Publicado originalmente el 14 de mayo del 2022 en elPeriódico.
Nota del editor: La revista Hombre y naturaleza, del Instituto Fe y Libertad, se centra en la responsabilidad del hombre con la naturaleza que le rodea y con su propia naturaleza, así como en la bioética y en el uso de la tecnología y la ciencia para el mejoramiento humano. Este número ha generado una rica discusión en torno a estos temas y, como en todo diálogo honesto, debemos aprender de las diferencias de criterio. El blog del Instituto Fe y Libertad busca ser un espacio de exploración intelectual, en el que opiniones que discrepan encuentren un lugar para enfrentarse y conocerse con el fin de acercarnos a la verdad sin presuponer que una de las partes ya la posee.
Nosotros, los casi 8 mil millones de Homo sapiens solo somos un breve momento en el gran desfile que el universo está ejecutando desde hace unos 14 mil millones de años. Somos parte de una espectacular parada ciega a la que le faltaban los espectadores hasta hace muy poco. Sin nosotros, la larguísima procesión era como si no existiera. Antes de nosotros no había quién observara el desfile y lo reconociera. Pero sin duda los humanos no somos el final, aunque sí podríamos ponerle el punto final.
Hace menos de 150 mil años, nuestros antepasados aprendieron a hablar y comenzaron a trascender de lo inmediato corporal, de las puras sensaciones físicas, como cualquier otro animal prehumano. La palabra les permitió a aquellos individuos comenzar a tomar distancia del mundo y hace no más de 2 mil 500 años, en el llamado periodo axial, desarrollar una conciencia reflexiva que nos ha permitido lograr los increíbles avances en el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico. Sin embargo, nada está escrito. Por ejemplo, hace 70 mil años las consecuencias climáticas de la erupción de un super volcán submarino estuvo a punto de acabar con nuestros antepasados. Los científicos estiman que solo sobrevivieron unos mil individuos, de los cuales todos nosotros somos descendientes. Así de frágil es el desfile cósmico.
Hoy los humanos tenemos la terrible capacidad de acabar la marcha universal que bien podría culminar en el «punto omega» teilhardiano, un punto en el que toda la materia, la energía y la información sería transformada e integrada en una pura conciencia de sí misma.
Sin embargo, la materia de la que estamos hechos los humanos no es suficientemente resistente y adaptable para existir en todos los ambientes que presenta el universo. La biología para existir requiere de condiciones muy especiales, condiciones llamadas de «ricitos de oro», ni muy frías ni muy calientes, ni muy ácidas ni muy básicas. Condiciones verdaderamente especiales. En el universo hay materiales más resistentes que pueden sostener los algoritmos que producen la conciencia reflexiva. Y así en consecuencia el Homo sapiens deberá transformarse primero en ciborgs —organismos cibernéticos—, verdaderos seres transhumanos, y luego dar paso a nuestros futuros descendientes electrónicos de silicón y metal.
El paleontólogo Stephen Jay Gould afirmaba que, si pudiéramos de vuelta iniciar la historia evolutiva de la biosfera en este planeta, nada resultaría igual. Todo resultaría diferente. Los humanos nunca habríamos aparecido en la escena y quizás el universo seguiría ciego indefinidamente o quizá la luz de la conciencia reflexiva y sus algoritmos habrían encarnado en seres materiales irreconocibles para nosotros.
Siendo así el proceso evolutivo del universo, de la vida y de la conciencia, un proceso irrepetible y único, sin embargo, el futuro está abierto y en gran parte depende de nuestras decisiones actuales. ¿Tendremos los humanos la sabiduría colectiva de otear los futuros posibles y escoger de entre ellos los mejores? En estos momentos estamos jugando no solo con nuestra existencia como especie, sino quizás estamos poniendo en grave riesgo la posibilidad de que el universo entero abra los ojos y nazca a la conciencia eterna de sí mismo, el punto omega visualizado por el jesuita Teilhard de Chardin, la verdadera irrupción de Dios en el cosmos. Impedir tal acontecimiento sería el llamado «pecado imperdonable».