A partir de la cita de dos antífonas, una de Cuaresma y otra de Semana Santa, Joseph Ratzinger nos permite caer en cuenta de la manera aparentemente contradictoria en la que Cristo es descrito en la Sagrada Escritura: «eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia», pero también con «el rostro desfigurado por el dolor» por su muerte en la cruz. Su corto e incisivo ensayo gira en torno a cómo se concilian estas dos paradójicas afirmaciones. El «más bello de los hombres» resulta tener también el aspecto más miserable, que ni se le quiere mirar. Su belleza derrama la gracia, pero su rostro está desfigurado por el dolor. ¿Cómo pueden conciliarse en su Persona estos dos rasgos que reflejan su apariencia? ¿Por qué revelan la belleza?
Ratzinger, partiendo de este contrasentido, con una visión platónica y también cristiana, hace ver, por un lado, que la belleza de Cristo —y la verdadera belleza— atrapa los sentidos y nos llena de un entusiasmo divino para desear ir más allá, para conocer el fondo y no quedarse en la forma; en breve, para conocer la verdad. La belleza promete algo más: enseña el camino y genera un entusiasmo por trascender las apariencias tal y como ejemplifica el autor en la vivencia de la música y de la pintura.
Platón concibe ese salir de sí —éxtasis, entusiasmo— para ir al encuentro del verdadero conocimiento. Ratzinger deja claro que no se trata de apuntarse a la irracionalidad ni al esteticismo, sino de asumir que la emoción y la conmoción que la belleza despierta en nosotros nos ayuda a encontrar la verdad. Es la manera de «liberar a la razón de su torpeza». Por eso, de la mano de la tradición platónica, el papa emérito afirma que al contemplar la belleza accedemos a las verdades inefables.
Ahora bien, las facciones de Cristo deformadas por el calvario y en su atroz agonía, con su rostro escupido y ensangrentado, también revelan una belleza. Se trata de la belleza del amor que vence a la muerte. Este es el segundo aspecto al que Ratzinger alude. La oscuridad, la deformidad, la muerte no conducen a la desesperación, sino que son aspectos de la belleza de Cristo que muere por amor.
La apariencia bella de Cristo se vio desfigurada en la Cruz porque su belleza incluyó el dolor, la ofensa y la muerte. De ahí que solo se encuentra esa verdadera belleza o esa bella verdad asumiendo o abrazando el dolor. El dolor que conduce al otro, a la pérdida de sí mismo en el amor. Cristo ha asumido el amor y su apariencia desgarrada ha ido más allá de sí mismo. La belleza del dolor supera el pesimismo y excede la belleza sensible, agradable y exterior. El amor revela el lado oculto, de difícil acceso y quizá oscuro de la verdad.
Las facciones rotas y desagradables a la vista llevan a comprender la belleza de la donación y a alcanzar el pleno sentido de la belleza moral, de la búsqueda del bien del otro y del olvido del yo.
Ratzinger ve en la belleza de Cristo la superación de la estética platónica a la vez que señala que la fealdad per se alude a la desesperación y carece del sentido que inspira el rostro de Jesús muriendo por amor.
Como conclusión, señala que la belleza aparente y despojada de su verdadero trasfondo despierta en quien la experimenta «el deseo de posesión y lo repliega sobre sí misma». Y añade: «¿quién no reconocería, por ejemplo, en la publicidad, esas imágenes que con habilidad extrema están hechas para tentar irresistiblemente al hombre a fin de que se apropie de todo y busque la satisfacción inmediata en lugar de abrirse a algo distinto de sí? De este modo, el arte cristiano se encuentra hoy (y quizás en todos los tiempos) entre dos fuegos: debe oponerse al culto de lo feo, que nos induce a pensar que todo, que toda belleza es un engaño y que solamente la representación de lo que es cruel, bajo y vulgar, sería verdad y auténtica iluminación del conocimiento; y debe contrarrestar la belleza falaz que empequeñece al hombre en lugar de enaltecerlo y que, precisamente por este motivo, es mentira».
Así, pues, frente al pesimismo del ateo, Ratzinger exalta la belleza del dolor que se manifiesta en el amor. Esa es la belleza de Cristo: la auténtica belleza que sólo se aprehende con el ojo sensible y entrenado del alma.
*El cardenal Joseph Ratzinger envió estas reflexiones a los participantes en el Meeting de Rímini (Italia) celebrado del 24 al 30 de agosto de 2002 por iniciativa del movimiento eclesial Comunión y Liberación sobre el tema «La contemplación de la belleza».