Publicado originalmente el 16 de abril de 2024 en Prensa Libre.
El grave incendio en el vertedero gestionado por la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca y del Lago de Amatitlán (AMSA) nos hizo pensar en potenciales mejoras al manejo de desechos sólidos en el país. Las regulaciones que norman a este sector son muchas y están dispersas. Millones de vecinos de varios municipios dependen del relleno sanitario de la zona 3 y del vertedero AMSA en el kilómetro 22: estos recibieron 792,500 y 620,630 toneladas de desechos, respectivamente, en 2022 (Jacqueline Rodríguez). Distintas fuentes reportaron que estaba previsto cerrar el vertedero de AMSA en el 2021 pero no se logró cumplir con este plan.
El ambientalismo de mercado nos brinda un lente innovador para analizar problemas como el reciente incendio. Casi siempre se carga a los gobernantes con la tarea de solucionar los problemas ambientales, y descontamos lo que las comunidades, las empresas y los individuos pueden aportar.
El ambientalismo de mercado empezaría por preguntar: ¿Qué incentivos imperan sobre las personas que producen, recolectan y disponen de los desechos sólidos? Con Aristóteles, los economistas parten de la premisa general de que los propietarios tienen una mayor motivación para cuidar lo que les pertenece, mientras que la indefinición de los derechos de propiedad propicia el mal uso de los recursos. Vista así, la basura es propiedad del generador hasta el momento en que la entrega a la empresa recolectora, pero para cuando llega al relleno ya no tiene dueño. En el vertedero se podría producir una tragedia de lo comunal, porque lo que es de todos y de nadie y nadie tiene la responsabilidad final del buen manejo de la basura. En la práctica, los recolectores y guajeros nos salvaron de dicha tragedia, pues convirtieron los vertederos en lo que los economistas llaman «bienes club». Existen reglas formales e informales para el ingreso al sitio, el manejo de los desechos y la recuperación y comercialización de bienes reciclables, entre otras cosas.
Leí que en Estados Unidos aproximadamente la mitad de los 2,000 y pico rellenos sanitarios son privados. Waste Management y Republic Services son dos empresas grandes, por ejemplo, que perciben ingresos por las tarifas que cobran a los camiones que les traen desechos. Las acciones de ambas empresas se desempeñan bien en la bolsa de valores. Además, en aquel país algunas municipalidades y autoridades regionales han privatizado sus rellenos sanitarios viejos, y los inversionistas luego minan metales de estos sitios. Por ejemplo, una empresa no lucrativa compró un relleno en Maine y en cuatro años recuperó más de 37,000 toneladas de metal por un valor de $7.42 millones (Juhohn Lee, 2021). Otra fuente de ingresos importante es la venta de energía eléctrica generada por los gases que emanan de los rellenos.
Ya sea que se organicen las iniciativas con base en la propiedad privada, o con base en órdenes comunitarias funcionales, el hecho es que ponerle atención a los arreglos institucionales es conveniente para transformar el manejo de la basura y para fomentar la implementación de proyectos creativos. Debemos a autores como Vincent y Elinor Ostrom la invitación a abrir nuestras mentes a fin de admitir múltiples abordajes alternos, que pueden coexistir (y competir) unos con otros. Otra ventaja de un escenario ecléctico es que se aprovecha el conocimiento de circunstancia, tiempo y lugar que poseen las personas que están en el campo.
Los guatemaltecos nos veríamos beneficiados si las propuestas de reforma de políticas públicas surgen de un proceso que toma en cuenta los aportes del ambientalismo de mercado y de los esposos Ostrom.