Muy probablemente será usted ciudadano de este país y, por ende, vocero de ciertas causas eminentemente sociopolíticas que nos atañen tanto a usted como a mí. Y, muy probablemente, tanto usted como yo somos o hemos sido víctimas de narrativas de división —e incluso multiplicadores— de las dinámicas de polarización que mantienen al país entre dos abismos dispuestos a provocar el hundimiento del otro con tal de «tener la razón». Nos han utilizado y lo hemos permitido, pero le explicaré por qué. 

Un análisis hecho por la consultora Social Analytics y distribuido por la firma Diestra, alerta que en el último año —es decir, de agosto 2023 a agosto de 2024—, en Guatemala hemos rozado los grados más altos de polarización social. Según el índice de la consultora, hemos llegado a un preocupante 90 % que, en días clave, no ha necesitado más que un pequeño percance para incendiar una ira incontrolable que podría provocar un estallido social de repercusiones inimaginables para la Guatemala del siglo XXI. Estamos polarizados, es un hecho, y seguimos polarizándonos.

El problema de la polarización es que no solo alimenta las luchas entre dos bandos histórica e ideológicamente opuestos, sino que se filtra en todas las capas sociales, a tal grado que es capaz de provocar escisiones radicales dentro de grupos que habían mantenido consensos y que juraban defender los mismos principios y buscar los mismos fines. Cuando la polarización es extrema, cualquier cambio en las formas genera abismos irreconciliables —e irracionales—. El problema de los abismos que se abren entre los grupos que se polarizan es que, mientras más ancha la grieta, menos probabilidades y más temor hay de taparla y cruzarla. A más abismos, menos diálogos. A menos diálogos, más ignorancia. A más ignorancia, menos progreso. 

La polarización es como la cizaña. Esta planta tóxica es muy parecida al tan útil y necesario trigo. Según las clasificaciones taxonómicas aceptadas por la comunidad científica, aunque son especies diferentes, tanto el trigo y la cizaña son parte de la misma familia. Tan así, que la cizaña es llamada también «falso trigo». Pero la diferencia entre estos dos es evidente cuando se comienza a formar la inflorescencia, pues la de la cizaña es de color violáceo y luego, a la hora de dar granos, los de la cizaña son tóxicos, a diferencia de los granos del trigo (1). Traigo este ejemplo a la palestra porque el diálogo que provoca el debate de altura —trigo— es comúnmente confundido con la verborrea, que provoca la polarización —cizaña—.

Ahora bien, puesto que la polarización es parte de la vida —no porque querramos, pero porque, paradójicamente, un pequeño y controlado porcentaje de polarización en la palestra pública funciona para producir más y mejores diálogos—, hemos de aprender a identificarla y a extirparla de raíz en el momento adecuado. Esto hace más sentido si retomamos el ejemplo anterior. El trigo y la cizaña crecerán juntos, pero para la cosecha, serán apartados. Esto oportunamente lo explica san Mateo en su evangelio, cuando recoge la parábola de la cizaña y el trigo de Jesucristo. En resumen, un hombre siembra buena semilla en su campo. Mientras duerme, el enemigo siembra cizaña entre el trigo. Cuando el trigo brota y produce grano, brota también la cizaña. Los siervos del hombre le proponen arrancar inmediatamente la cizaña del trigo, pero el hombre los detiene:

No sea que al recoger la cizaña, arranquen el trigo junto con ella. Dejen que ambos crezcan juntos hasta la cosecha; y al tiempo de la cosecha les diré a los segadores que recojan primero la cizaña y la aten en manojos para quemarla, pero el trigo, que lo recojan en mi granero (2).

Y es que tanto el trigo como la cizaña —el debate de altura y la polarización— cuentan con una raíz fasciculada. Esto significa que ambas plantas se entrelazan entre sí, hecho que impide que la cizaña sea arrancada sin afectar al trigo. Hay un momento en el que deben cohabitar juntas; hay un momento en el que la polarización existe a pesar del debate de altura y que, de hecho, ayuda a discriminar los focos de diálogo de los focos polarizantes. Sin embargo, la ciencia también explica que cuando la cizaña genera una competencia por luz y nutrientes con las plantas cultivadas, como el trigo, puede ocasionar el debilitamiento y muerte de sus plantas vecinas, por lo que en ese momento hay que cortarla. Así como en la parábola el hombre ordena a sus segadores que en el momento adecuado quemen la cizaña y lleven el trigo al granero, cuando la polarización crece y compite por el escenario, ahogando al debate de altura, es cuando hay que cortarla de raíz y quemarla. Ese momento es ahora. 

En contraste con aquella cizaña que ahoga al trigo, llama la atención el fenómeno de la capilaridad, que sin estar familiarizado con el concepto científico, suena a cohesión, a trabajo en equipo. Porque lo es. Científicamente, la capilaridad es un fenómeno a través del cual los líquidos tienen la capacidad de subir o bajar a través de un tubo capilar (3). Pero su aplicación a nuestro tema se entiende mejor, nuevamente, con plantas. Gracias a la capilaridad, las plantas absorben agua del suelo a través de sus raíces y luego la trasladan hasta sus hojas. Esto es posible porque las plantas tienen «tubos capilares» por los cuales los líquidos y nutrientes se distribuyen por todas sus partes. La capilaridad, entendida en nuestra esfera social, entra en función automáticamente con el debate de altura, que permite que las ideas fluyan por las plataformas adecuadas —tubos capilares— con la finalidad de ser distribuidas a los sectores interesados, actores clave y autoridades legítimas que añoran esta antítesis de la polarización para construir mejores entornos. 

Menos cizaña, más capilaridad. Menos polarización, más debate de altura.