Recientemente tuve la oportunidad de conocer a un académico argentino a quien admiro mucho. Su nombre es Gabriel Zanotti y es el director académico del Instituto Acton en Argentina. En enero visitó Guatemala y, durante su ocupada agenda, hizo un espacio para conversar sobre uno de sus últimos libros: La ideología de género contra las libertades individuales; un libro que toca un tema de gran importancia en la actualidad.
Es necesario mencionar que la posición de Gabriel es distinta a la de tantos otros referentes en el tema, pues él no ocupa su tiempo en destacar los errores filosóficos y morales de esta ideología, que los hay y son varios. En cambio, explica que lo más peligroso de esta serie de creencias es que aquellos que la defienden pretenden imponerlas al resto. Atentan contra la libertad religiosa, la libertad de enseñanza, la libertad de asociación y hasta la libertad de expresión.
El típico enfoque de explicarle a la gente por qué la ideología de género está mal ya no es suficiente. Los argumentos religiosos solamente convencerán al creyente, los argumentos filosóficos convencerán al filósofo, los científicos al científico y así sucesivamente. El enfoque que propone el Dr. Zanotti, y el que yo expongo aquí, no pretende venderse como una panacea ni mucho menos. Simplemente presenta un abordaje nuevo a un problema que con los años ha ido creciendo y empeorando. Además, trata de asumir el reto de hablar con las personas y educarlas sobre el verdadero significado de la libertad y el respeto.
Para hacer el mejor uso de esta oportunidad creo que antes que nada debemos explicar por qué la ideología de género es una amenaza para la libertad. Dejando de lado su contenido, que considero atroz y dañino para la sociedad, lo que los defensores de esta ideología pretenden es imponer sus pensamientos por la fuerza. Utilizan instrumentos jurídicos como la creación de marcos legales que aprueben el aborto, los llamados «derechos» de las juventudes o las cuotas de género. Esto para empujar al Estado a castigar al que piense diferente, al punto de que quien no comparta esta nueva manera de pensar incurra en un delito. Olvidan que los sujetos de derechos son las personas, no los colectivos y no es necesario llevar todo al plano jurídico.
Si las personas vivimos en sociedad, es porque reconocemos que necesitamos unos de otros para sobrevivir. Además, sabemos que para vivir en armonía son imprescindibles las reglas que garanticen una convivencia pacífica entre aquellos que piensan distinto. Confiamos en que estas reglas aseguren que nadie nos imponga por la fuerza su cosmovisión. Esto significa que todos tenemos derecho a decidir qué está bien y qué está mal. Los promotores de la ideología de género buscan vedarnos este derecho tan fundamental.
Es claro que estamos frente a un gran peligro. Nuestras libertades se ven reducidas pues somos víctimas de un totalitarismo cultural que mata a Occidente de adentro hacia fuera. El problema no es lo que cada uno tiene derecho a hacer, pensar o decir, pues no es trabajo del Estado imponer una forma de pensar. Es que, como explica el título de este artículo, la verdad no se impone por la fuerza.