Todos deseamos, de alguna manera, actuar según la verdad porque creemos que eso nos da paz: el estar tranquilos con las decisiones que tomamos. Por eso es que hay quienes dicen que, en el fondo, todos somos filósofos: porque amamos la sabiduría y se le considera sabio al que obra según la verdad. Sócrates creía tan firmemente en esto que estuvo dispuesto a morir por actuar según sus convicciones. Para quien busca enamorarse de la verdad como Sócrates, y alcanzar la sabiduría, conviene prestar atención a un consejo que él da a sus seguidores. Justo antes de morir, Sócrates sorprende a sus amigos diciendo que los verdaderos filósofos «no practican otra cosa que el morir y estar muertos» (64a), y les aconseja que sean filósofos y le sigan lo antes posible.
¿A qué se debe semejante declaración? ¿Por qué querría un filósofo morir? Por sorprendente que sea este enunciado, es tal vez más sorprendente aún lo que significa para Sócrates y lo útil que puede ser para nosotros su consejo en pleno siglo XXI.
Los discípulos de Sócrates habían quedado igualmente perplejos por esta declaración y le pidieron que aclare su idea. Sócrates, entonces, arrancó con su discurso: «¿Creemos que es algo la muerte? […] ¿Y que no es otra cosa que la separación del alma y del cuerpo?» (64c). Él afirma que la separación del alma y del cuerpo es la muerte, pero va más allá: para poder adquirir la sabiduría, es necesario que el filósofo se separe lo más posible del cuerpo. Este, continúa, es la fuente de todas las distracciones que arrastran a la mente y la distraen de lo que realmente importa. Según Sócrates,
después de todas estas consideraciones, por necesidad se forma en los que son genuinamente filósofos una creencia tal, que les hace decirse mutuamente algo así como esto: ‘[…] mientras tengamos el cuerpo y esté nuestra alma mezclada con semejante mal, jamás alcanzaremos de manera suficiente lo que deseamos. Y decimos que lo que deseamos es la verdad. En efecto, son un sinfín las preocupaciones que nos procura el cuerpo por culpa de su necesaria alimentación; y encima, si nos ataca alguna enfermedad, nos impide la caza de la verdad. Nos llena de amores, de deseos, de temores, de imágenes de todas clases, de un montón de naderías, de tal manera que, como se dice, por culpa suya no nos es posible tener nunca un pensamiento sensato. Guerras, revoluciones y luchas nadie las causa, sino el cuerpo y sus deseos, pues es por la adquisición de riquezas por lo que se originan todas las guerras, y a adquirir riquezas nos vemos obligados por el cuerpo, porque somos esclavos de sus cuidados; y de ahí, que por todas estas causas no tengamos tiempo para dedicarlo a la filosofía.
Sócrates en el Fedón de Platón
En resumen, los filósofos evitan enredarse mucho con los deseos del cuerpo porque esos deseos les causan guerras, tanto internas como, llevadas al extremo, externas. Por eso, para quienes desean lo mejor que puede desear una persona (y convertirse así en filósofos), lo mejor que pueden hacer es buscar la verdad intentando desligarse de lo que el cuerpo y el mundo material ofrecen. En otras palabras, lo que el mundo ofrece es: honor, riquezas y poder. Aclaro, sin embargo, que estas cosas no son malas en sí mismas, sino solo cuando nos distraen de lo que realmente importa: la sabiduría. Por eso deben estar subyugadas a la sabiduría y servirle, no esclavizar al alma de la persona.
Si seguimos el consejo de Sócrates, entonces, podemos concluir que la verdad se encuentra buscando lo mejor de nosotros mismos en cada ámbito de nuestras vidas. Para simplificar esta idea, podemos separar los ámbitos de la vida de una persona en cuatro: espiritual, intelectual, físico y social. Cada uno de esos ámbitos tiene su forma de funcionar, su verdad, y en la medida en la que logramos encontrar esa forma de funcionar de cada una de esas áreas, seremos más sabios y obtendremos la paz. En ello es en lo que se empeña un verdadero filósofo.