Los hombres y mujeres de bien, los jóvenes universitarios comprometidos, los trabajadores productivos, los líderes religiosos y demás guatemaltecos que se labran una vida decente y pacífica en estas tierras, se preguntan cuál es la reacción constructiva frente a la crisis política que atraviesa Guatemala. Potencialmente, esta crisis pone en peligro nuestros tesoros, nuestros sueños y nuestras inversiones, tanto tangibles como intangibles.
Como ciudadanos y votantes responsables, tenemos el derecho y la obligación de pedirle a nuestros gobernantes electos, así como a los diplomáticos extranjeros que participan en las decisiones políticas del país, que tengan en cuenta los siguientes principios:
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- La centralidad de la persona humana: Ningún experimento político, reforma legislativa u otro cambio en las reglas del juego político pueden atropellar al ser humano, creado por Dios a Su imagen: digno, libre y responsable. Estamos llamados por Dios a ser compasivos y caritativos unos con otros, partiendo no de la imposición sino de acciones libres y responsables. En una sociedad abierta es menos relevante la desigualdad del ingreso que la movilidad social ascendente. En una sociedad abierta la movilidad social ascendente es posible, no siendo la desigualdad del ingreso un obstáculo.
- La superioridad de un sistema político cimentado en el Estado de derecho: Dios ha dotado al hombre del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Las constituciones políticas del mundo coinciden con la tradición judeocristiana en reconocer la propiedad, la vida y la libertad de los hombres, como derechos anteriores y superiores al Estado.
- Los límites al poder político: El Gobierno juega un papel secundario y subsidiario en la vida de los hombres. Las naciones que consideran al Gobierno como un punto de apoyo fundamental para obtener bienes y servicios gratuitos son hoy más pobres y menos libres que aquellas que consideran que el Gobierno debe interferir menos en las iniciativas ciudadanas. Asignar poderes absolutos o arbitrarios al gobernante de turno únicamente alimenta la corrupción y los abusos del poder, y de paso, debilita el Estado de derecho.
- Requerimos de libertad para convivir pacíficamente y contribuir al bienestar social: al producir, consumir e intercambiar libremente las personas prosperan. Cualquier reforma que reduzca los ámbitos de libertad personal y centralice el poder en manos de los gobernantes tendrá consecuencias empobrecedoras en el largo plazo.
- La corrupción y la violencia nos empobrecen: las condiciones necesarias para sacar al país adelante requieren una disminución de la violencia y el continuado combate a la corrupción. Muchos de los actos delictivos en el país son producto de organizaciones internacionales (narcotráfico y pandillas o maras), así como de la guerra contra las drogas promovida en la región por Estados Unidos, y por ende requieren de un abordaje regional. Las protestas ciudadanas no deben propiciar la violencia: las medidas de hecho que irrespetan la vida, propiedad y libertad del prójimo son contrarias al espíritu cristiano. De igual forma, no se puede combatir la corrupción, enraizada en nuestra sociedad a todo nivel desde hace décadas, con impacientes actos de violencia, prepotencia, la criminalización de actos lícitos, o la centralización del poder. Es preciso: 1) tener en cuenta las consecuencias no intencionadas y de largo plazo de cada reforma puesta en marcha; 2) informar adecuadamente a las personas afectadas por los cambios sobre las consecuencias potenciales de sus actos; 3) contemplar un prudente tiempo de adaptación de la sociedad. No se puede combatir la corrupción con corrupción. La corrupción se combate con reglas políticas claras, eficientes, sencillas y fiscalizables, así como con más apertura y libertad.
Como ciudadanos y votantes responsables, tenemos la obligación de abordar la crisis política con prudencia y mesura, siendo artífices de un diálogo respetuoso. Somos libres de tener criterios distintos pues la política es materia opinable. No atacamos a las personas, sino contrastamos las distintas propuestas, haciendo acopio de honradez y amor a la verdad. No hacemos crecer la cresta de la ola al detectar y frenar la histeria, la desinformación y un divisionismo artificial.
Como cristianos debemos orar por nuestra Guatemala. «Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz» (Jeremías 29:7).