En los últimos días las luces de los medios a nivel mundial han estado sobre Venezuela, y con mucha razón, puesto que ahora se está materializando una estrategia conjunta de gran envergadura para lograr que aquel país retorne a la democracia. Hace unas semanas surgió en el firmamento una luz de esperanza para muchos venezolanos alrededor de la figura del presidente interino Juan Guaidó, quien, con base en el artículo 233 de la Constitución Política de la República de Venezuela, declaró como presidente de la Asamblea Nacional la usurpación del tirano Nicolás Maduro y asumió funciones como presidente legítimo en forma interina mientras se convoca a elecciones.
Desde entonces ha habido movilizaciones de todo tipo en aquella nación del sur. La oposición venezolana ha encontrado forma de agruparse en un frente común con la condición de convocar a elecciones libres y transparentes y la eventual inauguración de un período de transición que permita acabar con la dictadura y pavimentar un nuevo futuro para los venezolanos.
Ahora bien, ¿por qué la encrucijada? Pues se trata de un asunto geopolítico que nos coloca en una situación incómoda, compleja. Actualmente, en Venezuela no impera el derecho, sino que lo hacen la fuerza y la anarquía en gran medida; el retorno a la democracia depende de la actitud y las acciones que tomen las fuerzas militares dentro del país.
Por una parte, tenemos a un dictador acorralado dispuesto a todo para mantenerse en el poder y procurarse impunidad, quien vive en una dimensión paralela. Hace unos días quemó un contingente de ayuda humanitaria —comida y medicinas— mientras sus conciudadanos comen desperdicios que sacan de la basura en las calles de Caracas. Y por el otro, la posibilidad de que el conflicto bélico escale e implique una intervención militar liderada por los Estados Unidos, contra los intereses de Rusia y China, y atendiendo a las repercusiones geopolíticas en la región —en especial, el papel de Brasil y Colombia—.
La cuestión fundamental para los cristianos en la encrucijada es la siguiente: ¿Es justificable una intervención militar extranjera en Venezuela para salvaguardar la democracia y el respeto a la dignidad humana? ¿O es preciso argumentar en torno a un diálogo que ha demostrado ser infructuoso? ¿Existen otras alternativas sobre la mesa?
Complejo y difícil es dar respuesta a estos cuestionamientos, puesto que como cristianos entendemos que la guerra trae sufrimiento, desolación y muerte para muchas familias. Ahora bien, es preciso señalar varios puntos: primero, Venezuela, de hecho, ya es una zona de guerra. Según el Observatorio Venezolano de Violencia, durante el año 2018 se dieron 23 047 homicidios en la nación sudamericana, con una tasa efectiva de 81,4 homicidios por cada 100 000 habitantes. Se constituye, así, como el país más violento de América Latina. Obviamente, esto está acentuado porque muchos asesinatos se dan a manos de las fuerzas de seguridad del Estado y de grupos paramilitares favorables a la dictadura.
Segundo, los padecimientos bajo la dictadura venezolana son de enormes proporciones. Hay una gran lista de presos políticos, una economía totalmente destrozada, índices de desnutrición considerables, muertos por enfermedades comunes, hiperinflación, entre otros factores.
Sobre esta situación, es conocida la frase de santo Tomás de Aquino que figura en capítulo sexto de su obra Del gobierno de los príncipes: «Cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza el matar al tirano».
Todos preferimos solucionar nuestros problemas por la vía del diálogo, y en Occidente, en materia de conflictos políticos, el diálogo es la regla general. Sin embargo, en el caso venezolano, quien debería ser el principal interlocutor no está dispuesto a dialogar para llegar a una solución efectiva, sino que ha demostrado con acciones la utilización de una pantomima de diálogo como estrategia dilatoria para perpetuarse en el poder en detrimento de las libertades civiles y de la calidad de vida de los venezolanos.
Este artículo no pretende ser una apología del conflicto bélico, ni una exhortación al tiranicidio. Simplemente se plantea ante nosotros la reflexión en torno a las posibilidades existentes, los valores que nutren el debate político sobre los conflictos bélicos y sobre todo se trata de articular una visión cristiana frente al sufrimiento de una nación entera.
Es fácil tomar una u otra postura sobre la intervención militar en Venezuela, puesto que la favorable puede traer una serie de consecuencias inesperadas, y la desfavorable condena a los venezolanos al inmovilismo, y a seguir presenciando —como lo han hecho durante los últimos veinte años— cómo su nación se cae a pedazos mientras unos pocos se enriquecen a costa de pisotear la dignidad humana. En definitiva, es una cuestión para meditar, de pie, frente a la encrucijada.