El 18 de agosto de 2022 se cumplió el 102º aniversario del derecho al voto de las mujeres en Estados Unidos. Las mujeres, con el apoyo de los hombres en las instituciones gubernamentales, lograron ese primer sueño en equipo. Ser feminista significaba luchar para que las mujeres pudieran elegir su propio camino en la vida, sin dejar de valorar las diferencias entre ellas y el sexo opuesto. Hoy este movimiento se ha convertido en una ideología de muerte y negación de lo propiamente femenino. La mujer va en busca de ser el superhombre. ¿Es este movimiento viable con la vida?
Empecemos por definir el estereotipo masculino. Físicamente, los hombres tienen un mayor volumen corporal, un tono de voz más alto, etc. Afectivamente, son menos empáticos, tienden a interesarse más por los objetos que por las personas, son más «peleones», les gusta la competición, son más capaces de soportar el estrés y tienen un alto deseo de crecer en estatus. Las mujeres, en cambio, tienen un volumen corporal inferior al de los hombres. Emocionalmente, son más empáticas y afectivas, se interesan más por las personas que por los objetos, evitan las situaciones de estrés y prefieren trabajar en equipo.
Al observar estas diferencias, está claro que se complementan. El hombre es más fuerte y competitivo, lo que le hace perfecto para proteger a la mujer y luchar por mejores trabajos para mantener a su familia. La mujer, con sus cualidades y preferencias hacia un entorno más relajado, no buscará los trabajos mejor pagados y más estresantes y preferirá un entorno más colaborativo y relajado. En casa, será ella la que proporcione amor y cuidados a sus hijos. Se ocupará de ellos y los verá crecer bajo la protección de un hombre realizado.
Sin embargo, la mujer de hoy quiere ser un hombre. Quiere los mismos trabajos, los mismos sueldos, las mismas cualidades biológicas y liberarse de lo que la convierte en mujer. Cree que su dignidad es mayor cuanto menos responsabilidad tiene. Es la consecuencia de una vida en la que se ha devaluado el mayor papel de la mujer en la sociedad: el de ser madre. Ahora tenemos una cultura que prioriza la libertad, pero que en realidad promueve el egoísmo. Una cultura que promueve la vida a través de la muerte: el aborto. Una sociedad que busca una vida mejor para todos, sin tener claro lo que es propiamente bueno para la persona.
En una sociedad sin principios morales claros, es natural que las personas pierdan el sentido de la vida. Lo que es moralmente bueno es lo que es bueno para el ser humano y para los que le rodean. Al despojar a las mujeres de sus propias cualidades saludables, las hemos privado de su verdadero significado. La capacidad de ser madres y de amar desinteresadamente ha sido sustituida por el amor propio y el egoísmo. El feminismo buscaba originalmente promover la dignidad de las mujeres, defendiendo nuestros papeles como madres y la belleza de la familia. Papeles que vienen de Dios. Nuestra dignidad era algo que defendíamos, ahora es algo que «buscamos» al ser iguales a los hombres.
Lo que no se entiende hoy es que tenemos la misma dignidad que los hombres, porque ambos venimos de Dios, estamos hechos a su imagen y semejanza. Dios Padre amando eternamente a su Hijo, el amor entre ellos genera el Espíritu Santo. El hombre amando a la mujer genera hijos y Dios ha querido que disfrutemos de eso y lo reproduzcamos. De aquí, de ser hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, viene nuestra dignidad y el sentido de nuestra vida. No del trabajo que hacemos, no de la sociedad, no de la liberación total del hombre, no de mutilarnos, privándonos de nuestra capacidad de procrear en nombre de la liberación. Al olvidar que nuestra dignidad es divina, hemos fomentado una cultura egoísta y promotora de la muerte, favoreciendo así la decadencia de la sociedad.