Siempre que inicia un nuevo año, sentimos que se nos da una nueva oportunidad, una oportunidad de ser mejores y, así es. Está bien ponernos una meta o tener una lista de metas por cumplir este próximo año, pero en este espacio propongo que nos enfoquemos en un propósito que, si se alcanza, se manifestará en todo lo que hagamos: la búsqueda constante de la excelencia.
Will Durant, un filósofo de los siglos XIX y XX, resume el pensamiento de Aristóteles diciendo: «Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto; es un hábito». Si tratamos a la búsqueda de la excelencia como un hábito, se convierte en un compromiso diario y requiere que vivamos de una forma intencional, eso significa que día a día debemos tomar la decisión de vivir de cierta manera.
Como cristianos, es nuestra responsabilidad cultivar el hábito de la excelencia porque somos embajadores de Cristo en la Tierra. Jesús vino a este mundo a mostrarnos un modelo de vida y si somos sus seguidores, sus hijos, debemos reflejar Su carácter, un carácter santo, justo, íntegro, humilde, bondadoso, amoroso. La excelencia espiritual y la excelencia moral son el resultado de realizar constantemente actos de justicia, actos de fe, actos de templanza. En 2 Pedro 1:5-7 dice: «vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor». La excelencia está relacionada con «excederse», con dar más cuando consideramos que hemos dado lo justo; como Jesucristo, que se excedió en dar su vida por nosotros. Nos excedemos por amor, damos más por amor, como Cristo.
Propongo que tengamos una mentalidad trascendental y que entendamos que las metas no son un fin en sí mismo; si fracasamos al cumplir una meta, no pasa nada, lo realmente importante es en qué persona me convierto al intentar cumplir esa meta. Sería genial si la meta se cumple y debemos esforzarnos y ser tenaces y valientes para cumplirla, pero no es lo más importante; no estamos viviendo para este mundo, estamos viviendo para glorificar el nombre de Dios. Por lo mismo, si es así, todo lo debemos hacer con excelencia: debo ser el mejor trabajador, el más íntegro, el más correcto, el más eficiente porque lo hago para Cristo; debo ser la mejor madre, el mejor padre, el mejor amigo, porque estoy representando a Cristo; debo cuidar mi cuerpo de la mejor manera, porque es el templo de Dios; debo comportarme con amor, con paciencia, con respeto, con resiliencia, porque ese es el modelo de vida que refleja quién soy, un hijo de Dios, una persona virtuosa y porque el amor me lleva siempre a excederme, a dar siempre más. A veces, decimos «es que ya no puedo más». ¿No será que no podemos menos?
Si cultivo la excelencia, buscaré hacer lo mejor en todo lo que hago y si la excelencia se convierte en hábito, se convierte en mi forma de vida. Hay miles de libros que tratan el tema sobre cómo formar hábitos, porque no es fácil, pero es increíble que, con pequeños actos del día a día, al hacer una pausa y ver hacia atrás, las cosas son muy diferentes. En resumen, este inicio de año propongo:
- Reflexionar sobre quién soy y cuál es mi propósito (hacia dónde voy).
- Vivir intencionalmente, actuar ahora.
- Aceptar que crear un hábito requiere tomar decisiones día a día.
- Entender que cumplir nuestras metas no debe ser un fin en sí mismo; esto es importante, pero más importante es en la persona que me convierto mientras lo intento.
- Buscar la excelencia espiritual y moral me lleva a cumplir mi propósito de vida y me ayuda a glorificar el nombre de Dios.
Joyce Meyer, autora cristiana, dice en su libro El campo de batalla de la mente: «Nuestros actos son el resultado directo de nuestras ideas» y los actos del día a día forman nuestros hábitos. Por eso es importante hacer una pausa, reflexionar y actuar.
Gandhi dijo: «Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino». Dios tiene un propósito de vida para cada uno de nosotros, nuestro destino está en nuestras manos, tanto como está nuestro empeño por adquirir buenos hábitos.
Nota: Agradezco a Moris Polanco por sus enseñanzas y por las sugerencias a este artículo.