El odio al empresario

por | Blog Fe y Libertad

Jul 25, 2023

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Publicado originalmente el 25 de julio de 2023 en Prensa Libre.

La empresa es un equipo humano

Algunos políticos se retratan a sí mismos como los mesías destinados a salvar al pueblo, y nos alimentan odio por los empresarios que, según ellos, causan la miseria del pueblo. En Twitter leemos frases como «no creo que existan guatemaltecos empresarios éticos», «que paguen los empresarios corruptos», y «sanciones drásticas para esta dictadura y los grandes empresarios en Guatemala».  ¡Es un discurso perverso!

El Dr. Juan Sebastián Landoni, economista argentino, afirmó en una conferencia que el dueño de una empresa es parte de un equipo humano de trabajadores. Así lo veía el padre de la economía, Adam Smith, autor de La riqueza de las naciones (1776). Smith usa de ejemplo una fábrica de alfileres, donde los trabajadores se dividen las tareas según sus habilidades  y se organizan para alcanzar una meta común. La empresa es una comunidad de personas que cooperan para lograr altas tasas de productividad, y cosechan beneficios mutuos. La innovación y la creación de riqueza es un proceso social. 

Ahora bien, un emprendedor establece un negocio solo si estima que este resultará fructífero. Examina el marco institucional.  Confía en la libertad para iniciar o cerrar dicho emprendimiento, así como  garantías a la propiedad privada, los contratos y acceso a justicia pronta. Ya antes de emprender, el sujeto habrá ahorrado,  detectado oportunidades, y asumido riesgos que le quitarán el sueño por las noches.  La tortillería en la esquina, el conductor de Uber, el visionario tecnológico y la maestra que abre un kinder en su garaje son tan emprendedores como quienes lideran empresas medianas y grandes. Además, mientras una variedad de empresas cree múltiples oportunidades de empleo, el trabajador podrá elegir libremente dónde laborar, y el empleador tendrá el incentivo de tratar bien a sus colaboradores.  

La noción de que el obrero es explotado por su supuesto enemigo, el capitalista, fue sembrada en nuestro imaginario por los ideólogos comunistas Marx y Engels, con la esperanza de provocar una revolución violenta. Una vez se instala el totalitarismo comunista, el trabajador enfrenta una triste realidad. Es literalmente un esclavo del Estado que controla todos los aspectos de su vida a través de métodos represivos. Al eliminar la propiedad privada el gobierno acaba con los capitalistas, pero no con la necesidad de trabajar, ahora para el monopolio estatal. Tampoco nos libra de la pobreza y la corrupción.

Los líderes empresariales y los políticos no suelen forjar una élite extractiva y corrupta granítica. Al contrario: los políticos y los actores económicos responden a incentivos diferentes, y suelen entrar en pugna. Las democracias contemporáneas han sido deformadas por la competencia entre grupos de políticos, burócratas, ONGs, ciertos empresarios y otros buscadores de rentas. Ellos participan del  jueguito para conseguir privilegios a costillas de otros, en lugar de ganarse la vida con su trabajo lícito en el mercado económico. Es la apropiación de rentas artificiales lo que es cuestionable, independientemente del perfil del buscador, pero los socialistas tienen por nobles los intereses de todos los grupos menos los de los empresarios.

Es irracional odiar a los emprendedores que son, literalmente, la gallina de los huevos de oro. Declararles la guerra es cometer suicido comunitario. En el ecosistema del mercado se crea bienestar para la sociedad. De su trabajo arduo provienen los fondos que cubren los salarios de los funcionarios públicos, los privilegios sectoriales, y otras iniciativas «salvíficas» que inventan los políticos. Necesitamos más mercado libre y menos politiquería.

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