José, el esposo de la Virgen María, aparece en el Nuevo Testamento en estrecho vínculo con Jesús, como referente de su identidad. En la opinión pública, Jesús era su hijo. En cuatro lugares los evangelios lo atestiguan. Cuando Jesús regresó a su pueblo de crianza, Nazaret, después de adquirir alguna fama como predicador, visitó la sinagoga y aceptó la invitación para leer el texto bíblico y explicarlo. La gente se sorprendió de su sabiduría y exclamó asombrada: ¿No es este el hijo de José? (Lucas 4,22). De modo semejante, dos veces en el evangelio según san Juan, Jesús es identificado según el modo acostumbrado en la época, indicando de quién es hijo. La primera vez ocurre cuando Felipe, que acaba de hacer la opción de seguir a Jesús como discípulo, encuentra a su amigo Natanael y lo invita a que se una él también como discípulo. Presenta a su nuevo maestro como Jesús, el hijo de José, el de Nazaret (1,45). La segunda vez ocurre en el curso de la enseñanza que Jesús pronuncia en Cafarnaúm después de haber realizado la multiplicación de los panes. Jesús se presenta como el pan que ha bajado del cielo, capaz de dar vida eterna. A algunos judíos que lo escuchan les parece que la pretensión es desmedida y para mostrar que no tiene fundamento aducen: Este es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo? (6,42). Finalmente, cuando el evangelista Lucas inicia la narración del ministerio de Jesús, lo identifica así: Cuando Jesús comenzó su ministerio, tenía unos treinta años y, en opinión de la gente era hijo de José (3,23). Jesús, pues, durante su vida mortal era identificado según la usanza corriente en referencia a José, de quien era considerado hijo.
Sin embargo, los evangelistas Mateo y Lucas, en sus relatos sobre la concepción, nacimiento e infancia de Jesús, saben y explican en qué sentido José es padre de Jesús. San Mateo narra los acontecimientos en torno al nacimiento de Jesús desde la perspectiva de José. Él es el protagonista obediente y silencioso. Este evangelista comienza su obra con una genealogía de Jesús, que comienza con Abraham. La genealogía sigue el esquema «Fulano engendró a Zutano». Al llegar al último eslabón de la genealogía, cuando esperaríamos un «Jacob engendró a José y José engendró a Jesús», nos encontramos con esta otra formulación: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo (1,16). Y para explicar por qué no se dice que José engendró de María a Jesús, el evangelista alude al modo extraordinario de la concepción de Jesús: su madre María estaba prometida a José y antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por la acción del Espíritu Santo (1,18). Lamentablemente no da más detalles. Sin embargo, el evangelista no deja dudas de que, aunque Jesús fue tenido por hijo de José durante su vida, en realidad no lo engendró.
Viene a continuación el pasaje más difícil y elocuente en torno a José; se refiere a las cavilaciones de José cuando se entera del embarazo de su prometida. Dice san Mateo: José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto (1,19). El versículo plantea más preguntas que las que resuelve. ¿Cómo imagina el evangelista que José se enteró del embarazo de María? No lo dice. ¿De qué delito pensaba denunciar José a María? No lo sabemos. Se supone que de adulterio. Pero si José era un hombre justo, ¿podía albergar pensamientos tan rastreros en torno a su prometida sin más pruebas que sus sospechas e imaginaciones? ¿No se hablaban entre ellos como para que María le comunicara lo que le había pasado? José se entera del embarazo de María, sospecha de adulterio y decide abandonarla en secreto. Esta lectura «denigrante» es la más obvia según el tenor literal del texto, pero echa una sombra de inmoralidad sobre los personajes.
Hay otra interpretación, que exige estirar la sintaxis, pero más benévola hacia los personajes. Esta interpretación supone que José conoció, no sabemos cómo, el origen divino del embarazo de su prometida. Siendo un hombre justo y temeroso de Dios, por respeto a la acción divina en su prometida, decide dejar la vía libre a la acción de Dios pensando que él no tiene ningún papel que jugar en los acontecimientos que se desenvuelven. Pero para romper el compromiso de matrimonio legalmente debe acusar a su prometida de adulterio. Pero siendo justo no puede acusar a María de un delito falso; así que decide abandonarla en secreto.
El relato sigue. Mientras le da vueltas en la cabeza a sus planes, Dios le habla por medio de un ángel en el sueño. José, hijo de David, no temas aceptar a María como tu esposa, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo (1,20). En la interpretación denigrante de los sucesos, el propósito del oráculo divino es informar a José que el embarazo de María es resultado de la acción del Espíritu Santo, no de un adulterio, y que, por lo tanto, no debe tener escrúpulos de que su condición de hombre justo sirva para encubrir un pecado. En la interpretación benévola, el propósito del oráculo sería informar a José de que él sí tiene un papel que jugar en los acontecimientos, y que, aunque el embarazo sea de origen sobrenatural como ya sabe, su sentido de respeto a la acción de Dios no debe llevarlo a retirarse, pues su papel es dar legitimidad dinástica davídica al hijo de María. Por eso el ángel lo llama José, hijo de David. La instrucción del ángel continúa: María dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados (1,21). Dar el nombre y el apellido «hijo de David» con el que Jesús reclamará su identidad mesiánica es la misión de José.
Esta lectura es edificante, pero hay que forzar un poco la sintaxis griega. En la lectura habitual hay que entender que la cláusula que comienza con «pues» explica las razones por las cuales José no debe sospechar mal de María. En la lectura alternativa esa cláusula explica que, aunque el hijo concebido tenga origen divino, José no debe temer aceptar a María por esposa. Hay un acento concesivo forzado. El ángel debió decir algo así como: «no temas aceptar a María como tu esposa, aunque el hijo que ella espera venga del Espíritu Santo». Seguramente no hay una solución puramente filológica al dilema, pero la interpretación benévola es más respetuosa con los personajes y el acontecimiento. José cumplió con lo que el ángel le ordenó de manera tan digna y discreta que Jesús fue conocido siempre como su hijo y María conservó su fama de honestidad.
En el relato de la concepción y nacimiento de Jesús según san Lucas, José permanece en la penumbra. Se dice de María que está desposada con José, de linaje davídico (1,27), pero no se le asigna ninguna tarea. Cuando el ángel Gabriel le explica a María los pormenores de la identidad de su futuro hijo, le dice que heredará el trono de David, pero eso parece más una decisión de Dios que derecho de linaje humano. La ascendencia davídica de José le obliga a emprender el viaje de Nazaret a Belén con motivo del censo (2,1-4), durante el cual nace Jesús. Se le menciona por nombre como uno de los presentes cuando los pastores llegan a adorar al Niño recién nacido (2,16) y se alude a su presencia cuando llevan al Niño al Templo a los cuarenta días de nacido (2,33). Finalmente, cuando Jesús visitó por primera vez Jerusalén a los doce años para la fiesta de la pascua, y en un descuido se quedó rezagado en Jerusalén, María y José regresan a buscarlo. Al tercer día encontraron al niño en el Templo en diálogo con los maestros de la Ley. María, no José, toma aquí la iniciativa para reclamarle al niño su conducta y alude a su esposo como padre del Niño: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados (2,48). José no dice nada, no hace nada. Es una presencia en la sombra.
El evangelista san Mateo narra otro episodio en el que José es el ejecutor de las órdenes de Dios. Después de la visita de los magos, Herodes ordena la matanza de los niños de Belén de dos años para abajo (2,16). Por mandato de Dios (2,13) José organiza la fuga a Egipto, donde permanece hasta que Dios le ordena el regreso a Judá. Pero otra vez, instruido por un ángel, traslada su residencia de Belén a Nazaret (2,22), pues, según el evangelista san Mateo, la familia tenía su casa en Belén.
José, pues, es quien funge como padre humano de Jesús, sin serlo realmente; quien le da su identidad «civil» al darle su apellido de hijo de David, es el que protege la familia de las amenazas a su vida y el hombre discreto que cumple su misión sagrada con modestia y obediencia sin fisuras. Nunca se oye su voz, nunca dice nada. Desaparece del relato tan silenciosamente como entró. Actúa sin protagonismos que proyecten una sombra sobre los otros dos personajes más importantes que él: María y su Hijo Jesús.
✠ Mario Alberto Molina Palma
Arzobispo de Los Altos