El historiador que pretenda comprender el complejo proceso de la primera evangelización de América se topa inexorablemente con la figura de Bartolomé de Las Casas. Se trata del personaje que ha luchado perseverantemente por los derechos de los indígenas, que ha sido combustible principal de la Leyenda Negra, con un dinamismo vital y una producción libresca impresionantes.
¿Cómo valora con equidad la vida y la obra de este personaje? ¿Cómo acercarse con un poco de serenidad a un personaje cuyos biógrafos de ayer y hoy presentan juicios tan dispares? Apuntemos aquí una posible vía para obtener un mínimo de objetividad, a partir de la metodología histórica. Para ello nos servimos de la obra de Carlos Sabino, La historia y su método1. En el capítulo sobre El proceso de investigación dedica una parte a la crítica de las fuentes primarias, que son aquellas fuentes que dan información acerca de lo que acontece en el momento: cartas oficiales o privadas, actos jurídicos personales o públicos, literatura contemporánea, etc.
En este sentido, la vida y la obra de Bartolomé de Las Casas son claramente una fuente primaria de la época que le tocó vivir. Ahora bien, como todo buen historiador, Sabino señala que todas las fuentes primarias deben considerarse teniendo en cuenta las fuentes secundarias: obras de otros historiadores o fuentes posteriores a los hechos. Solo así se pueden considerar las fuentes primarias con la distancia de poder ofrecer sus antecedentes, su contexto y, en definitiva, la calidad de los datos que ofrecen.
Y aquí tenemos una primera luz: para entender a Las Casas no basta con leer sus numerosas obras, sino que hay que ponerle en el contexto de su tiempo, de las polémicas de su tiempo, y cotejar su huella con las otras fuentes contemporáneas, que por cierto son abundantes. Es lo que vamos a proceder ahora con cierto detalle. Para Sabino hay cinco modos de hacer la crítica a las fuentes primarias, que es el nervio del trabajo del historiador2:
- Crítica de la competencia: se comprueba que el informador es competente para entender a cabalidad lo que está viviendo.
- Crítica de la sinceridad: se juzga si el informador tiene vínculos personales o de otro tipo que le pueden llevar a falsear su versión de la realidad.
- Crítica de la exactitud: se comprueba si el informador tiende a ofrecer datos genéricos o más bien exactos.
- Crítica de la verificación: momento fundamental del historiador en donde coteja las diversas fuentes para descubrir las concordancias y discordancias, en aras de obtener un reflejo lo más objetivo de la realidad.
- Crítica de la interpretación. Es la labor final de la crítica que apura el sentido que la fuente ha dado a la realidad.
Lógicamente, estas no son fórmulas mágicas por las que podemos interpretar a Bartolomé de Las Casas, pero al menos sirven para extraer algunas conclusiones. Las Casas pasó de ser un tibio clérigo y encomendero a clérigo y luego fraile furiosamente anti-encomendero. Se creía dotado de un carisma profético con la misión de cambiar el rumbo del gobierno de la Corona española en Indias. Estaba llamado a terminar con las injusticias en Indias e instaurar allí el reino de Dios. Como autor literario rescató obras de gran relevancia, como el diario del primer viaje de Colón; escribió obras de alta teología como el De unico vocationis modo, y otras lastradas por un maniqueísmo extremo, como la Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Promovió en Verapaz la evangelización pacífica, encontró fuerte oposición entre franciscanos igualmente entregados en la causa de los indígenas, como Toribio de Motolinía. En fin, fue un hombre entregado a su causa, exaltado, ante quien nadie quedaba indiferente. ¿Qué puede hacer el historiador para valorar esta compleja figura?
Siguiendo las pautas señaladas de Carlos Sabino me atrevo a señalar:
1) Las Casas era competente para describir la situación muchas veces penosa de los indígenas, pero su extremismo o su utopismo profético le llevaron a exagerar todo lo malo que existía y a oscurecer todo lo bueno, a silenciar otras figuras que sin estar a él vinculados ejercían una labor benemérita con los indígenas.
2) A Las Casas no le interesaba reflejar la realidad en sí, sino presentarla de un modo casi apocalíptico para que las autoridades de la Monarquía española intervinieran radicalmente en América. Con su retórica buscaba cambiar la realidad para provocar sus fines.
3) Las Casas es a veces exacto en los datos que aporta, sobre todo cuando copia documentos que le han llegado. Cuando construye la narración se observa una continua transformación de la realidad con los recursos de la exageración.
4) Hay que hacer una salvedad cuando Las Casas no escribe de historia o costumbres, sino tratados jurídicos o teológicos. Sus proposiciones, sus alegatos contra Ginés de Sepúlveda, su De unico vocationis modo son obras que, al alejarse de la inmediata realidad, muestran quizás el mejor Las Casas, poseedor de una doctrina escolástica clásica que aplica a la realidad americana sin caer en los excesos de otras obras.
5) Si se cotejan las afirmaciones de Las Casas con sus contemporáneos, algunos de ellos también comprometidos en su defensa de los derechos de los indígenas, resulta lo siguiente: el dominico sevillano no fue ni el primero ni el único que se preocupó por la suerte de los naturales. Probablemente fue el más batallador, no tanto en el campo misionero sino en la corte del Rey, a la que visitó en muchas ocasiones. Fue el más prolífico escritor. Y sobre todo fue el más exaltado, convencido de poseer una misión profética de liberar a las Indias del azote de los españoles.
Con estas pinceladas, cada persona verdaderamente interesada debería leer algunas de las muchas biografías que existen sobre este personaje gigante, y hacerse una propia idea, que siempre será aproximada, dada la complejidad del personaje.
1. Carlos Sabino, La historia y su método. Guía para estudiantes y estudiosos de la historia, Unión editorial, Madrid 2016, en especial el capítulo 5 de la 2ª parte: El proceso de investigación.
2. Los griegos y romanos en vez de «crítica» se referían a «ratio», esto es el ejercicio de la inteligencia que ordena, clasifica y da sentido a los datos recolectados previamente.