A propósito de
Doux commerce? Reflexiones sobre la despolitización economicista liberal,
por Alejandra Martínez Cánchica
El realismo político, objeto, en último análisis, de este libro, consiste en la imaginación del desastre. No se trata, por tanto, de una «rama» de la ciencia política, mucho menos hoy, pues en buena medida anda extraviada en el mar sin orillas de la sociología política.
Explica Julien Freund que «actuar políticamente es actuar en función de lo peor posible», pues «solo quienes se ponen en lo peor están facultados para exorcizar el peligro y triunfar». El resistente lorenés Julien Freund, filósofo político y sociólogo, de algún modo magister ex lectione de Alejandra Martínez Cánchica, baqueteado por una dura experiencia personal en los años de la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra, sabe lo que dice. Su activismo político e ideológico de joven socialista resulta brutalmente desacreditado, apenas transcurridos unos meses desde la victoria aliada, precisamente por su «experiencia». La experiencia es la clave de la acción política exitosa y asimismo de toda meditación sobre lo político, sin descuidar el azar, «concepto metapolítico», como señala Dalmacio Negro, historiador del Estado de cuyo magisterio se hace también eco ultra maris la autora de este ensayo.
El realismo político es un saber declarativo, como la jurisprudencia medieval, que no crea el derecho, sino que lo descubre en el ethos de la comunidad política. Los conceptos políticos o, como más acertadamente expresa la idea Gianfranco Miglio, las regularidades de lo político (regolarità), son un parvo repertorio de evidencias. El saber político no es otra cosa que un comentario sobre esas «banalidades superiores y olvidadas» (Julien Freund dixit). Diríamos, dándole la vuelta a lo que dice Antonio Machado de los «universales del sentimiento», que se trata de la «voz viva» que el escritor realista presta a los «ecos inertes» del pasado. Estos «trascendentales del pensamiento», «verdades parciales de lo político», no tienen, por cierto, derechos de autor. Solo un espíritu entre romántico e infantil, acaso también un profesor patentado, pero sin experiencia de la vida, puede pretender que le corresponde algún tipo de copyright sobre distinción amigo-enemigo, la ley de hierro de las oligarquías, el enunciado de que todo Gobierno es oligárquico… o cualquier otro enunciado metapolítico entre los recogidos por Carlo Gambescia en su reciente Trattato di metapolitica. Este sociólogo italiano, por cierto, como podrá comprobar el lector, ha encontrado en Martínez Cánchica una aguda lectora y una prescriptora intelectual de primer orden.
Quien se acerque a este libro sin prejuicios ideológicos (liberales o antiliberales) «verá», sin necesidad de mediación, la estrecha relación que enlaza mi definición elemental o «atómica» del realismo político (la «imaginación del desastre») con expresiones como «liberalismo triste» o «liberalismo árquico», términos acuñados por Gambescia en la década pasada y que, por cierto, han ido haciendo su propio camino en el mundo hispánico. En efecto, no todo el pensamiento político liberal es un pensamiento antipolítico, tesis central de «Doux commerce»? Consideraciones sobre la despolitización economicista liberal.
Distingue Martínez Cánchica el liberalismo estatista del propiamente liberal –en la línea, con toda seguridad, de la dicotomía dalmaciana de liberalismo realista y liberalismo político–. El liberalismo estatista es la ocasión de una perturbadora politización de la economía. Paradójicamente, la despolitización liberal, mayormente por la vía de una «neutralización economicista de la política» es causa de una no menos «sobrepolitización». Pues política y economía resultan vasos comunicantes, y el economicismo rampante del Austrian Economics acaba desbordado por una política apócrifa.
La vindicación desinteresada y antiutilitaria de un liberalismo político, en la mejor tradición de la filosofía política, da acceso al mapa de la inquietudes intelectuales de la autora: la leyenda de un liberalismo neutral y políticamente agnóstico, incompatible con la expansión europea del siglo XIX; la estrecha relación entre Estado y capitalismo y entre ambos conceptos «históricos» y la economía de mercado; el ordoliberalismo, la versión más ajustada, probablemente, a lo que en estas páginas se entiende por liberalismo no despolitizado, un liberalismo «consciente de lo político»; la relevancia de la política social; el mito de la potencia pacificadora del comercio y del librecambio; la advertencia política, formulada por Martínez Cánchica con la naturalidad de un avezado realista, de que «el socialismo no es un problema de mala educación económica», sino, más bien, de mala educación política de los liberales; etc. De todo ello se puede deducir un corolario político de un laconismo y una verdad insuperables:
El liberalismo fracasa porque abandona la política.
«Cada libro es un cuaderno de bitácora», escribía Carl Schmitt en una nota preliminar a la cuarta edición (1941) de su famosa conferencia de Kiel sobre el gran espacio y el concepto de imperio en el derecho internacional. Pues, añadía a continuación, «somos marineros en una travesía sin escalas». Las circunstancias políticas, venturosas o infaustas, condicionan existencialmente el ejercicio de la razón política, lo cual no quiere decir que sus logros, los logros de la razón, vengan determinados incondicionadamente por la situación. No se trata de explicar por, sino de tener presente que nadie elige el régimen político en cuyo contexto se despliega la inteligencia política. En este sentido, la punzante verdad parcial sobre (una de) las causas del fracaso del liberalismo en Hispanoamérica, codificada por Martínez Cánchica, tiene una atmósfera y un contexto: la de la insoportable tiranía novus modus inaugurada en Venezuela por el chavismo.