Como venezolana, no puedo sino agradecer la preocupación genuina que muchos no venezolanos sienten por lo que está ocurriendo en mi país. No obstante, debido a la falta de conocimiento de nuestra historia común reciente como región, y probablemente, en buena medida, por el morbo que la situación venezolana genera en la baja autoestima crónica latinoamericana, entiendo que puede ser reconfortante para mucha gente que una nación vecina esté en una debacle peor que la del propio país. Por estas razones, entre otras, cada vez es más común escuchar comentarios insensibles y supuestas soluciones sacadas de la manga que buscan «aleccionarnos» a los venezolanos sobre nuestra propia realidad.
A continuación, abordaré algunos de los comentarios comunes que he escuchado con más frecuencia sobre mi país y explicaré por qué son inadmisibles:
1. «Ya lo de Venezuela se enfrió»: La idea de que una lucha tan descomunal y adversa como la que estamos librando los venezolanos «se enfríe», sugiere que el sufrimiento de millones de personas ha dejado de ser relevante y que estaríamos como estancados en el tiempo. Sin embargo, en Venezuela, la situación está muy «caliente». Desde el 28 de julio, van, al momento, 2000 detenciones arbitrarias, 25 muertos, bloqueo de las telecomunicaciones, bloqueo de vuelos internacionales, anulación de pasaportes a quienes estamos en el extranjero, sin contar la crisis migratoria que seguirá aumentando en cantidades ingentes en los próximos meses.
2. «Nadie los va a ayudar. Los propios venezolanos son los que tienen que salir solos de Maduro»: Esta afirmación desconoce la naturaleza de las dictaduras militares y la propia historia latinoamericana. Primero, ignora el papel que ha jugado la comunidad internacional en las transiciones a la democracia y en la pacificación de conflictos en la región en el último siglo. La tercera oleada democrática que vivió la región a partir de 1978 y la pacificación de Centroamérica en la década de los ochenta, se concretó gracias a decisiones audaces de la comunidad internacional como la Iniciativa de la Cuenca Caribe y el Grupo Contadora. Esto no hubiera sido posible sin la amenaza creíble de los Estados Unidos contra quienes cruzaran la línea roja, como tampoco sin la interlocución de las democracias más establecidas de la región en aquel momento, en las que Venezuela tenía el liderazgo, por cierto.
Además, los mecanismos de control y represión del régimen son tan efectivos que el simple «levantamiento popular» no es una opción realista para derrocar una tiranía como la madurista. Primero, los civiles en Venezuela no tienen armas, y aunque las tuvieran, carecen del entrenamiento, la organización táctica y la tecnología de guerra de los ejércitos modernos. El hecho de que en otros países sus ejércitos no busquen eternizarse en el poder a través de dictaduras militares, no es por el porte de armas de los civiles (tal vez esto sería un disuasivo si viviéramos en el siglo XVII), sino por las restricciones constitucionales que muchas repúblicas democráticas le han impuesto a la institución militar en las últimas décadas y que todas las partes han decidido respetar como condición para poder hacer política.
3. «El mismo pueblo fue el que puso a Chávez y a Maduro en el poder»: Esta afirmación carga sobre el pueblo venezolano la culpa por la situación actual y omite la manipulación electoral que ha marcado la historia reciente de Venezuela. Haber votado por un candidato hace más de veinte años, que además no mostró de entrada su verdadero proyecto, no es una razón ni suficiente ni válida para seguir soportando en el presente el oprobio y la tiranía. Es como decirle a una mujer que como le aceptó un trago a un hombre en un bar, tiene que aguantar que el hombre la haya golpeado, violado y secuestrado y que ella tiene que ver cómo sale sola del maltrato porque «para qué le aceptó la invitación en primer lugar». Además, este discurso condena a la resignación al pueblo venezolano, cuando en la mayoría de países latinoamericanos los ciudadanos pueden cambiar periódicamente incluso a los peores gobiernos, a los que, por cierto, votaron mayoritariamente en su momento.
4. «Tiene que morir más gente para que el ejército diga “hasta aquí”»: Este comentario probablemente es el peor de todos, por su crueldad e insensibilidad. A lo largo de veinticinco años, en Venezuela ha habido cientos de miles de muertes violentas a manos de las redes criminales que son un brazo armado más de la dictadura, además de muertes por mengua, hambre y falta de medicinas, debido a la crisis humanitaria compleja provocada por el modelo económico socialista. Por ponerlo en perspectiva, en el último cuarto de siglo, en Venezuela ha habido la misma cantidad de muertos que hubo en Guatemala y El Salvador juntos, a lo largo de sus guerras civiles, con la salvedad de que Venezuela técnicamente no está inmersa en un conflicto armado. Pedir o esperar más muertes como un desencadenante de acción militar no solo es inmoral, sino que también revela una deshumanización tremenda y un irrespeto absoluto por la condición humana. Nicolás Maduro ya es un criminal de lesa humanidad con una investigación abierta en la Corte Penal Internacional. ¿Cuántas vidas más tienen que sacrificarse para que se entienda que es un asesino sin escrúpulos y que no le importa gobernar un cementerio?
5. «Estaríamos igual que Venezuela, pero no lo estamos porque gracias a Dios aquí […]
«[…] tenemos libre porte de armas», «[…] estamos muy cerca de Estados Unidos», «[…] los militares son de derecha», «[…] no tenemos petróleo», «[…] la sociedad civil y el sector privado se organizaron».
Este tipo de comparaciones simplistas solo sirven para alimentar un frágil sentimiento de superioridad basado en la desgracia ajena. En lugar de contribuir a una reflexión seria sobre las diferencias en la formación política y social de los países, que servirían para un análisis contrafactual interesante, estos comentarios más bien buscan aliviar la conciencia de quienes piensan que algo como lo que pasó en Venezuela jamás les va a tocar a la puerta de su casa.
Reducir al simplismo una situación tan compleja, deshumaniza y trivializa el sufrimiento de un pueblo que sigue luchando por su libertad. Es vital que, al hablar sobre Venezuela, lo hagamos con empatía y con un verdadero entendimiento de lo que estamos enfrentando los venezolanos. La crisis que estamos viviendo no es un espectáculo al estilo de la «casa del terror» o el espantapájaros con el que se asusta a la población contra el enemigo político de turno. Venezuela es probablemente la tragedia humana más infame que le tocará presenciar a esta generación de latinoamericanos en su horizonte vital.