Es famosa la fotografía del papa Juan Pablo II reprendiendo al sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, durante su visita a Nicaragua, el 4 de marzo de 1983. El motivo: el derecho canónico prohíbe que los religiosos participen activamente en la política, y Ernesto Cardenal entonces ocupaba el cargo de ministro de Cultura del gobierno sandinista en Nicaragua, encabezado por Daniel Ortega. Ernesto Cardenal era uno de los rostros más prominentes de la revolución sandinista. Algunos teólogos de la liberación lograron persuadir a creyentes a sumarse a la lucha contra Anastasio Somoza, dándole un matiz cristiano a la revolución marxista-leninista. S. S. Juan Pablo II soportó un largo discurso revolucionario de Daniel Ortega y una misa interrumpida por bulliciosos marxistas, en esa visita a Nicaragua. Un año más tarde, el pontífice suspendió a Ernesto Cardenal a divinis; Cardenal siguió siendo ministro hasta 1987 y en reiteradas ocasiones dijo que no quería reconciliarse con la Iglesia católica.
El tiempo pasa. Las cosas y las personas cambian. A sus 94 años, el poeta nicaragüense solicitó al nuncio apostólico en Nicaragua su restitución como sacerdote. Tiene años de ser un férreo opositor de la «dictadura» de los esposos Ortega y de no participar directamente en la política. Poco antes de conocerse la decisión del papa Francisco, a mediados de febrero de este año, Cardenal ingresó al hospital por una infección renal. Es preciso recordar que otros sacerdotes militantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) fueron readmitidos a la Iglesia en el 2014. Fernando Cardenal murió habiendo sido reinstalado. Miguel D’Escoto, exministro de Relaciones Exteriores y miembro de la congregación Maryknoll, y Edgar Parrales, también fueron rehabilitados por el papa Francisco.
Conmueven las historias de quienes vuelven a casa y buscan ponerse nuevamente en gracia de Dios. Ciertamente estos casos de indulto dan muestra de la misericordia de la Iglesia, siempre madre. Sin embargo, el público en general y algunos medios de comunicación podrían llevarse una falsa y sobresimplificada impresión de que la readmisión a la Iglesia de Ernesto Cardenal confronta a los dos pontífices anteriores con el actual: a los papas polaco y alemán, conservadores, con el papa argentino, a favor de la teología del pueblo. O bien, que la decisión significa que la teología de liberación, tal y como la vivieron algunos nicaragüenses, ahora se considera compatible con el catolicismo ortodoxo. Esta impresión puede acrecentarse teniendo en cuenta las declaraciones del mismo Ernesto Cardenal en años pasados.
En el 2017, por ejemplo, Ernesto Cardenal le dijo al entrevistador argentino Enrique Vásquez que «nunca me levantaron la suspensión sacerdotal y no me interesa que me la levanten». La prohibición para administrar sacramentos «no me afecta a mí», confió Cardenal a Berna González Harbour de El País, el 9 de junio del 2015, «porque yo me había hecho sacerdote para ser…contemplativo. De manera que eso me liberaba de un cargo que para mí no era vocación ya…». Que yo sepa, no se ha hecho pública una retracción de tales expresiones, pero al haber retornado a la Iglesia, seguramente Ernesto Cardenal ya no considera las décadas que pasó fuera de ella bajo la misma óptica.
En esa extensa entrevista a González Harbour, Ernesto Cardenal dice además que «los dos papas anteriores a Francisco fueron papas funestos, hicieron retroceder a la Iglesia siglos». En cambio, «nuestro querido» Francisco es un papa «revolucionario» que «está confirmando la teología de la liberación». Son opiniones categóricas. ¿Ha moderado su juicio desde entonces?
Recordemos que la teología de la liberación es una corriente de pensamiento que nace a finales de los sesenta y se populariza a principios de los setenta, sobre todo tras la publicación del libro Teología de liberación, perspectivas (1971), escrito por el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez. El Vaticano no se precipitó en su evaluación de estos planteamientos. No fue sino hasta 1984 y 1986, cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe, a cargo del cardenal Joseph Ratzinger, luego papa Benedicto XVI, publicó dos documentos señalando los aciertos y los errores de la teología de la liberación. Preocuparse por los pobres es loable y cristiano. Trabajar por mejorar su situación material también lo es. Sin embargo, no está bien empuñar las armas o incentivar la violencia, ni siquiera para intentar construir el cielo en la tierra instaurando el socialismo. No hay tales de justificar la violencia revolucionaria y condenar la violencia contrarrevolucionaria u opresiva. Escribe Ratzinger:
La verdad del hombre exige que este combate se lleve a cabo por medios conformes a la dignidad humana. Por esta razón el recurso sistemático y deliberado a la violencia ciega, venga de donde venga, debe ser condenado.
La persona humana es más que un peón en la lucha de clases, y no puede ser moldeada al antojo por ingenieros sociales. Debemos cuidarnos de abusar de frases como el pecado social. Estas fueron las observaciones más fuertes hechas por Ratzinger.
La vivencia nicaragüense confirmó los temores del Vaticano. El FSLN lideró una lucha armada y política, la cual protagonizaron cristianos laicos y religiosos. En sus memorias, Fernando Cardenal escribió que:
Es la única vez, en la historia de las revoluciones, que en una revolución los cristianos participan masivamente. En Nicaragua los cristianos participamos en la lucha… los cristianos en el campo y en las ciudades, las religiosas y los sacerdotes, por todos lados colaboraron y participaron a todo nivel.
El rechazo a «los ricos» se acentuó tanto que los sacerdotes teólogos de la liberación preferían no servir de párrocos en comunidades de clase media y alta. En un libro que recaba testimonios de sandinistas, Christians in the Nicaraguan Revolution, publicado por Margaret Randall, una de las iniciadoras de la comuna Solentiname, fundada por Ernesto Cardenal, afirma que «ningún rico va a seguir a Jesús». El padre Uriel Molina, a cargo de la iglesia de El Riguero, le confiesa a Margaret Randall que «en la universidad yo servía a la burguesía y aquí en el vecindario servía a los pobres… Todos los días me decía: soy falso, porque no me estoy dando completamente a los pobres…». En la iglesia de El Riguero se pintaron unos murales extremadamente políticos y se colgó una ofensiva representación de Jesús crucificado, luciendo fusil y dibujado a semejanza de Che Guevara. En varias iglesias se oficiaron bautizos en nombre de la revolución, en vez de en nombre de Dios. La incitación a la violencia y al odio a los ricos, la deificación de ídolos comunistas, la politización de los sacramentos y otras actitudes y acciones no fueron ni pueden ser congruentes con el cristianismo.
En el 2015, Ernesto Cardenal afirmó que seguía creyendo en la revolución, porque «revolución no es solo la guerrilla, la lucha armada, revolución es amor». A su juicio, la revolución sandinista es «la más bella que ha habido». Pero el amor por el pobre no justifica hacer daño a terceros, punto. Esta postura está en franco antagonismo con lo sostenido por la Iglesia a lo largo de los siglos, y no ha trascendido a luz pública una retracción de estas opiniones por parte de Cardenal.
Las ciencias sociales, entre ellas la economía y la política, son asuntos opinables para los fieles católicos. Es decir, la Iglesia no uniforma el pensamiento en estos campos y los católicos somos libres de elegir nuestra preferencia. Supongo que incluso cabe dentro de ese abanico de opciones un socialismo cristiano, aunque considero que la filosofía de la libertad personal es más congruente con el catolicismo. Gustavo Gutiérrez, por ejemplo, sí se retractó de algunos aspectos de la teología de la liberación y ha pasado los últimos años intentando hacer de su teología algo más «ortodoxo», pero no ha cambiado drásticamente sus opiniones políticas. Él reconoce que el católico coherente debe adoptar posturas que respeten a la persona humana en su dignidad y libertad, y que tengan en cuenta la doctrina social de la Iglesia. Esto ha sido así desde mucho antes de que la teología de la liberación irrumpiera en la escena.
Por ello, sería razonable esperar que los pontífices Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco representan una continuidad, no una ruptura, a pesar de sus evidentes diferencias en estilo e intereses. Hemos de pensar que cualquiera de los tres habría beneficiado a Ernesto Cardenal con el indulto por las mismas razones: amor a Dios, obediencia, un rechazo al ejercicio político, a los medios violentos y a los componentes más radicales y marxistas de la teología de la liberación.