Nota: estas son las conclusiones de un trabajo que será publicado en la revista Fe y Libertad, Vol.2, N.º 2 (julio-diciembre 2019)
El hecho de que se den indudables coincidencias en aspectos puntuales de teoría económica entre el pensamiento de algunos representantes de la escuela de Salamanca y los postulados de la economía de libre mercado no implica, como algunos piensan, que las raíces del capitalismo moderno se encuentren en los tratados de moral de los escolásticos españoles del siglo XVI. Es más, aquí se afirma que el pensamiento escolástico tardío no pudo haber dado origen o no se encuentra en la base del capitalismo, por las siguientes razones:
Primera: (concordamos con Cecilia Font en que) «las ideas económicas de los doctores salmantinos pueden considerarse, sin ninguna duda, como un programa de investigación ético» (Font de Villanueva, 2006). El capitalismo es un sistema de organización económica y social que se fundamenta en los principios de la ciencia económica, que fueron formulados por Adam Smith en la segunda mitad del siglo XVIII. Es muy probable que algunas ideas de los escolásticos tardíos hayan llegado a Smith a través de Grocio y Pufendorf (De Roover, 1955), pero esto no quiere decir que la obra de Smith sea el producto de la evolución natural de la escuela de Salamanca. Esto, principalmente, porque la manera de abordar los problemas económicos de Smith y los escolásticos es totalmente distinta: científica en el primero, y ética en los segundos. Como dice De Roover, «la gran diferencia entre los escolásticos y la economía contemporánea es de ámbito y método: los doctores se acercaban a la economía desde un punto de vista legal» (De Roover, 1955, p. 185).
Segunda: como dice Pardinas, el pensamiento económico de los escolásticos depende de una visión finalista del mundo y del sometimiento de las relaciones económicas a las normas de la moral. El pensamiento económico liberal, en cambio, depende de una visión mecanicista del mundo y de la independencia de la economía de dichas normas. Son, por tanto, dos paradigmas científicos entre los cuales no hay continuidad, sino ruptura, porque el liberal no es fruto de una evolución del escolástico, sino de una doble «revolución»: la «revolución científica», que sustituyó la visión finalista del mundo por una visión mecanicista, y la «revolución en los valores», que comenzó sustituyendo los valores comunitarios de la solidaridad y la cooperación en las relaciones económicas de los seres humanos por los valores individualistas del egoísmo y la competencia y terminó prescindiendo de la moral (Pardinas Fuentes, s. f., p. 11).
Tercera: para la visión mecanicista del mundo, «la sociedad humana es como una inmensa máquina que funciona ordenada y armoniosamente […] diseñada por Dios para que produjera la mayor cantidad posible de felicidad». Esto implica que «No había, por lo tanto, que preocuparse de regular el orden económico teniendo en cuenta las normas morales» (Pardinas Fuentes, s. f., p. 11). De ahí la separación típica del pensamiento moderno entre enunciados de hecho y enunciados valorativos, entre ciencia y moral.
Cuarta: mientras que para el paradigma escolástico los problemas de economía política se resuelven apelando a la «recta razón» (regla que permite a la persona obrar moralmente), para el paradigma moderno los problemas económicos se resuelven conociendo y aplicando las leyes económicas, que son leyes naturales (no morales).
Quinta: mientras que la Escolástica habla de un ordenamiento moral de las relaciones humanas, la economía moderna prefiere hablar de un orden espontáneo. El primer ordenamiento hace precisa la intervención en el mercado, pues no todas las transacciones económicas son justas; la teoría del «orden espontáneo», en contraste, afirma que el mejor estado de cosas es el que se consigue cuando se deja a cada individuo buscar su propio interés. Fieles a la tradición cristiana, los escolásticos veían la busca del interés propio como necesitada de restricciones; lo que se alababa era el altruismo, puesto que no hay mérito en buscar el propio beneficio.
Sexta: la economía moderna busca conocer las leyes que conducen a la creación de más riqueza; la Escolástica hacía uso de casos para resolver problemas de conciencia. Lo que los doctores medievales buscaban eran los criterios que permitieran dilucidar en qué situaciones se obraba o no conforme a la justicia, dado que esto era indispensable para la gloria de Dios y la salvación del alma.
Con respecto a las siguientes preguntas: «¿Hay lugar para la ciencia económica en el paradigma escolástico?» y «¿cuál debe ser la actitud de un científico para quien la recta razón preside todos sus juicios, ante los avances y descubrimientos de la ciencia económica?», mi posición es, respecto a la primera, que en el paradigma escolástico no hay lugar para una visión de la economía como más adelante (siglo XVIII) se desarrolló. Por esto hablamos, precisamente, de paradigmas inconmensurables. Concuerdo en parte con De Roover cuando dice que «lo que realmente causó la caída de la economía escolástica fue la negación de los casuistas a revisar y modernizar sus métodos» (De Roover, 1955, p. 189). Es dudoso que un cambio en los métodos cambie los supuestos epistemológicos de una disciplina; incluso el proyecto de Descartes, de abordar los problemas filosóficos y científicos con un nuevo método, parte de un cambio en los supuestos epistemológicos: que verdad y método están vinculados. Por eso, creo más bien en lo que a continuación dice De Roover: «tal vez el sistema completo necesitaba una revisión».
Con respecto a la segunda pregunta, pienso que la recta razón y la racionalidad científica no necesariamente se contradicen. No acepto la tesis moderna de la separación entre hechos y valores. Más bien, creo que hechos y valores se condicionan mutuamente. Así, por ejemplo, el valor epistemológico de la claridad y distinción condición a Descartes a considerar solo ciertos datos como hechos. Los hechos solo son tales dentro de un sistema de valores. Coincido plenamente con Chafuen en que por su naturaleza, la ciencia económica no es normativa. La tarea de un economista, en cuanto científico, no es la de formular juicios de valor. Sin embargo, el pensamiento económico solo puede ser realizado en la mente de seres humanos, seres que valoran y juzgan moralmente.
El hombre no puede divorciar su racionalidad de su moralidad. Incluso la decisión de razonar y de pensar acerca de un tema es susceptible de ser juzgada moralmente. Los valores éticos afectarán indudablemente a los tópicos que cada economista estudiará y pueden también influir en las conclusiones de su análisis (Chafuen, 2009b, p. 72).
Para mí, esto implica que la ética tiene la primacía sobre la ciencia. La ciencia es un medio; el fin o fines de la persona humana son de naturaleza moral. Y es precisamente en la búsqueda de mis fines (los que considero supremos y verdaderos) que estoy obligado, moralmente obligado, a emplear los mejores medios. En el caso de la economía, no me cabe duda de que los principios de la economía de libre mercado son superiores a los de los demás sistemas económicos. Superiores no solamente por sus resultados (creer eso me convertiría en un utilitarista), sino porque, en mi escala de valores y en mi concepción del hombre, la libertad ocupa un lugar central.
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