Son numerosas las voces que, desde diversas latitudes, se manifiestan preocupadas ante el retroceso democrático a nivel mundial. Lo que comenzó como una señal de alarma ante el cuestionamiento de lo que conocemos como «las reglas del juego» de la democracia, ahora se materializa en una avanzada autoritaria que tiene como catalizador la insatisfacción ciudadana frente a la política. Para darnos cuenta de esta realidad, basta con revisar los distintos índices existentes sobre derechos civiles y políticos y libertad de expresión, o voltear a ver a ciertos países vecinos.
Sin embargo, esa desafección generalizada a la democracia, que genera simpatías por modelos represivos de gobierno, no solo tiene su origen en la inefectividad de las instituciones gubernamentales para atender a las demandas de la población, en la desconfianza frente a las élites políticas o porque el ciudadano percibe que con o sin democracia su futuro será igual. Existen factores inherentes a la democracia que hacen que ciertas personas, con vocación de poder, repudien y vean como una «piedra en el zapato» todo lo que se aproxime a los principios democráticos
Es así como movimientos políticos de todos los colores, altamente politizados y radicalizados, vituperan, insultan y ridiculizan a toda persona que defiende la democracia. El escenario es como si se tratara de un niño haciendo bullying a otro, intentando suprimir todo vestigio perteneciente a la democracia liberal. Dicha intencionalidad se conjuga con todo el hartazgo proveniente de la ciudadanía, formándose así una bomba de tiempo y, a nivel administrativo e institucional, una caja de pandora con consecuencias inciertas.
Gracias al auge de las redes sociales y la exposición mediática que suelen tener tales movimientos con tendencias autoritarias, se pueden identificar tres aspectos fundamentales que son el origen de ese «odio» por la democracia: 1) la incertidumbre que provocan las elecciones; 2) la necesidad de negociar en democracia; 3) la pluralidad de opiniones.
El primero de ellos se enfoca en el desarrollo de los procesos electorales. Si bien existen numerosas conceptualizaciones en torno al significado de la democracia, un aspecto que es ampliamente aceptado en el mundo académico es que no puede considerar a un régimen como democrático si no se llevan a cabo elecciones periódicas en igualdad de condiciones y en libertad. De allí que la incertidumbre sea inherente a la misma, ya que lógicamente, previo a la elección, no se conoce a exactitud quién será el partido político que alcanzará más escaños en el legislativo o quien ocupará la silla presidencial. La democracia parte de esa incertidumbre para que sea la ciudadanía, el día de la elección, quien elija a los que tendrán a cargo el ejercicio del poder público.
Personas fanáticas a nivel ideológico y con intenciones de adquirir mayor poder político, ven a esa incertidumbre como un obstáculo. Evidentemente, a nadie le gustaría que su candidato preferido pierda las elecciones o que, luego de estar en el órgano legislativo y no poderte reelegir, nuevos congresistas deroguen las leyes que aprobaste. ¿Cuál es el camino fácil, entonces, ante el miedo latente de no permanecer en el aparato de gobierno? Sencillamente, es decantarse por modelos de gobierno represivos y antiliberales que permitan disponer quienes serán los ganadores y perdedores en una elección, como por ejemplo una dictadura o un régimen totalitario.
El segundo aspecto se relaciona con la práctica política como tal. En democracia, cuando un partido político obtiene puestos en el congreso o se alza con la victoria presidencial, no se encuentra solo, es decir, concurren otras facciones políticas que también lograron una cuota de poder. Esto se observa más en sistemas electorales multipartidistas y en fórmulas electorales proporcionales. El resultado de ello es que el partido de gobierno no puede tomar decisiones sin «ponerse de acuerdo» con otras bancadas o grupos.
De esta forma, la palabra negociación, para personas fanáticas, resulta ser un insulto y una burla a sus ideas. Por ello, la democracia es como una especie de «camisa de fuerza» ante cualquier persona radicalizada en una única ideología, puesto que te ata de manos y te obliga a escuchar las opiniones de los demás partidos políticos, los grupos de presión y la sociedad civil en general.
La negociación también es sinónimo de lentitud. La democracia exige que las decisiones públicas se desarrollen con base al ordenamiento jurídico. No hay posibilidad de atrasar o adelantar una acción de manera arbitraria. La impaciencia que muchas veces caracteriza a los grupos antidemocráticos por cumplir su plan de gobierno o por refundar el estado en su totalidad, genera desprecio hacia las normas que se fundamentan en los principios de la democracia representativa.
Por último, otro aspecto que causa ese rechazo es el principio de la pluralidad, que es inseparable al concepto de democracia. En regímenes autoritarios y totalitarios, la pluralidad de opiniones y posiciones políticas es castigada y reprimida desde el aparato de gobierno. En democracia, por el contrario, no solo es aceptada, sino que es deseable. Si la democracia tiene como fundamento el que exista la mayor cantidad de personas siendo partícipe de los asuntos públicos, ya sea directamente (gobernantes, funcionarios) o indirectamente (opinión pública, sociedad civil), significa que la pluralidad tiene cabida en un orden democrático, permitiendo que visiones de todo el espectro político se involucren, fiscalicen y cuestionen las decisiones públicas.
Sin embargo, la tendencia de los grupos radicales, tanto de izquierda como de derecha, es ser intolerantes con opiniones que no se ajustan a sus creencias. Las redes sociales se han vuelto en arenas de disputa entre grupos contrarios, mismos que poseen aspiraciones de carácter político e ideológico. Derivado de esa lucha entre «tribus» se forman redes que funcionan como cajas de resonancia para confirmar ideas preconcebidas y radicalizar aún más a las personas. La consecuencia final es la imposibilidad de llevar a cabo discusiones serias entre personas con opiniones distintas, limitando así el consenso en los asuntos políticos.
Para los que consideramos que la democracia liberal, aunque imperfecta, es el mejor modelo político que al día de hoy conoce la especie humana para vivir en sociedad, es imperante comprender mejor a este tipo de movimientos que tienen como objetivo final el socavar las libertades civiles y políticas. Asimismo, se debe reflexionar sobre la necesidad de contrarrestar las narrativas antisistema existentes que perpetúan la polarización política y el conflicto social. Gran reto es el que nos aguarda, estemos a la altura de esa misión.