Extracto de la conferencia de Mons. Mario Alberto Molina para la Cátedra Joseph Keckeissen 2020.
Agradezco al Instituto Fe y Libertad y a su junta directiva la invitación a pronunciar esta cátedra que lleva el nombre de Joseph Keckeissen, de grata y agradecida memoria. La intervención originalmente sería presencial, pero el covid-19 nos ha obligado a posponerla en relación con la fecha original y a recurrir a este medio de comunicación para su transmisión.
Conocí a Joe, pero nunca lo traté. Intercambié alguna palabra con él. La que me viene a la mente tuvo lugar en el Teologado Salesiano en tiempos en que este instituto de estudios estaba asociado a la Universidad Francisco Marroquín. Eso sería entre 1989 y 1991. Él y yo dábamos clases, y en uno de esos cruces de pasillo, me detuvo para preguntarme sobre la traducción del padrenuestro al español que se empleaba en la misa.
Le inquietaba que en la traducción litúrgica, las dos últimas cláusulas o peticiones estuvieran unidos por la conjunción y en lugar de la adversativa más. En efecto, la traducción litúrgica dice «no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal». Joe tomaba como referencia la versión en latín que dice «et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo». En efecto, mientras que la conjunción y en español es copulativa, la conjunción sed en latín es adversativa. Es decir, la segunda frase no era simplemente una nueva petición, sino que expresaba en positivo lo que la primera decía en negativo. El latín, por supuesto, refleja el original griego que dice «kai mē eisenenkēs hēmas eis peirasmón, alla rhūsai hēmas apo tou ponēroū».
En efecto, Joe tenía razón: las dos últimas peticiones del padrenuestro son dos versos en paralelismo adversativo típico de la poesía hebrea. El primer hemistiquio pide al Padre que no nos someta a la prueba como permitió a Satanás poner a prueba a Job, sino que, más bien, nos libre de caer en manos del maligno. La anécdota refleja la sensibilidad espiritual de Joe y su capacidad de fijarse en el detalle, no solo en las cosas relacionadas con la economía, sino también con la espiritualidad. Seguramente él diría que primero está la espiritualidad y luego la economía.
Sirva este breve relato como un homenaje a Joe y su memoria al inicio de esta lección amparada por su nombre. Y sirva también esta anécdota para indicar que el tono y contenido más teológico de esta conferencia no son para nada ajenos a las preocupaciones del Dr. Keckeissen, a quien no solo le preocupaba la economía, sino sobre todo, la espiritualidad y la fe.
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Voy a hablar de la Iglesia y su misión en una sociedad libre, pero primero es necesario esclarecer qué quiero decir con la expresión sociedad libre. Entiendo por tal una sociedad en la que las personas que la constituyen pueden hacer opciones de vida que surgen de sus convicciones personales y no de coacciones externas.
La sociedad libre está constituida por personas libres; las convicciones de las personas libres no necesariamente deben de ser elaboraciones personales. Las convicciones pueden ser recibidas desde la tradición y la cultura, y acogidas sin cuestionamiento porque dan sentido y orientación a la propia vida. Todos vivimos desde un cúmulo de convicciones heredadas en las que nos instalamos cómodamente sin mayor cuestionamiento. Heredar convicciones no merma nuestra libertad, pero una sociedad libre será aquella en la que sea posible, a cualquier persona, cuestionar las convicciones heredadas o proponer nuevos desarrollos a los conocimientos adquiridos y elaborados.
La libertad personal, por supuesto, no se confina al ámbito de las convicciones y conocimientos. La libertad tiene que ver con la acción, con la conducta. La persona será libre en la medida en que pueda actuar y conducir su vida desde sus convicciones y conocimientos. Y la libertad será tanto más plena cuanto esas convicciones y conocimientos estén fundamentados en la verdad, en lo que es recto y bueno e, incluso, en lo que es bello.
Aunque la ideología individualista toma como criterio límite de la conducta personal no causar daño a los demás, en realidad, como veremos, la verdadera libertad tiene como criterio la verdad y el bien. Una sociedad libre requiere que las acciones de las personas que la constituyen sean constructivas. Pero para que eso sea posible se requieren dos condiciones: ordenamiento legal justo de la sociedad y criterios éticos que permitan conocer lo que es justo y recto, tanto para juzgar el ordenamiento legal como para juzgar la conducta personal.
Para que ese ejercicio de la libertad en el ámbito del pensamiento y de las convicciones y en el ámbito de la acción sea posible, se requiere un ordenamiento de las relaciones interpersonales e intergrupales mediante leyes positivas y costumbres sociales: ordenamiento que permita el florecimiento personal de los individuos y de las organizaciones que ellos formen. Las leyes positivas crean marcos de referencia, y las costumbres crean formas no escritas de convivencia. Para que las leyes y las costumbres cumplan esta función, no pueden ser arbitrarias ni fundarse en doctrinas diseñadas desde intereses sectoriales, sino que deben surgir de un fundamento ético objetivo y que, a la vez, goce de la aceptación de las personas que forman la sociedad.
La sociedad libre, por supuesto, debe tener instituciones de autoridad. La autoridad, en sus múltiples facetas y formas, elabora las leyes, protege las costumbres, hace cumplir las leyes, facilita los servicios que las personas por sí solas o asociadas no puedan darse y sancionan a quienes infringen el ordenamiento de convivencia estructurado por las leyes y las costumbres.
Desde mi perspectiva, la dificultad actual mayor para alcanzar una sociedad libre consiste en lograr la acogida universal del fundamento ético objetivo del que surjan las leyes, en el que se inspiren las costumbres y que guíe la conducta personal de modo que sea posible la convivencia social en la que florezcan las personas libres. En la historia social de Occidente, hasta la Ilustración, ese fundamento lo daba el cristianismo, tanto en su capacidad de dar sentido de vida a través de su relato de salvación y de comunicarlo por el sistema sacramental, como en su capacidad de ofrecer un código ético que privilegiaba la dignidad de la persona en la sociedad. Pero, a partir de la Ilustración y el surgimiento de la razón científica como criterio de verdad, se mermó la credibilidad del relato cristiano de salvación y se desvaneció el concepto de naturaleza que daba fundamento al consenso ético que había dado cohesión a la sociedad hasta entonces.
Por eso, en mi perspectiva, la misión de la Iglesia en una sociedad libre es proponer, en las nuevas condiciones de credibilidad, su relato de salvación que da sentido de vida a las personas y, desde las personas, a la sociedad, y proponer, desde una renovada concepción de la naturaleza humana, el fundamento objetivo de la ética del quehacer humano en la esperanza de que su credibilidad genere convicción en más y más personas. Las condiciones son gravemente adversas, pero eso solo debe considerarse un reto a la creatividad pastoral.
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Mons. Mario Alberto Molina, O. A. R.
🇬🇹 Arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
Fue obispo de Quiché entre 2004 y 2011, y arzobispo de la Arquidiócesis de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán desde 2011 hasta 2024. En Kansas City realizó el noviciado y prosiguió estudios de Filosofía en el Rockhurst College de Kansas y de Teología en la Facultad de Teología de San Vicente Ferrer, en Valencia (España). También es doctor en Sagradas Escrituras por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma.