Hoy se habla mucho de fraternidad, pero no se habla tanto del origen de la fraternidad: la paternidad (en general, es decir: el hecho de ser padres o madres). La paternidad es un don —un regalo— y a la vez un encargo divino. No son los padres los que tienen derecho a tener hijos, sino los hijos los que tienen derecho a tener padres. Los padres tienen obligaciones para con los hijos; obligaciones gustosas, pero obligaciones al fin y al cabo.
La psicología actual enfatiza el papel de la madre en la formación de la personalidad de los hijos. Se dice que entre madre e hijo existe un vínculo invisible, que hace que todo lo que afecta a la madre, afecta al hijo. Los pediatras recomiendan que el hijo esté la mayor parte del tiempo acompañado de su madre; mejor, si es en su regazo o pegado a su pecho. De esa forma —nos explican— el niño crecerá seguro de sí mismo, porque se sentirá siempre querido.
¿Y el padre?, ¿qué papel desempeña en el cuidado de los infantes? De más está decir que, si lo más importante para el niño es su madre, el padre debe estar atento a que su esposa se sienta apoyada en todo y siempre. Desde luego, su papel no termina en ser proveedor y en cuidar del bienestar de la madre. Sabemos, también, que los hijos se fijan en todo desde su más tierna edad. Ellos son los jueces más severos, y en sus conciencias infantiles se crea un conflicto si no ven coherencia entre su conducta y sus palabras.
Son ampliamente conocidos los efectos de la ausencia del padre en la vida de los hijos. El padre es insustituible para la formación de la personalidad. En nuestras sociedades —lamentablemente— el hombre de la casa debe salir a buscar empleo a otras latitudes, y su papel en la familia lo trata desempeñar el abuelo; pero no es lo mismo. De los abuelos, los nietos esperan mucho cariño, y cuando, por la falta del padre, tratan de ser exigentes, los niños se confunden, y muchas veces reaccionan de mala manera.
El padre es como la conciencia del hijo. Por muy relativista y progresista que sea un padre, cuando le toca responder las insistentes preguntas de sus hijos, no puede decirles que piensen o decidan por sí mismos. Los hijos esperan de sus padres una respuesta positiva o negativa, no una evasiva. Imagínese a un padre progresista que, a la pregunta de su hijo de si puede almorzar solamente chocolates, le responda: «lo que tú quieras, hijo». Muy progresistas y relativistas podrán ser fuera de su casa esos padres, pero dejan sus filosofías en la puerta de su casa.
Si el padre de familia gobierna su casa con criterio firme, pero a la vez con mucho cariño y comprensión hacia sus hijos, razonando con ellos e inspirándoles grandes ideales, los hijos crecerán seguros y felices, y se sentirán llamados a imitarlos en el bien.
Recordemos que Dios es familia, y que nos ama a cada uno de nosotros «más de lo que una madre puede querer a todos los hijos del mundo». Ese es el fundamento de nuestra fraternidad. Celebremos el día del padre, dando gracias a Dios Padre por su infinito amor, y a nuestros padres, por ser reflejo de ese amor.