El 4 de septiembre de 2016, la Iglesia católica canonizó a la madre Teresa de Calcuta (1910-1997). Anjezë Gonxhe Bojaxhiu nació en Macedonia de padres albaneses. Decidió ser una religiosa de Loreto a los dieciocho años. Se mudó de Irlanda a la India en 1929 y profesó sus votos solemnes en 1937. En 1946, supo que Dios la llamaba a vivir entre los pobres para dedicarse a ellos. Cuatro años más tarde, el Vaticano aprobó su nueva congregación diocesana, las Misioneras de la Caridad. Durante los años subsiguientes, las «más pobres entre los pobres» expandieron su congregación al resto del mundo, empezando en Venezuela (1965) y luego en Roma, Tanzania, Austria y más.
Cada 5 de septiembre, sus admiradores, creyentes o no, recordaremos a esta pequeña gran mujer de nuestra era. Prueba del aprecio generalizado que se le tenía son los premios y homenajes que recibió, entre ellos el Premio Nobel de la Paz en 1979 y Bharat Ratna, el máximo galardón cívico que otorga el gobierno de la India (1980).
Por otra parte, la madre Teresa ha sido objeto de durísimas críticas. La canonización propició hirientes burlas y un desdén hacia su persona y su fe, pero estos no son nuevos. Parece ser que existen dos fuentes principales citadas por la mayoría de detractores. La primera es un documental que produjo la BBC en 1994, titulado Ángel del Infierno, por el «devotamente ateo» Christopher Hitchens, como lo califica Adam Taylor del Washington Post (1 de septiembre, artículo «Why Mother Theresa is still no saint to many of her critics»). La segunda fuente es el libro Madre Teresa, El veredicto final (2002), por el doctor de Calcuta, Aroup Chatterjee. Hitchens y Chatterjee fueron los dos testigos hostiles, es decir, los abogados del diablo, en el proceso para la beatificación de la madre Teresa promovido por la iglesia.
Los principales argumentos esgrimidos en contra de la Madre Teresa son los siguientes: 1) los hogares de las Misioneras de la Caridad eran poco higiénicos y los moribundos atendidos recibían mala o deficiente atención médica; 2) ella acudió a servicios médicos modernos cuando sufrió un infarto, pero no procuró una atención médica modera a sus pobres; 3) las Misioneras de la Caridad no hicieron buen uso de los millones que recibían en donativos; 4) la madre Teresa tenía amigos dictadores y ricos; 5) su motivación ulterior era convertir a los moribundos al catolicismo, y 6) los milagros que se le atribuyen tienen explicación científica.
Este no es lugar para desmontar cada argumento crítico ni para defender las decisiones administrativas de la congregación que fundó; ya respondieron, entre otras plumas, las de Celeste Owens-Jones del Huffington Post y de la hermana Theresa Aletheia Noble. La hermana Theresa, bloguera, escribe «aún cuando era atea pensaba que era absurdo que ateos acomodados del primer mundo atacaran a una mujer que renunció a todo para servir a los pobres y vivir en la pobreza extrema ella misma».
Sí nos interesa explicar la postura del cristiano frente a la pobreza y el sufrimiento, así como analizar los motivos para defender la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
La madre Teresa no gozaba viendo morir a las personas, simplemente porque deseaba que se reencontraran con el Señor en la otra vida. El Dr. Chatterjee acusa a la madre Teresa de promover «el culto al sufrimiento». Un tuitero anónimo, El Eremito, escribe: «El mundo gana mucho del sufrimiento de los pobres», dijo una vez la madre Teresa. Incluso teniendo en cuenta la noción cristiana de la humildad, ¿qué tipo de pensamiento perverso subyace tras este razonamiento?». No era doctora. No era perfecta. Simplemente vivió las virtudes en grado heroico. Tampoco tenía una morbosa fascinación con el dolor humano. Creía que todo lo que nos sucede en esta vida, tanto lo malo como lo bueno, puede ser ofrecido al Señor, y puede servirnos para forjar carácter y perfeccionar nuestra alma. La sociedad secular y atea consiente el sufrimiento de quien pasa horas sudando en el gimnasio, o se somete a cirugía plástica para embellecer su cuerpo, pero ridiculiza la aceptación resignada de la Cruz. El mundo secular da su espalda a quien sufre o se enferma, y desearía hacerse de la vista gorda frente a la muerte. Pero el cristiano acepta la realidad de su propia finitud y la del otro. Está llamado a abrazar su cruz, para caminar en los pasos de Jesucristo, quien se inmoló para salvarnos. El cristiano sabe que es posible ser feliz dentro del sufrimiento y a pesar del sufrimiento; es posible ennoblecer el sufrimiento.
La cruda realidad de la que fue testigo la madre Teresa no era su deseo. ¿Quién desea para un hijo de Dios la soledad, el hambre, la enfermedad física, la indiferencia y la indigencia? La madre Teresa no deseaba que se multiplicaran los pobres, ni creía que los pobres eran mejores o peores personas que sus pares de clase media o alta. No se esforzó por identificar las causas de la indigencia para enseñarnos cómo combatir la pobreza económica. Ella sintió que Dios le pedía vivir entre menesterosos, pero sabía que todas las almas necesitan cuidados. Más que la falta de dinero, la consternaba la pobreza espiritual y el abandono, el tipo de pobreza que puede enfrentar hasta un solitario millonario. El amor no cambia las circunstancias que nos rodean, pero sí nuestra actitud hacia ellas. «La mayor enfermedad de Occidente hoy no es la tuberculosis o la lepra; es no ser querido, no ser amado y que nadie se preocupe por ti. Podemos curar las enfermedades físicas con medicina, pero la única cura para la soledad, la desesperación y la falta de esperanza es el amor», dijo la nueva santa (http://gaceta.es/noticias/mejores-frases-e-imagenes-madre-teresa-03092016-1109).
Es cierto que, a veces, la caridad genera dependencia entre los supuestos beneficiarios. Podemos cosechar resultados no intencionados. Es cierto que la caridad mal entendida daña la dignidad de las personas. La industria que se nutre de los pobres alrededor del mundo es una trampa peligrosa. No debemos tratar a los pobres como víctimas sino como iguales, capaces de protagonizar su propio desarrollo. Pareciera que la madre Teresa evitó caer en los bemoles de la ayuda humanitaria al aplicar el principio de subsidiariedad y orientar sus esfuerzos hacia «los más pobres de los pobres». Ellos permanecen alejados de las oportunidades deparadas incluso por otros programas que combaten la pobreza.
Santa Teresa de Calcuta vio a Jesús en cada ser humano. Dicho de otra forma, consideró, como solemos hacer los cristianos, que cada vida es sagrada. Valientemente defendió la vida de los no nacidos. Y eso pone furiosos a los abortistas. Así lo deja entrever la reportera Ana Gabriela Rojas, quien publicó «El lado oscuro de la madre Teresa de Calcuta» en El País, el 5 de septiembre: «La madre Teresa también encabezó la cruzada del Vaticano contra el aborto y los anticonceptivos. En su discurso de aceptación del Nobel en 1979, declaró que “el más grande destructor de la paz hoy es el llanto del inocente niño no nacido”», afirma Rojas con evidente desaprobación (http://internacional.elpais.com/internacional/2016/09/04/actualidad/1472980683_884891.html).
«Creo que si los países ricos permiten el aborto, son los más pobres y necesitan que recemos por ellos porque han legalizado el homicidio», le responde la madre Teresa desde sus conferencias y escritos. «El aborto mata la paz del mundo… Es el peor enemigo de la paz, porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo, ¿qué me impide matarte? ¿Qué te impide matarme? Ya no queda ningún impedimento» (http://www.notivida.com.ar/Articulos/Aborto/Aborto,%20Madre%20Teresa.html).
En conclusión, por lo menos parte de las críticas a la madre Teresa nacen de una incomprensión del sufrimiento y de su vigorosa postura a favor de la vida.