Publicado originalmente en The Beacon, del Independent Institute, el 7 de enero de 2021.
Traducido por Carroll Rios de Rodríguez
El poder de Donald Trump como presidente de Estados Unidos deriva del hecho que fue electo presidente, no debido a que él es Donald Trump. El poder presidencial del presidente Trump se transferirá a Joe Biden el 20 de enero cuando Biden sea inaugurado como el próximo presidente. El gobierno democrático está gobernado por instituciones democráticas y las personas consiguen poder político basado en las posiciones que ellos ocupan, en lugar de con base en quienes son.
En este sentido, la elección presidencial del 2020 fue un triunfo de las instituciones políticas democráticas, porque la sucesión del poder presidencial está ocurriendo tal y como está previsto por dichas instituciones.
A pesar de que el presidente Trump afirmó que le robaron la elección fraudulentamente, él no puede aferrarse al cargo que ocupa. Él ejerció presión política sobre algunos gobernadores y legisladores estatales, y entabló muchas demandas judiciales, pero no fue capaz de alterar el resultado electoral.
Yo apoyo completamente el derecho de Trump de entablar juicios si cree que se cometieron anomalías en la elección. Estas demandas constituyen mecanismos que ejercen pesos y contrapesos al poder de quienes administran las elecciones. Las instituciones proveen un mecanismo para evaluar las reclamaciones del presidente Trump en vez de que estas sean ignoradas por quienes aducen haber resultado victoriosos.
No estoy en desacuerdo (ni de acuerdo) con los seguidores de Trump que afirman que, si los votos se hubieran contado justamente, Trump hubiese ganado la elección. Si esto es cierto es irrelevante al argumento que intento hacer aquí. Existen procedimientos establecidos que están vigentes y que evalúan tales reclamos, y tras agotar estas vías, Biden fue declarado el ganador. Las instituciones democráticas exitosamente iniciaron un cambio en el poder presidencial.
Los estadounidenses seguramente tomarán por sentado el triunfo de las instituciones democráticas en esta elección, porque así funciona el gobierno de Estados Unidos. Pero miren a Rusia, donde Vladimir Putin ha cambiado las instituciones políticas para poder permanecer en su cargo de forma indefinida, y China, donde el presidente Xi Jinping ha hecho lo mismo.
Putin y Xi han sido capaces de hacerse del poder político por quienes son; algo que el presidente Trump no pudo hacer. Trump afirmó ser el verdadero ganador de las elecciones del 2020 y entabló numerosas demandas para no tener que abandonar su puesto, pero a diferencia de Putin y Xi, se impusieron sobre su voluntad las instituciones democráticas.
¿Habría ganado Trump si los votos se hubieran contado de forma justa? Nuevamente, eso es irrelevante para el tema que me ocupa. Putin y Xi cambiaron las reglas en sus países para poder permanecer en el ejercicio del poder político. Trump quería hacer lo mismo, más evidentemente cuando alentó a algunos de sus seguidores a tomar por fuerza el Capitolio cuando se estaban contando los votos electorales. Las instituciones democráticas son lo suficientemente fuertes en los Estados Unidos que Trump tuvo que jugar de acuerdo con las reglas, y las instituciones democráticas lo terminaron sacando de la presidencia.
Quizás las reglas deben cambiarse. Quizás las elecciones deben ser monitoreadas de mejor forma. Quizás el fraude es más posible cuando se admiten el envío de votos a través del sistema de correo. Pero las reglas y los procedimientos estaban vigentes antes de la elección, y fueron lo suficientemente fuertes como para que Trump tuviera que operar dentro de las mismas.
Es fácil para los estadounidenses tomar por sentado la fortaleza de las instituciones democráticas, porque así funcionan las cosas por aquí. Pero cuando se les compara con cómo funcionan las cosas en otros países del mundo, deberíamos estar agradecidos de que funcionen así de bien.