Joe, de espíritu calmado, andar tranquilo y voz que transmitía paz, sabía mucho de economía. Había aprendido del mejor: de Ludwig von Mises. Recuerdo este episodio durante el inicio del Seminario de Acción Humana, de Mises: Se puso de pie y, tras bañar a la clase con una mirada, antes de empezar su alocución, alzó la mano y dijo «viva Mises». La clase coreó, «viva». Luego, una segunda y tercera vez, y cuando había captado plenamente la atención de la clase, prorrumpió, «podría seguir así por media hora». La clase estalló en carcajadas. Acto seguido se presentó como el vínculo humano entre Mises y este grupo de ávidos aprendices de la acción humana, tras lo cual nos obsequió con una brillante entrega.
La genialidad docente de Joe es inolvidable; yo tomé cuanta clase pude con él. Revisando mi ficha curricular puedo ver Distorsiones de la Teoría de Interés, Paridad del Quetzal, Nociones Falsas del Desarrollo, Desdolarización de la Banca, Inflación, Mises Critica a Guatemala. Los nombres de las clases eran chispeantes y los discípulos de Joe acudíamos a aprender del mejor en Guatemala.
Sus ilustraciones eran memorables, sus citas del profesor Mises siempre venían de su excelente memoria. Podríamos resumir la ficha de Joe de esta manera: Hermano de la orden salesiana, economista, discípulo de Mises en Nueva York, enseñó en la Universidad Francisco Marroquín casi desde su fundación, y atrajo a una multitud de estudiantes. Sus cursos sobre economía en ESEADE, hoy Escuela de Negocios, despertaron la curiosidad intelectual de una gran cantidad de discípulos que profesaban una especial admiración por Joe.
Pero, claro, Joe era mucho más que los conceptos como la tasa de capitalización, el tiempo como factor económico, la economía de giro uniforme, la renta económica, o cosas por el estilo. Era, sobre todo, un caballero. El trato noble y generoso a los opositores era ejemplar. Vimos desfilar a varios banqueros, de todas las persuasiones económicas, en el curso Dinero e Interés, y a quienes trató con cordialidad, especialmente cuando se trataba de funcionarios de la banca central.
Su sentido del humor era patente en cada clase. Cuando ponía un problema que dejaba abrumados a los estudiantes rompía el silencio de la clase diciendo: «Hasta un caballo muerto podría ver la respuesta». O se acercaba a la fila de enfrente y preguntaba a alguna señorita: «¿Podría usted construir un imperio con un ratón muerto?». Tras el silencio decía: «Disney lo hizo». O preguntaba: «¿Qué incentivo por encima de su costo de oportunidad es el que saca a Michael Jackson de sus pijamas para que vaya a cantar?… La renta económica».
El conocimiento no era todo: también lo era el sacrificio. Sacrificaba el cómodo ambiente de la universidad o de la capital para viajar tres días de la semana a enseñar a Quetzaltenango, y tres días volvía a la capital para enseñar en la universidad. Los viajes largos de cinco horas, dos veces por semana hasta el último año, antes de la hemiplejia, representaban grandes demandas autoimpuestas sobre su frágil salud y humanidad al tratarse, especialmente, de una persona mayor de ochenta años. Ese era el espíritu noble y servicial de Joe: el espíritu de un gigante.
Su claridad sobre Mises demostraba con igual amplitud las frases en donde el apriorismo y el carácter a posteriori de la ciencia, se conjugaban. Todo esto mientras pacíficamente discurría con los más provocativos, Armando de la Torre y Rigoberto Juárez Paz, sobre la imposibilidad de una ciencia a priori, en donde no hay tiempo o causalidad. Joe señalaba lo que era el corazón del apriorismo Miseano: «En modo alguno preténdase predicar que la teoría de la acción humana deba ser apriorística, sino que dicha ciencia lo es y siempre lo ha sido».
Joe era un hombre de grandes virtudes. Los valores, la fe, la bondad, la ética y el altruismo no eran ajenos a la economía que Joe enseñaba, sino eran temas perfectamente compatibles con los costos de oportunidad y valores subjetivos de la praxeología. No tengo ninguna duda de que las virtudes, talentos y abnegación, en el caso de Joe, se explican solo a partir de su fe en Dios. Una cruz en su pecho recordaba a sus estudiantes la profunda vocación religiosa de este gran hombre.