Así como Andrew Jackson tuvo que hacer campaña contra la élite más corrupta de Washington en 1824, el próximo candidato a presidente en Guatemala tendrá que enfrentarse con un sistema que parece no cambiar sus prácticas corruptas. Existen muchísimos paralelismos entre la campaña electoral de Andrew Jackson y la política actual, puesto que Jackson se enfrentó a lo que llamaban el «pacto de corruptos» de Washington, exactamente el mismo nombre que asocian con la clase política de Guatemala en la actualidad, y además tuvo que tratar con los medios amarillistas y tendenciosos de su época (Johnson, 2000). En medio de tanto revuelo es inevitable preguntarse si es posible que la política sea ética o moral. ¿Puede quitársele algún día la connotación de «pacto de corruptos» a quienes dirigen el Gobierno de nuestro país?
Para responder a las interrogantes anteriores debemos reflexionar sobre cómo las personas toman buenas decisiones y si existen principios de filosofía moral aplicables incluso en la política (Kidder, 1998). Considero que todos tenemos que enfrentarnos a decisiones difíciles, pero estas se vuelven aún más difíciles cuando involucran a la población entera de un país. En política, los congresistas o los presidentes, por ejemplo, toman decisiones que en última instancia nos afectan a todos. Se enfrentan a dilemas éticos y a tentaciones morales todos los días por la magnitud de temas que deben abordar. Analizar cómo las personas buenas toman buenas decisiones nos puede ayudar a entender que todos nos enfrentamos a decisiones difíciles, pero a nivel de política el asunto se vuelve más delicado.
Al ser estudiante de ciencias políticas, me han enseñado desde el primer día que este campo de estudio se enfoca en el poder. Sin embargo, muy poco énfasis se ha puesto en la moralidad del ejercicio del poder. El Manual del dictador de Bruce Bueno de Mesquita explica cinco reglas básicas que todo gobernante debe seguir para mantenerse en el poder por mucho tiempo (De Mesquita y Smith, 2013). Todas esas reglas son despiadadas, egoístas y no toman en cuenta a la población por la que supuestamente un gobernante trabaja. Esa «realpolitik» que De Mesquita evidencia tan crudamente choca con lo que espero que se vuelva la política algún día, con que se le quite esa connotación de «pacto de corruptos» a todo lo que salga del Gobierno. No obstante, pienso que los políticos, como cualquiera de nosotros, se enfrentan a los cuatro dilemas de: verdad vrs. lealtad, corto plazo vrs. largo plazo, individuo vrs. comunidad y justicia vrs. compasión (Kidder, 1998). Por lo tanto, ejercer poder político no se puede reducir a seguir las cinco reglas de Bruce Bueno de Mesquita porque siempre habrá que enfrentarse a esos dilemas que poco a poco moldearán la forma de tomar decisiones de cada uno.
Es verdad que la evidencia muestra que muchas personas que se involucran en política lo hacen para obtener una renta o por intereses personales. Sin embargo, lo que trato de analizar es que aun esas personas deben someterse a reflexionar sobre sus acciones bajo los principios que presenta Kidder (1998): utilitarismo, el categórico y solidario. Aunque esos principios sean utilizados para analizar un dilema no significa que mágicamente se resuelvan los problemas, sino que existe la posibilidad de equivocarse. Según Kidder (1998), hay tres maneras de equivocarse, las cuales son: violar la ley, faltar a la verdad y tener falta de integridad moral. En esto es donde yerran esos políticos que se alejan de lo que en realidad deberían ser, violan leyes para obtener lo que quieren, manipulan las palabras para que no se sepa la verdad y demuestran una falta de integridad moral al engañar a su electorado. Estas personas se vuelven inmorales.
Hacen falta muchísimos cambios estructurales y sociales para que la política cambie y para ello se requiere que personas buenas se involucren en el Gobierno. A pesar de haber descrito cómo los malos políticos hacen uso de los principios morales, todavía no hemos analizado cómo los usan las buenas personas.
Pienso que el Estado de Guatemala estaría muchísimo peor si no hubiese algunos bastiones de esperanza, algunas personas buenas que representan la luz y no permiten que todo se desmorone. Estas son las personas que considero que saben tomar buenas decisiones aun bajo presiones, cuyos códigos de ética están tan bien cimentados que no se dejan influenciar por el mal tan fácilmente. Estoy de acuerdo con Kidder (1998) en que el ejercicio moral es muy importante para saber qué hacer cuando se nos presentan situaciones complicadas. En política, esto puede ser ejemplificado con los sobornos. Alguien que no está dispuesto a aceptar un soborno de cien quetzales cuando está empezando su carrera, habrá tenido el ejercicio moral suficiente como para saber que aceptar treinta mil quetzales más adelante en su carrera sería igual de incorrecto.
El esfuerzo por quitarle la etiqueta de corrupción al Gobierno de Estados Unidos empezó hace casi doscientos años con Andrew Jackson (Johnson, 2000). Para Guatemala, parece que el mismo trabajo empezó hace poco; sin embargo, las implicaciones son igual de trascendentales. En mi opinión, en un sistema que se ha caracterizado por sus malos hábitos es indispensable que haya individuos dispuestos a hacer lo correcto. Que existamos aquellos que podamos hacer lo correcto aun cuando eso sea lo difícil. Considero que los dilemas que enfrentamos a diario se vuelven ejercicio mental y moral para que sepamos cómo enfrentarnos a situaciones más complejas. Muchas veces podemos aplicar principios filosóficos a situaciones teóricas, pero el desafío verdadero está en tratar de aplicarlos a la vida real y construir un país que valga la pena.