Publicado originalmente el 20 de marzo de 2024 en la columna institucional del Instituto Fe y Libertad de Nuestro Diario.
¿Qué es la verdad?, le pregunta Pilatos a Jesús. Recibe la mejor respuesta: el silencio, de parte de Aquél que era la Verdad en sí misma.
Pero como nosotros somos simples mortales, vamos a responder.
La verdad está asociada con terribles discusiones que habitualmente no podemos resolver. Desde la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, los valores morales, el sentido de la vida, pasando por debates como el aborto, la eutanasia, hasta cuestiones como si Trump o Biden tienen razón, la guerra de Ucrania o el conflicto de Israel y Palestina, todo ello parece que diluye la verdad en algo totalmente inalcanzable.
Es como si estuviéramos frente a un edificio de 10 pisos y vemos solamente el décimo. No vamos a llegar nunca. Pero hay una escalera, una escalera que conduce al primer piso. Bueno, comencemos por allí.
La verdad no se encuentra allí afuera. ¿Es verdad que llueve? Entonces salimos afuera para ver. Uno dice que sí. Otro dice que no, que apenas son algunas gotas. Otro dice que es una llovizna. Otro dice que ya sale el sol. Y comienzan las discusiones. Suerte que la lluvia no es candidata a presidente.
La verdad no está en la lluvia, ni en el sol ni en la Luna. Está en lo más interior de nosotros mismos. En las cosas humanas que más nos importan.
Una vez un alumno me interpeló sobre la verdad. Como yo no soy Jesús, comencé a pensar qué le respondía. Tal vez él esperaba que yo, profesor de filosofía, le diera una muy elaborada respuesta.
Entonces le pregunté: ¿tienes hijos?
Mi alumno me miró con cara de qué tiene eso que ver pero, ante mi cara de que sí, que tiene que ver, me dice (ya el semblante le había cambiado): sí, tres.
¡Muy bien!, le respondí. ¿Y son seres humanos?
Entre cierto asombro y molestia, me responde ¡claro que sí!
Ok. Ok………… ¿Y cómo se llaman?
Y luego: ¿y los quieres?
¡Claro que los quiero!, me dice, ya un poco ofuscado de que el profesor de filosofía le preguntara esas cosas tan simples y «no» filosóficas.
¿Y estás seguro de todo eso?
Más enojado: ¡pero claro que estoy seguro!
Bueno, eso es la verdad, respondí finalmente.
El estupor era generalizado. ¿Qué? ¿Cómo? ¿De dónde?
Pero yo insistí: ¿es verdad que tienes hijos, que son humanos, que son tres, que los quieres?
¿Qué quiere decir allí que «es verdad»?
Que es real que…………
Y son realidades humanas, ¿no?
Sí, claro.
¿Y cómo las puedes conocer?
Porque eres humano……………………
¿Y hay grandes debates sobre que quieres a tus hijos?
No………….
¿Pero es importante, no?
¡Claro que es importante!
Entonces tenemos algo que es verdad.
Bueno, hemos llegado al primer piso.
Algo es verdad. La verdad es posible.
Pero hay que partir de las primeras verdades, las más humanas, las más cercanas, las más importantes para nuestros afectos más profundos.
Y luego profundizar un poquito.
¿Qué quiere decir que amo a mis hijos? ¿Qué es amar a alguien? ¿Qué compromisos se desprenden del amor auténtico?
Y de ese modo vamos llegando a las verdades morales más profundas.
Y así sucesivamente.
No nos dejemos ganar por el escepticismo. La verdad está allí. Pero no afuera. Está en el corazón humano.
Y eso sí es filosofía.