Charlie Kirk: Discurso de odio y libertad

por | Blog Fe y Libertad

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Si han navegado recientemente por las turbulentas aguas de internet, seguramente habrán encontrado comentarios del estilo de «cosechas lo que siembras», «eso pasa por difundir odio» y, en mi opinión, el peor de todos, «se lo tenía bien merecido», en noticias sobre el reciente asesinato del activista estadounidense Charlie Kirk.

Fue tras enriquecedoras conversaciones con algunos amigos, y en particular la sostenida con la señorita T. G., que he visto oportuno formular una serie de preguntas: ¿Qué es el discurso de odio? ¿Podrían catalogarse las posturas de Kirk dentro del discurso de odio? ¿Debe ser censurado el discurso de odio y acallados quienes le dan voz?

Sobre estas preguntas, adelanto que no contestaré la segunda, pues creo que corresponde a sus seguidores y simpatizantes tratar ese tema. Dado que no soy seguidor o simpatizante de Kirk, puesto que no soy conservador o nacionalista, dejo ese tema a quienes se sientan aludidos. 

Tratará entonces este escrito sobre qué es el discurso de odio y sobre si debiese ser censurado tanto el discurso en sí como aquellos que lo difunden.

Primeramente, sobre el discurso de odio, pareciera que hoy hay una laxitud tan grande de este término que nos llevaría a pensar que un discurso no es de odio por lo que se dice, sino por cómo este le hace sentir a un tercero. Bajo esta definición, todo podría ser discurso de odio; entonces este tema no podría ser tratado con propiedad.

Yo veo que un discurso se transforma en uno de odio cuando este incluye la justificación de tratar violentamente a determinados grupos humanos, sin que ellos (como individuos) hayan iniciado la violencia con anterioridad, solo por una característica que no dependa de ellos, o que dependa de ellos, pero que no sea dañina para el individuo, aunque para el emisor del mensaje sea desagradable, indigna o inferior.

Por ejemplo, si yo dijera que todos los fanáticos del jazz deben ser encarcelados, multados, que paguen más impuestos que los otros, que sus garantías constitucionales y de derecho se vean reducidas, o que se les debe propiciar palizas si salen a la calle, solo porque son fanáticos del jazz, eso es discurso de odio. Por otro lado, si yo dijera que los fanáticos del jazz me producen desagrado, que me dan asco, que no los soporto, que prefiero cruzar la acera si me topo con alguno en la calle o no comerciar ni relacionarme con ellos, eso no es discurso de odio, pues no estaría diciendo que se sigue del hecho de que a mí me desagraden los fanáticos del jazz; que yo pueda agredirlos de manera legítima, o que otros los agredan en mi nombre.

Siguiendo con el ejemplo, si un fanático del jazz comete un crimen, debe ser aprehendido y responder ante la víctima, pero no por ser fanático del jazz, sino por haber cometido un crimen. Ser fanático del jazz no debería ser un agravante en su acto criminal.

Entendido lo anterior, parecería no haber una justificación racional para cualquier discurso de odio. Si esto fuera cierto, estaríamos en condiciones de tratar la tercera pregunta: ¿Merece el discurso de odio ser callado por medios violentos? Planteo lo siguiente.

Que se diga algo que sea mentira, sin importar si quien la dice la cree genuinamente o si solo la dice por conveniencia, no es causa justa para iniciar la violencia contra esta persona. Incluso cuando parte de esa mentira incluye una justificación para agredir a otras personas, eso no me faculta a mí, ni a ningún otro, para agredir a quien dice esa mentira. Luego, si una persona, bajo una mentira, inicia la violencia injustificada hacia otro individuo, la persona que agredió injustificadamente debe ser aprehendida y responder a la víctima, pero no por actuar bajo una mentira, sino por cometer un crimen.

Que no haya un argumento suficiente para iniciar la violencia contra un mentiroso no significa, en ningún caso, que deba mirarse con indiferencia al mentiroso; solo indica que lo que debe hacerse es argumentativo y propietario.

Para todo el que considere que la verdad existe y es bueno conocerla, tendrá como deber, en primera instancia, rebatir la mentira por medio de la razón, argumentando lógicamente por qué quien miente incurre en un error. Esto debe hacerse, primero, porque lo verdadero es bueno en sí mismo y ello es motivo suficiente para defenderlo; luego, para que quien expresa la mentira no incurra en ese error nuevamente; y, finalmente, para que los terceros que son expuestos a la mentira (si los hay) sepan que la mentira es tal y no caigan en ella.

Si quien miente persiste en la mentira, a pesar de entender que la mentira es tal, entonces la imparte por malicia o conveniencia. En estos casos, es conveniente dejar de asociarse con esa persona y recomendar a otros que no se asocien con esa persona, así como no perder la oportunidad de mencionar a los terceros que esa persona miente y desmontar su mentira.

Volviendo al caso de Charlie Kirk, que dio pie para realizar este análisis: vemos que, aun cuando Kirk hiciera discurso de odio (que no fue tema de este artículo y no es relevante para la conclusión), su asesinato fue injusto porque al momento de su asesinato no inició la violencia injustificada contra ninguna persona.

Charles J. Kirk (1993-2025) es un mártir de la libertad de expresión, no necesariamente porque haya sido asesinado por defenderla, sino porque fue asesinado por pensar.

Espero de todo corazón que Charlie encuentre la paz en donde sea que esté, y que el intolerante que le dio muerte sea castigado, entienda su crimen y error, y pueda redimirse.

Franco L. Farías

🇬🇹 Guatemala

Franco L. Farías es director y fundador del Movimiento Libertario de Guatemala, coordinador de proyectos en el Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES), director y fundador de la revista El Libertador Galopante y coordinador nacional de Students For Liberty. Escribe para diversos medios nacionales e internacionales.

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