Publicado originalmente el 12 de septiembre de 2023 en Prensa Libre.
¿Es posible aglutinar a distintos grupos de derecha?
¿Existe un gran paraguas bajo el cual se podrían cobijar varios grupos de derecha? ¿Existe un discurso aglutinador? La visión de Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos de 1981 a 1989, puede servirnos como modelo y guía. Reagan abogó por la mutua comprensión de las llamadas «tres patas del banco» del Partido Republicano: los promotores de una política exterior fuerte, los conservadores fiscales y los conservadores religiosos. Así, logró contribuir a la reactivación de la economía y puso un fin a la Guerra Fría luego de la caída del Muro de Berlín.
Reagan se inspiró en el fusionismo que predicaron sus amigos William F. Buckley (1925-2008) y Frank Meyer (1909-1972). La idea central sobre la cual gira la síntesis de Meyer y Buckley es que la sociedad se organiza para beneficio de los individuos, y ellos requieren de libertad y autonomía para alcanzar su potencial. Cuando se desvanece la libertad personal y económica, se trunca también la libertad social y política. Un corolario de este principio es que jamás se debe abusar del poder político. Coincidían los conservadores y libertarios aliados en limitar al poder gubernamental porque, de lo contrario, eventualmente podría utilizarse en contra de los valores fusionistas y en detrimento del bienestar de la sociedad.
Nuestra comprensión de la libertad está anclada en una larga y rica tradición occidental que tiene sus raíces en el pensamiento judeocristiano. Un exitoso mercado abierto y una sociedad civil plural se nutren de un subsuelo de valores generalmente aceptados. Naturalmente, esta cultura es compleja y puede generar disensos, sobre todo cuando se trata de materializar la teoría en políticas públicas imperfectas. No obstante, estas tensiones son manejables si coincidimos en reconocer la dignidad y libertad de cada ser humano.
Del fusionismo podemos destilar respuestas a las agendas de la nueva izquierda en pleno siglo XXI, desde la elaboración de parámetros ambientales y sociales para la gobernanza de todo tipo de instituciones (ESG) y la imposición de la Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), hasta la ideología de género, la hipersexualización de los niños, el indigenismo radical, la cultura de la muerte, el gran reseteo de la humanidad propuesto por el Foro Económico Mundial, y más. Nuestro valor no origina de los rasgos exteriores, nuestra autopercepción, nuestras emociones del momento o nuestra pertenencia a un colectivo, sino de nuestra calidad de persona racional y libre, hija de Dios.
Un obstáculo al fusionismo es el rechazo a la tradición. La muchedumbre clama por el cambio. Su afán por arrasar con el pasado llega a tal extremo que cualquier escenario futuro debe evitar ser contaminado por elementos históricos. Lo inédito apela a los rebeldes y creativos, pero también a los soberbios. ¿Acaso no es superior una actitud sabia, agradecida y humilde, que justiprecia la riqueza de los conocimientos heredados? ¿Acaso la prudencia y el gradualismo no superan a la violencia, la revolución y la destrucción?
La derecha guatemalteca puede trabajar en un fusionismo «a la Tortrix», que identifique en nuestra rica historia, y en plumas centroamericanas, ese amor por la libertad y el respeto a la dignidad humana. Es posible dibujar un futuro halagador para Guatemala que atraiga a quienes combaten el terrorismo comunista, se proclaman objetivistas, luchan por la vida, promueven el emprendimiento, abogan por la libertad religiosa, defienden a la familia, piden mercados libres, exigen responsabilidad fiscal y monetaria, rechazan el mercantilismo corrupto e intentan edificar un verdadero Estado de Derecho en el país.