La retórica no es un lujo: Es una urgente necesidad

por | Blog Fe y Libertad

Tiempo de lectura: 9 minutos

«Mucha retórica, poca sustancia» o bien «esto no es ciencia, es retórica de ciencia», y frases por el estilo, las habremos escuchado más de una vez. El problema se agrava cuando oímos «no quiero saber nada de política: hablan y hablan muy bien, pero luego te engañan» o, peor aún, «yo ya no voy a la iglesia. La homilía es aburridísima, dicen siempre lo mismo, pero a mí no me dice nada». Y no digamos de la retórica de la guerra, cuando todo el mundo sabe que se están esparciendo argumentos y haciendo películas para justificar agresiones o invasiones injustas. Se podría seguir añadiendo más material para poner en tela de juicio y desprestigiar la retórica. Pero una cosa está clara: el vestíbulo de entrada a cualquier mensaje es su elaboración formal con un efecto positivo o negativo para la comunicación, es decir, que nos guste o no, nos atraiga o no, incluso nos parezca convincente o no. Y esta es una cuestión eminentemente retórica y llena de responsabilidad. Vale la pena observarla críticamente, no por un simple gusto académico, sino por una necesidad vital, pues vivimos en un mundo de la información y de la comunicación y necesitamos criterios válidos para su recepción y manejo. No podemos prescindir de la retórica; por eso es tan necesario conocerla y usarla bien.

Como lo define Aristóteles, el hombre es un ser natural capacitado para pensar y hablar (zoon logon ejon). Todos tenemos recursos naturales para expresar nuestros deseos y persuadir a otros, y si no que se lo pregunten a los padres y madres cuando se ven desarmados ante la sarta de argumentos de sus hijos e hijas que quieren conseguir un permiso ante el que a los padres se les ponen los pelos de punta. En principio, todos tenemos la capacidad de comunicar, pero no siempre la destreza para hacerlo bien. ¿Pero es esa destreza de por sí manipulación? La sospecha nos acompaña desde la Antigüedad, desde los comienzos de la retórica misma, en los albores de la democracia griega en el siglo V a. C. Tras la destitución del último tirano se abrieron las puertas a la democracia, y con ella, a la palabra: quien la sabía utilizar bien tenía grandes ventajas en la vida pública y profesional, en los pleitos judiciales, en la política… No es pues de extrañar que surgieran «empresas» que ofrecieran el know-how necesario para tener éxito en estos campos. Eran los famosos sofistas, maestros de la retórica.

A ellos se enfrentó Sócrates, filósofo sin posición social y económica, que orientaba su vida al descubrimiento de la verdad y a la formación de los jóvenes para que se enamoraran de ella. Como los sofistas buscaban sobre todo el éxito, posponiendo la verdad a un segundo plano, Sócrates los desenmascaró y criticó fuertemente su arte: la retórica. De los diálogos de Platón, donde se representa este enfrentamiento, se saca la impresión de que hablar bien va unido a sustituir ideas convincentes por deslumbrantes y a embaucar al oyente. Por ello, el gran orador romano del siglo I a. C., Cicerón, echa en cara a Sócrates el haber creado una oposición entre hablar bien y pensar bien (discidium linguae atque cordis). 

Pero ya en la Grecia del siglo IV se había llegado a una solución del problema, como no, de la mano del ya citado Aristóteles en su tratado sobre la retórica, de gran relevancia hasta el día de hoy. Aristóteles funda la eficacia de la retórica en sus conocidos medios de persuasión logos, pathos y ethos, que llama pisteis, es decir, medios de confianza. Se trata de un giro copernicano en el concepto de retórica, que por definición consiste en el arte de convencer a alguien de algo que no es evidente. Solo si tengo confianza en quien me dice, me garantiza una cosa, (ethos, autoridad del orador), me abro (pathos) a sus argumentos (a su logos). Esta conjunción de medios de confianza es el pulmón con el que puede respirar la sociedad. La intercambiabilidad retórica–confianza se pone así de relieve como una necesidad imperiosa para el funcionamiento de la sociedad. 

En mi libro Claves para una retórica eficaz y sostenible que formará parte del catálogo de la editorial Fe y Libertad he añadido como subtítulo Ser convincente para poder convencer. Es decir, se convence primero con la persona y luego con la palabra, superando así el hiato entre palabra y pensamiento del que se quejaba Cicerón. En este libro se pueden estudiar las bases de una retórica de corte antropológico y su realización técnica, así como su aplicación a diferentes campos de la vida social y religiosa. En este blog no quisiera hacer una simple presentación del libro, sino sacar a la luz un aspecto fundamental de este concepto retórico, según el enfoque central de Fe y Libertad, es decir, centrándome en las ideas que surgen de la retórica basada en la confianza y en una depurada técnica y que pueden mover el mundo, según el concepto estoico expuesto en la Eneida de Virgilio y que se puso en el frontispicio de la Universidad de Aquisgrán: mens agitat molem, la mente, las ideas, mueven la gran masa del universo.

Este aspecto fundamental que quiero resaltar es la importancia de la retórica para la educación, es decir, para la formación de la persona. En el breve espacio a disposición quisiera enfocar el tema desde dos perspectivas: la fundamental, una reflexión sobre el aporte de la retórica al desarrollo de la personalidad, y la técnica, es decir, qué competencias útiles para la vida se pueden adquirir con la ayuda de los instrumentos retóricos.

a) La retórica nos humaniza

Según la experiencia, que además ha cuajado en una expresión idiomática, cuando dos personas se pelean «ya no se hablan». Pues bien, cuando la gente no se habla, se rompe la relación y con ella la comunidad entre los hombres, dando paso a la agresión. Cuando se deja de negociar, toman las armas la palabra. Con el personalista alemán Ferdinand Ebner podemos expresar positivamente esta humanización de la palabra: «hablar es amar». Los que se quieren tienen siempre algo que decirse, aunque solo sea (y esto es mucho) con el lenguaje no verbal de estar juntos, de una mirada…

Cognitivamente, la retórica nos humaniza si crea entre nosotros esa tupida red de colaboración para buscar juntos la verdad, pues el saber hace que nuestras palabras se llenen de sentido, que no sean frases vacías. Así se convierte la comunicación no en un instrumento de poder (a ver quién lleva razón), sino de colaboración para ganar juntos en conocimiento. La verdad que entonces descubrimos nos une en esa empresa tan atractiva. ¿Qué añade la retórica a esa búsqueda y ganancia de saber? La competencia estilística, ser capaz de exponer nuestras convicciones con claridad y entusiasmo.

Desde el punto de vista comunicativo, la retórica nos educa a una mayor conciencia del Tú, pues sabemos que el discurso solo se realiza, se convierte en acto, cuando el receptor lo entiende y acoge. Ya Cicerón veía la retórica hominum sensibus accommodata, dirigida a que los demás la comprendan. En efecto, de nada nos sirven los mejores argumentos del mundo, si el receptor no se hace con ellos. Pues bien, esa fuerte relación con los receptores puede ejercer una gran influencia en ellos, sobre todo si el emisor goza de una cierta autoridad. De ahí que ya Quintiliano, el primer profesor de retórica en Roma en el siglo I d. C., subraye en su tratado de oratoria, que escribió después de veinte años de experiencia docente, que la fuerza persuasiva que puede ejercer la retórica exige del orador una gran calidad moral. Tiene en sus manos un arma potente de destrucción o de construcción. El orador perfecto es así para él un vir bonus dicendi peritus: una persona buena, experta en la palabra. 

Las perspectivas educativas de la retórica bien enfocada saltan a la vista. Veamos a continuación, si bien brevemente, algunas competencias más prácticas e incluso técnicas que se pueden transmitir educativamente estudiando y ejercitando la retórica.

b) Técnicas retóricas que contribuyen al desarrollo de competencias prácticas

Las así llamadas partes artis, las diferentes fases para la elaboración de un discurso, son una escuela de dominio y estructuración de la mente, así como de autodisciplina en el obrar. Pongamos algunos ejemplos ricos en dimensiones educativas.

El primer paso, la primera pars, es la intellectio, que consiste en centrar el discurso en una cuestión o en un problema a resolver, que sean de gran importancia para el receptor. Esta actividad requiere no solo un gran saber de fondo, sino también lleva consigo mucho ejercicio de concentración y selección, pues hablar no es producir muchas palabras que se vayan por las ramas, sino dar luz, ampliar conocimientos sobre algo muy concreto. De este modo se puede llegar a convencer a alguien de algo.

Después de tener clara la cuestión central y haberla contextualizado (narratio), se trata de estructurar las ideas de forma que los oyentes las puedan seguir bien. Esta es la labor de la dispositio. La dimensión educativa de esta fase es evidente, pues poner orden a nuestros a veces caóticos pensamientos exige una ascética de gran eficacia para el desarrollo de la personalidad. En efecto, se trata de que la mente tome el mando de nuestras acciones, pero no para adquirir más poder sobre los demás, sino para servirles mejor, orientando nuestra estructura mental a su mejor comprensión por parte de los oyentes. 

La siguiente fase es ya la elaboración lingüística de nuestro mensaje, la así llamada elocutio. De entre las características de una lengua comprensible escojo aquí la más formativa, el decoro (decorum), que Cicerón pone en relación con la virtud cardinal de la templanza (temperantia). Del dominio de la mente pasamos al dominio del cuerpo: decir solo lo justo, es decir, lo pertinente; no anegar los oídos de los oyentes con un tsunami de palabras; buscar el tono adecuado para cada ocasión, sabiendo hablar como corresponde en los diferentes ambientes, como el familiar, profesional, oficial, etc. Con el decorum no solo se entrena el dominio de sí mismo, sino también se agudiza la sensibilidad para la adecuación de mi comportamiento a las necesidades de los demás y a las diversas circunstancias.

Finalmente, la peroratio, o conclusión del discurso, nos sirve para ejercitar la capacidad de síntesis, saber descubrir lo fundamental, extraer de los diversos datos un resultado que sirva para responder a la pregunta inicial o a resolver el problema planteado. 

¿No es verdad que la retórica no es un lujo de goce estético o de mera distracción? Vale la pena tomarse en serio una retórica de corte antropológico no solo para mejorar nuestra capacidad comunicativa, sino también para formarnos a nosotros mismos y a los demás. Hoy se habla mucho de competencia digital, y me parece muy bien. Pero no olvidemos que es siempre el hombre quien está delante y detrás del desarrollo científico y social. Da ahí la urgente necesidad de crecer en sensibilidad para humanizarnos cada vez más. Y a ello contribuye eficazmente la buena retórica.

Prof. Dr. Alberto Gil

🇪🇸 España

Profesor emérito de la Universidad de la Sarre (Alemania) en Teoría de la Traducción y Retórica para los doctorandos. Director del proyecto Retórica y Ethos en Alemania (Rhetorik und Ethos www.rhethos.de) y cofundador del centro de investigación Retórica y Antropología en Italia (Rhetoric & Anthropology Research Net www.rhetoricandanthropology.net). Profesor de Lingüística y Transculturalidad en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz y de Retórica en la Gregoriana (Roma), así como en la Universidad Coloniense de Teología Católica. Investigación, publicaciones y docencia en lingüística, transculturalidad y traducción, así como en teoría y práctica de la comunicación y retórica, tanto en la universidad, como en la formación de directivos de empresa.

Derechos de Autor (c) 2022 Instituto Fe y Libertad
Este texto está protegido por una licencia Creative Commons 4.0.
Usted es libre para compartir —copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato — y adaptar el documento —remezclar, transformar y crear a partir del material— para cualquier propósito, incluso para fines comerciales, siempre que cumpla la condición de:
Atribución: Usted debe dar crédito a la obra original de manera adecuada, proporcionar un enlace a la licencia, e indicar si se han realizado cambios. Puede hacerlo en cualquier forma razonable, pero no de forma tal que sugiera que tiene el apoyo del licenciante o lo recibe por el uso que hace de la obra.
Resumen de licenciaTexto completo de la licencia

Open chat
Bienvenido al INSTITUTO FE Y LIBERTAD
¿En qué podemos ayudarle?