Jul 15, 2024

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Publicado originalmente el 9 de julio de 2024 en Prensa Libre.

¿Privilegios buenos y malos? 

¿Ha escuchado el siguiente argumento? El statu quo o las estructuras existentes privilegian a una clase que oprime a otros grupos sociales. Los privilegiados son los burgueses, los oligarcas, los empresarios capitalistas, los blancos o criollos, o los hombres heterosexuales. La explotación se considera sistémica e inevitable: los hombres blancos racistas y misóginos diseñaron el orden social para vivir cómodamente del trabajo casi forzoso que desempeñan las mujeres y las personas de tez morena. Tras la destructiva revolución, accederán al poder los oprimidos y construirán una sociedad igualitaria, promete este discurso neomarxista.

Una violenta y destructiva revolución únicamente trocaría un privilegio por otro peor, como evidencia la historia del siglo XX. Y es que hay dos tipos de privilegio, uno malo y otro bueno, señala el filósofo y autor inglés Roger Scruton en una columna que escribió en 1983 para The Times.   

El privilegio bueno nace en libertad. En las sociedades liberales occidentales, se garantiza el derecho de asociación. Las personas pueden fundar clubes, universidades, iglesias, cofradías, cooperativas y empresas.  El ingreso a estas agrupaciones suele limitarse a las personas que comparten intereses, propósitos, ideales o convicciones religiosas. Podríamos considerar estas uniones como pequeños «sistemas de privilegio», dice Scruton. Por constituirse libremente no hacen daño a nadie, y generalmente acarrean beneficios para sus miembros y el resto de la sociedad. 

El privilegio malo nace de la fuerza. El monopolio de la coerción es generalmente concedido exclusivamente al gobierno. Esperamos que aquellos que ostentan el poder hagan lo que les es permitido, y se abstengan de hacer lo que les es prohibido. Como nuestros representantes, esperamos que sean respetuosos de la autoridad y de las leyes y que cumplan fielmente con sus atribuciones. Cuando los funcionarios utilizan su posición para granjear beneficios personales o sectoriales para ellos mismos, sus patrocinadores o sus amigos, entonces estamos frente a un privilegio que merece ser cuestionado. 

El tipo de privilegio más odioso, continúa Scruton, es el que se produce en un estado socialista. Usan frases-escudo sobre el interés general y evocan visiones románticas, para justificar la confiscación de los bienes cosechados lícitamente por personas trabajadoras, con el fin de redistribuir beneficios a grupos allegados al poder. O bien, crean monopolios artificiales a través de regulaciones que obstaculizan la entrada a potenciales competidores. 

Scruton nos recuerda que durante el siglo XX el marxismo-leninismo destruyó las instituciones de muchos países y edificó en su lugar un terrible aparato represivo en el cual no se extinguió el Estado, como soñó Carlos Marx, sino la sociedad. Pusieron fin a las asociaciones voluntarias fundadas por personas creativas.

Han pasado 41 años desde que Scruton publicó este artículo, pero su advertencia es actual, sobre todo porque nuevas generaciones están escuchando el canto de las sirenas revolucionarias. El movimiento woke siembra odio y repudio al pasado y a las raíces culturales de Occidente. Clama por un cambio radical, ¿hacia qué? ¿Realmente creen que tras otorgar poderes absolutos a un clan político, ellos van a abstenerse de dispensar privilegios a sus favoritos? ¿Realmente desean que gobernantes controlen nuestras vidas, nuestros trabajos y nuestras asociaciones, so pena de cárcel a los disidentes y a los emprendedores? ¿Confían en que las economías puedan alcanzar mayores cuotas de crecimiento y bienestar si los partícipes en el mercado son privados de propiedad y de libertad?

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