Comentarios en torno a la belleza según Joseph Ratzinger

por | Blog Fe y Libertad

Mar 20, 2023

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Volver a los escritos de un intelectual de inmensa talla en cultura y santidad es un ejercicio que brota en forma natural una vez que su autor ha fallecido. Estas líneas tienen el ánimo de repasar las ideas de Benedicto XVI en torno a la belleza y, de paso, tender un puente hacia un concepto que, por naturaleza, siempre se torna escurridizo.

Aquí comentaré algunas de sus frases que aparecen en su Mensaje a las Pontificias Academias, 25-XI-2008 y en su discurso Encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina 21-XI- 2009. Ambos escritos tienen un tono accesible y atractivo desde un enfoque de quien ha indagado en los clásicos griegos y cristianos. 

En su Discurso al encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina el 21 de noviembre de 2009, Benedicto XVI afirmaba: «La belleza auténtica abre el corazón humano a la nostalgia, al deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el Otro, hacia el más allá». En esta afirmación, se nota la herencia que las ideas de Platón en torno a la belleza han dejado en su pensamiento. Para no abarcar una gran descripción de ellas, podemos afirmar que en el filósofo griego la belleza ocupa un sitio importante, ya que la describe como la condición que reclama el amor que lleva al mundo originario y que despierta el ansia por volar hacia él.

Siguiendo la línea platónica, la belleza, en la medida en que sea auténtica, es una ventana que permite el acceso a lo trascendente y absoluto, a lo eterno e infinito. La contemplación de la belleza del mundo creado y de las obras artísticas que buscan atrapar, a su manera, los interrogantes y las inquietudes más insondables del ser humano y lo hacen con el sello de marca de la obra bien hecha, acaba elevando la mirada y la existencia. 

Y a continuación señala Ratzinger en el mismo discurso: «Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente, nos hiera, nos abra los ojos, redescubrimos la alegría de la visión, de la capacidad de captar el sentido profundo de nuestra existencia, el Misterio del que formamos parte y que nos puede dar la plenitud, la felicidad, la pasión del compromiso diario». Ese darse por enterado de nuestra procedencia, de la altura y magnitud de nuestra vida es precisamente lo que la belleza provoca en quien la encuentra. Aquí la tradición del pensamiento de Platón se une a la filosofía cristiana para dar cuenta de cómo el destello de la belleza nos pone en sintonía con nuestro origen. 

Por lo anterior, nuestro mundo se quedaría chato e inacabado sin el resplandor de la belleza y por ello Benedicto XVI señalaba en su Mensaje a las Pontificias Academias: «(…) En un mundo sin belleza, la verdad pierde su brillo y el bien agota su fuerza. Y al contrario, una belleza separada de la verdad y del bien, se convertiría en una máscara superficial y meramente subjetiva si no individualista». En estas afirmaciones, no solo señala cómo la belleza confiere brillo y fuerza a la verdad, sino que admite la existencia de una belleza superficial y engañosa que puede seducir y llevar al mal por estar desvinculada de la verdad. Se trata de la belleza aparente y carente de un contenido verdadero.

También en el mismo discurso hace ver: «Aunque nuestros contemporáneos no siempre están abiertos a la belleza que se armoniza con la verdad y la bondad, están deseosos y nostálgicos por esa belleza auténtica, no superficial y efímera» y con ello permite caer en la cuenta de cómo algunos artistas se han aferrado, a lo largo de la historia y en la actualidad, a expresiones deformadas, crudas, oscuras y desgarradoras como una manera de manifestar —por vía negativa, digamos— su ansia de bien, de verdad y de auténtica belleza.

Aunque no sepamos ni podamos definir la belleza, toda persona la ha experimentado en algún momento de su vida. Esa experiencia se ha erigido como un momento mágico donde confluyen una especie de evocación hacia algo más con un gozo que se desearía no interrumpir jamás. La belleza, de alguna u otra manera, nos ha tocado el alma y nos ha conmovido en más de alguna situación. 

Si bien cada uno puede experimentar ese gozo con una experiencia diferente o frente a una obra de arte distinta, la manera en que esa conmoción nos toca es siempre semejante. Nos llena de entusiasmo y nos impulsa a llamar a otro para que vea y experimente lo que tenemos delante. Por eso, la vivencia de lo bello ayuda a salir de uno mismo e ir hacia los demás, y sin quizá saberlo, experimentar el brillo de la verdad y advertir así a Dios y al modo en que Él nos mira y cuida.

Por eso Benedicto XVI dice en su Mensaje a las Pontificias Academias: «El camino de la belleza es uno de los posibles itinerarios, quizás el más atrayente y fascinante, para comprender y alcanzar a Dios».

Continuará

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