado y, a partir de allí, escribir una narración objetiva y sistemática, con base en un método. 

Otro desafío para el historiador es no dejarse provocar por la tendencia, muy característica en estos tiempos, de hacer una historia militante o politizada que busque interpretar los hechos pasados con base en los valores del presente, con un fin reivindicativo. Aun así, esta parece ser la inclinación de buena parte de la historiografía actual, sobre todo, en Hispanoamérica. Debido a los convulsos cambios políticos que ha sufrido la región, en los últimos años han surgido nuevas posiciones e interpretaciones respecto al pasado, las cuales han hecho que la historia se convierta en un instrumento político que dé legitimidad o una justificación a determinados discursos. 

Con esto no decimos que el surgimiento de estas nuevas interpretaciones sea algo negativo; al contrario, cada perspectiva contribuye a tener un mayor conocimiento del pasado y a asegurar que este no se olvide. Como sucede en nuestros países hispanoamericanos, en los que el pasado reciente sigue generando intensos debates académicos y públicos e incluso se ha judicializado, los historiadores han intervenido, de forma voluntaria o circunstancialmente, en la esfera pública, a través de manifiestos, debates y peritajes, entre otros. Acá es donde el historiador debe ser muy cuidadoso y retomar nuevamente su rol como investigador objetivo, ya que, según lo expresa Paul Ricoeur: «al historiador le queda la tarea de comprender sin inculpar ni disculpar». 

Es evidente entonces que en la actualidad existe una batalla por el pasado, una batalla por saber cuál versión de este contaremos a las futuras generaciones, qué historia nacional se enseñará en las aulas; una batalla por nuestra identidad, por nuestros valores y por el futuro. Como dijera el escritor inglés George Orwell: «quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro». La definición de esa historia tiene, sin duda, un gran impacto en las decisiones políticas, en las legislaciones nacionales y, finalmente, en nuestra libertad. De esto trata el último número de la Revista Fe y Libertad: Narrativa histórica: libertad y derecho (julio-diciembre 2022), en la cual se aborda, a lo largo de sus páginas, la influencia en nuestros países de la narrativa histórica —o de las distintas narrativas históricas— en los ámbitos jurídico, cultural, religioso y político. 

Cronológicamente, los artículos de la revista tratan acerca de las distintas etapas de la historia hispanoamericana —en algunos casos con énfasis en Guatemala—, desde la conquista y colonización, el periodo hispánico-colonial, el proceso de las independencias hispanoamericanas, la formación de los estados nacionales en el siglo XIX, el complejo siglo XX, hasta la actualidad. 

La revista es muy diversa a nivel temático. Comienza con tres artículos dedicados al tema de las independencias, sus influencias e interpretaciones históricas: «La impronta de Cádiz en la Capitanía General de Guatemala» de Alejandro Gómez; «Ciudadanía en la época independentista y en la historia constitucional de Guatemala» de Juan Pablo Gramajo; y «De narrativa a narrativas: los procesos de independencia hispanoamericanos» de David Hernández. Luego, Guillermina Herrera Peña nos habla acerca de la escritora Dolores Montenegro, en su artículo «Aportes femeninos a la sociedad guatemalteca del siglo XIX: la “gallardía heroica” de Lola Montenegro». Siguen dos artículos situados en el periodo hispánico colonial y que tratan acerca de la relación entre historia, política y religiosidad: «Bartolomé de las Casas: historia y profecía», de José Carlos Martín de la Hoz, y «Unidos en la fe. Cofradías, hermandades y guachivales en Guatemala, 1767-1810», de Johann Melchor. Continúan dos artículos situados temporalmente en el siglo XX y que abordan los sesgos que han caracterizado la escritura de la historia contemporánea hispanoamericana: «Del lenguaje y la narrativa del tercer mundo en Latinoamérica», de David Orrego, y «La tergiversación de la narrativa histórica en Guatemala», de Carlos Sabino. El último artículo es de Gabriel Zanotti, titulado «El liberalismo católico», que aborda la evolución histórica de este concepto, haciendo énfasis en la figura de Benedicto XVI. Finaliza la revista con cuatro reseñas de libros relacionados a la temática de la publicación. 

Sí, como dijera Moris Polanco en la presentación de este número de la revista: «somos las historias que nos contamos». Reflexionar sobre las diferentes narraciones que existen del pasado es de suma importancia porque revelan buena parte de lo que somos en la actualidad; asimismo, nos ayudan a interpretar la naturaleza y realidad de nuestras instituciones, de nuestras leyes y de nuestras libertades. Pero reflexionar implica comprender ese pasado, entendiendo que, en el caso de los historiadores, buscamos acercarnos lo más posible a la verdad. El reto de la tergiversación histórica es latente y ha existido desde siempre, como lo expresaba Carlos Sabino —editor invitado de la revista—; sin embargo, en sus propias palabras, el camino hacia la verdadera historia es la objetividad. Y la verdad, como sabemos, siempre conduce a la libertad.  

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